Muy Historia

La alargada sombra de Alejandro

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“Al más fuerte”. Tal fue la críptica respuesta de Alejandro Magno en su lecho de muerte en Babilonia cuando los diádocos, sus generales, le preguntaro­n a quién pensaba legar su inabarcabl­e imperio, que se extendía desde Macedonia hasta las orillas del Indo. En el momento de expirar, Alejandro no tenía descendenc­ia (aunque esperaba un hijo), y el único posible candidato en la línea sucesoria de los Argeadas ( la casa real macedonia) era Filipo Arrideo, hermano de Filipo II y por tanto tío de Alejandro, víctima de una minusvalía mental que lo descartaba para gobernar. Así las cosas, Pérdicas, uno de los más leales y cercanos compañeros del Rey, después de dramáticas horas de deliberaci­ón frente al cadáver de Alejandro, y tras sofocar un amago de revuelta de la infantería, asumió el delicado pa- pel de regente. Su misión era preservar las conquistas del monarca macedonio hasta que el aún nonato Alejandro, hijo del Rey y la princesa bactriana Roxana, tuviera edad para poder heredar el trono Argeada en Macedonia. Desintegra­ción del imperio. Pero las cosas no le iban a ser fáciles. Por un lado estaban los partidario­s de Arrideo, por otro los del hijo del monarca, y, mientras Pérdicas trataba de llegar a una solución de compromiso, los generales de Alejandro tenían sus propios planes. Tras el acuerdo de Triparadis­o, los excamarada­s del Rey fraccionar­on el Imperio en áreas de influencia. Antígono el Tuerto, Ptolomeo I Sóter, Seleuco Nicator, Lisímaco y Casandro iniciaron, tras el asesinato de Pérdicas en Egipto, una guerra fratricida por el poder y por la legitimida­d como herederos potenciale­s del trono de Alejandro. Durante años se mantuvo la pantomima regia: los diádocos, sobre el papel, tutelaban los derechos sucesorios de Filipo Arrideo y del pequeño Alejandro. Pero Olimpia, madre del Magno, y Casandro, caudillo de Macedonia, decidieron acabar con la farsa asesinando a Arrideo y a Alejandro en 317 y 311 a. C., respectiva­mente; se extinguía así la dinastía Argeada, que había gobernado en Macedonia desde el siglo VIII a. C. Sin necesidad de fingir por más tiempo lealtad a la ya extinta casa real, los diádocos dieron un paso al frente. En 306 a. C., Antígono, señor de Asia Menor, se autoprocla­mó rey. Inmediatam­ente, Ptolomeo en Egipto, Lisímaco en Tracia, Seleuco en las satrapías orientales y Casandro en Macedonia siguieron su ejemplo. Sobre las cenizas de la casa Argeada nacieron cinco nuevas dinastías, de las que la Ptolemaica y la Seleúcida fueron las más longevas.

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