Muy Historia

La frágil arquitectu­ra del Imperio

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En un contexto de creciente internacio­nalización de los conflictos en Europa, el Sacro Imperio Romano Germánico, cada vez más una reliquia de difícil acomodo en la aguerrida partida de ajedrez que unos y otros libraban en la Europa central y del este en el siglo XVIII, vivía una de sus horas más negras en 1740. En medio de una aguda crisis económica, los Habsburgo austriacos celebraron el funeral del emperador Carlos VI, cuyos desvelos por garantizar una sucesión razonablem­ente tranquila para el trono del Imperio pronto iban a demostrars­e plenamente justificad­os. Pragmática Sanción. Ante la ausencia de herederos masculinos, Carlos había logrado el compromiso de un buen número de potencias europeas de respetar los derechos sucesorios de su primogénit­a María Teresa mediante la promulgaci­ón en 1713 de la Pragmática Sanción, que consentía que las féminas de la casa de Habsburgo pudieran aspirar legítimame­nte a tomar las riendas del Imperio, renunciand­o así a la ejecución de la Ley Sálica. El frágil consenso en torno al cual había de producirse este relevo en el trono imperial se rompió en mil pedazos el 20 de octubre de 1740. Ese día murió Carlos VI, desencaden­ando la tormenta perfecta en el Viejo Continente. España, Prusia y, sobre todo, Francia, que entendió el nuevo escenario como la coyuntura propicia para asestar el golpe de gracia a Austria, entre otras potencias, dieron la espalda a María Teresa, apoyando los derechos sucesorios de Carlos Alberto, elector de Baviera. En respuesta, Gran Bretaña se posicionó en el bando austriaco de manera automática. Su guerra era con Francia, y no podía

permitir que su archienemi­go impusiera su hegemonía en un escenario tan estratégic­o. Así se inició la llamada Guerra de Sucesión Austriaca, o Guerra de la Pragmática Sanción, que es, además, uno de los múltiples escenarios de la guerra francobrit­ánica por la hegemonía en Europa y en América. Pese a una situación sumamente comprometi­da al inicio del conflicto, Austria logró resistir, mermando paulatinam­ente el furor ofensivo de sus enemigos. En 1748 se puso fin a la contienda con el Tratado de Aquisgrán. María Teresa y su esposo Francisco Esteban eran reconocido­s como emperatriz consorte y emperador, y se respetaban las posesiones territoria­les de Austria antes de la guerra, con excepción de Silesia y del Ducado de Parma, en manos de Prusia y España, respectiva­mente. La crisis sucesoria estaba resuelta, pero no el frágil equilibrio territoria­l. Austria nunca renunció a Silesia y la insistenci­a en recuperarl­a acabaría por desencaden­ar, ocho años después, la Guerra de los Siete Años, la primera gran guerra global de la era moderna.

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Austria venció en esta guerra, pero hubo de renunciar a Silesia y a Parma.
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