El último shogún Ashikaga
Todos los monarcas han intentado legislar para asegurarse una sucesión pacífica
En el año 1573, Japón era un inmenso campo de batalla en el que los señores feudales ( daimyo) se disputaban la hegemonía obviando la autoridad central, ya meramente simbólica, del shogún. Desde finales del siglo XII, la corte del Emperador en Heian (la actual Kyoto) era un mero juguete en manos de las grandes familias samuráis, encabezadas por el shogún, gobernador de facto de los destinos de Japón. En manos del clan Ashikaga, el shogunato había iniciado un lento declive desde mediados del siglo XV. Los shogunes Ashikaga ocupaban una posición marginal, incapaces de neutralizar las ambiciones expansionistas de los daimyo más prominentes. De entre todos estos, y tras su épica victoria frente a Imagawa Yoshimoto en la batalla de Okehazama en 1560, uno reunía el talento militar y político para reunificar Japón bajo la autoridad de un solo clan. Su nombre era Oda Nobunaga, y sus excepcio- nales dotes como general y estadista dibujaron al fin un escenario propicio para el restablecimiento de una autoridad central fuerte. El shogún Ashikaga Yoshiteru, actor secundario en el mejor de los casos en la aguda crisis política del país, se quitó la vida en junio de 1575. En esa tesitura, Ashikaga Yoshiaki, hermano del malogrado shogún, se propuso a sí mismo como heredero legítimo y recurrió al auxilio de Nobunaga. Así las cosas, éste marchó sobre la capital y Yoshiaki ocu- pó al fin el lugar que teóricamente le correspondía. Era el decimoquinto shogún Ashikaga y también sería el último. No tardó, de hecho, en entender las razones de Oda Nobunaga para apoyar su causa. Desprovisto del exiguo poder efectivo que aún conservaba el shogunato, Yoshiaki se convirtió en títere del imparable Nobunaga. Así, el caudillo del clan Oda había conseguido consolidar su poder en la capital y erigirse en la figura política más prominente del momento. Yoshiaki, expulsado de Kyoto, abandonó la escena política e ingresó como monje en un monasterio budista. En 1575 era depuesto de esta forma el último shogún Ashikaga. A primera vista, podría parecer que la caída de Yoshiaki era un paso más hacia el precipicio de la ingobernabilidad, pero, en realidad, fue más bien lo contrario. Nobunaga era el líder sólido y competente que Japón necesitaba para completar la reunificación y, aunque no pudo completar su obra (murió asesinado en 1582), dejó el camino expedito para que los otros dos grandes daimyos del período –Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, que inició a su vez una nueva dinastía de shogunes en 1603– completaran la larga y penosa unificación.