Mujeres revolucionarias
La actuación de las mujeres fue constante y profunda desde el principio de la Revolución. Ya en los cuadernos de quejas numerosas campesinas y burguesas reclamaron el derecho al divorcio, a la igualdad en el trabajo, a la educación, a poder heredar… Y aunque sus expectativas no se vieron colmadas en un primer momento, no cejaron en la lucha. Gracias a 4.000 de ellas, la familia real fue traída desde Versalles a París, en las jornadas del 5 y 6 de octubre, para hacerles acatar la Constitución, demostrando una gran iniciativa y autonomía respecto a la milicia nacional. Tanto, que los líderes revolucionarios acordaron quitarles ese poder. Lo lograron arrestando a cabecillas como Reine Audu o Théroigne de Méricourt, esta última ridiculizada, además, al describirla como “anfibio, mitad hombre, mitad mujer”. Dispuestas a no dejarse amedrentar, las revolucionarias se encargaron de reivindicar su papel con lemas como este: “Las mujeres trajimos al Rey a París y los hombres lo dejan escapar”, aduciendo al intento de huida que protagonizó Luis XVI y que se frustró in extremis. La activista Théroigne de Méricourt, defensora de que la Revolución llegara también a las féminas. Por esta lucha, la Revolución terminó otorgando derechos civiles a las mujeres, como el divorcio o el fin del sometimiento al padre y al marido. Pero fue sólo un espejismo. La apro- bación del Código Civil napoleónico de 1804 volvería a recortar lo conseguido, en un intento de recluirlas nuevamente en la esfera doméstica para evitar más levantamientos.