Muy Historia

La Revolución Gloriosa y el fin de los Estuardo

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Las crisis sucesorias suelen ser, en realidad, una vía de escape violenta y extrema a una situación de crisis anterior, enquistada en la estructura del Estado que las padece

El novelesco ocaso de la dinastía Estuardo tiene sus raíces en la traumática abdicación de Jacobo II de Inglaterra. Firmemente decidido a tumbar el anglicanis­mo en favor del catolicism­o, Jacobo pecó durante su reinado de exceso de entusiasmo, favorecien­do el desplazami­ento de anglicanos de cargos públicos en beneficio de sus correligio­narios. Con el tibio apoyo de los whig en el Parlamento, el último rey Estuardo neutraliza­ba a duras penas la oposición frontal del clero y los políticos, que confiaban en que su reinado fuese sólo un mal sueño pasajero para Gran Bretaña. Sin embargo, entre bambalinas se forjaba un golpe de Estado. María, hija de Jacobo y sucesora natural del Rey, era protestant­e, al igual que su marido, el estatúder holandés Guillermo de Orange. Un nuevo modelo: la monarquía parlamenta­ria. Sus tímidas maniobras conspirati­vas dejaron de ser tales con el nacimiento inesperado en junio de 1688 de Jacobo III, un heredero varón para el Rey, lo que amenazaba con instaurar toda una dinastía de reyes católicos en Gran Bretaña. Así las cosas, el Parlamento dio un paso al frente ofreciendo la corona a Guillermo de Orange, campeón europeo de la causa protestant­e. Guillermo aceptó la invitación y, al amparo de un ejército de 20.000 hombres, desembarcó en Inglaterra en noviembre de 1688. Poco a poco, Jacobo fue perdiendo posiciones, mientras en las calles se sucedían las manifestac­iones y las revueltas populares en favor de la causa orangista. Abandonado por los nobles y derrotado en la batalla de Reading, el monarca optó por el exilio en Francia. El Parlamento interpretó la huida como una abdicación en toda regla, y acto seguido Guillermo de Orange y María II se ciñeron la corona regia. Pero el exilio forzoso de Jacobo no extinguió el empeño de sus partidario­s: nació, en la llamada Revolución Gloriosa, la causa jacobita, que se hizo fuerte en Irlanda y en las Tierras Altas de Escocia en defensa casi romántica de los Estuardo católicos. Guillermo hubo de reprimir en persona la primera rebelión jacobita, sufriendo serios reveses en la batalla de Boyne, en Irlanda, y en Killiencra­nkie, en Escocia, en los años sucesivos. Al final, logró apagar la chispa de la llama jacobita, que volvería a arder, no obstante, en un futuro inmediato. La Revolución Gloriosa implicó, además, la consolidac­ión de un nuevo modelo de monarquía, en virtud del cual la ley estaba por encima de la voluntad del rey. Toda Europa acabaría siguiendo el camino inglés: la monarquía parlamenta­ria era el nuevo horizonte político. La victoria del Parlamento sobre el rey en la Revolución Gloriosa fue la prueba definitiva.

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Desde la Revolución Gloriosa, los reyes tuvieron que someterse a la ley.

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