El imperio comanche
Entre 1750 y 1850, este poderoso y aguerrido pueblo aterrorizó a los apaches y otras etnias indígenas, dominó un vasto territorio y tuvo en jaque a los colonos ingleses y españoles.
En los albores del siglo XVIII, los comanches eran cazadores recolectores que vivían en los escarpados desfiladeros de la frontera septentrional del reino español de Nuevo México. En un proceso bastante rápido, se expandieron por el sudoeste de los actuales Estados Unidos y crearon un imperio que controlaba una enorme red comercial, cuyos límites iban de Canadá a Ciudad de México. Influyeron a sus vecinos, aterrorizaron a los belicosos apaches e impusieron sus reglas de juego a los colonos españoles y angloamericanos.
Lejos de la tradicional imagen de indígenas primitivos, los comanches fueron un pueblo poderoso que tuvo en jaque a las potencias europeas que se atrevieron a enfrentarse a ellos. Al menos, así es como los retrata el finlandés Pekka Hämäläinen, profesor de la Universidad de California (Santa Bárbara) y autor de
El Imperio comanche, un libro que narra la fascinante historia de esta tribu.
Durante una centuria, la transcurrida aproximadamente entre 1750 y 1850, fueron el pueblo dominante en aquel vasto territorio, donde difundieron su lengua y su cultura. “Sus habilidades, tanto en el terreno político como en el militar y comercial, les facilitaron la tarea de controlar y explotar xplotar a los desta-desta camentos coloniales de Nuevo México, Texas, Louisiana y el norte de México”, explica Hämäläinen.
Una escisión de los s shoshones. Extrajeron recursos y mano de obra de sus vecinos apaches y euroamericanos mediante el robo, ell secuestro de personas y los impuestos. os. De forma vertiginosa, los comanches es pasaron a ser los «señores de las llanuras uras meridionales». Mientras lograban gran ran influencia política y económica, lass colonias españolas y otras tribus agrícolas las padecían los inconvenientes de vivirir en la periferia de un imperio que se dirigíarigía desde Madrid.
Después de la independenciaependencia de México (1821), aquel inmensonmenso territorio pasó a ser r parte del nuevo país. Pero o lejos de desaparecer, el control ontrol
Sofisticados y belicosos. Así fueron los comanches, muy dis
tintos a la imagen transmitida por los westerns. Izda., representación moderna de una danza tradicional comanche. Dcha.,
un jefe ute, sus aliados. comanche continuó con mayor fiereza si cabe. A diferencia de las potencias imperiales euro-americanas, los comanches no pretendían establecer asentamientos coloniales a gran escala. Para alcanzar sus objetivos, aprovecharon el potencial económico de sus rivales.
Pero ¿de dónde provenía aquella poderosa tribu de guerreros? Sus orígenes hay que buscarlos en la tribu de los shos-hones, que se asentaba en las montañas de Utah. A finales del siglo XVII se escindieron en dos facciones. Una de ellas se dirigió hacia el sur y desapareció varios años de los registros arqueológicos, hasta que reapareció a principios del siglo XVIII en los documentos españoles con el nombre de comanches. En 1706, los habitantes del pueblo de Taos, situado en el rincón septentrional de Nuevo México, enviaron noticia al gobernador español de Santa Fe de que la aldea esperaba un ataque inminente de los indios utes y de sus nuevos aliados, los comanches.
En busca de caballos. Aquel documento fue la primera aparición de esta tribu en la Historia escrita. Dos décadas después, cuando sus guerreros atacaron con violencia los territorios fronterizos del norte de Nuevo México, las autoridades españolas buscaron información sobre ellos. Uno de esos altos cargos fue el brigadier
Pedro de Rivera que, en 1726, trató de reunir información coherente de un pueblo “tan bárbaro como belicoso, cuyo origen se ignora”.
Hämäläinen cree que el motivo de la migración de los shoshones al sur pudo ser su deseo de acceder a los caballos, que acababan de empezar a propagarse en gran número hacia el norte desde el territorio español de Nuevo México. La revuelta de los indios pueblo en 1680 expulsó a los conquistadores españoles durante unos años. En aquel lapso de tiempo, esta tribu se hizo con muchos caballos y vendió parte de ellos a los indios vecinos de las praderas y las montañas. Los comanches (shoshones) empezaron a adquirirlos en torno a 1690, y en pocos años prosperaron gracias a su repentina capacidad para desplazarse, cazar y guerrear.
Aliados de los ute. En aquel tiempo, los comanches formaron una alianza política y militar con la tribu ute que reportó ventajas estratégicas a ambos grupos. Los ute estaban en guerra contra los navajos por los privilegios comerciales y de saqueo en el norte de Nuevo México, y ansiaban obtener ayuda militar para contenerlos. En contrapartida, los ute proporcionaron información a los comanches para que se adaptaran a la cultura del caballo, lo que estos hicieron con asombrosa rapidez y facilidad.
Aquel animal podía acarrear cien kilos de carga en el lomo y arrastrar en un travois hasta ciento cincuenta, cuatro veces más que un perro grande. El travois era un sistema de transporte que iba amarrado a perros y caballos y que fue ampliamente utilizado por las tribus indígenas en las llanuras. Además, los equinos españoles eran capaces de recorrer el doble de distancia diaria que un perro. Gracias a los caballos, los comanches pudieron transportar más pieles, carne y utensilios domésticos, así como buscar caza y recursos en territorios más distantes. El comercio mejoró y las tácticas de caza y guerreras incrementaron el poder de las rancherías comanches.
En la década de 1710, tan sólo una generación después de haber conseguido los primeros ejemplares, los comanches iniciaron incursiones a caballo en el norte de Nuevo México. Los ute llevaban comerciando en este territorio desde la década de 1680 y habían acumulado suficientes armas y utensilios de metal de origen español para entregar algunos a sus aliados. Aquel regalo de los ute hizo que los comanches pasaran de la Edad de Piedra a la del Hierro en un abrir y cerrar de ojos. Los cuchillos, punzones y pucheros de hierro eran más eficaces que sus equivalentes de piedra, hueso y madera, lo que aceleraba las tareas cotidianas de cazar, cocinar, coser y guerrear.
Con la ayuda de los ute, los comanches se incorporaron al comercio de esclavos, una práctica consolidada en Nuevo México y estimulada por las ambigüedades del sistema legal y colonial que imponía Madrid. Las leyes españolas prohibían expresamente la compra, venta y tenencia de esclavos indios, pero los colonos de Nuevo México encubrían aquel comercio ilegal con el pretexto de salvar indígenas, cuyas almas estaban prisioneras de los “feroces y paganos” comanches.
Una imagen aterradora. Antes de entrar en batalla, los “señores de las llanuras” pintaban sus caballos con franjas rojas, negras y blancas, y teñían sus propios cuerpos de rojo para mostrar al enemigo una imagen aterradora. “Los jefes de las partidas de guerra utilizaban tocados o penachos de plumas de águila y algunos de los guerreros más intrépidos se cubrían la cabeza con un gorro hecho con un escalpe de búfalo, que iba adornado también con plumas e incluía los cuernos del animal”, escribe el historiador mexicano Cuauhtémoc Velasco Ávila en su libro La frontera étnica en el noreste mexicano: los comanches entre 1800 y 1841. A principios del siglo XVIII, la coalición de indios ute y comanches dominaba los territorios fronterizos septentrionales de Nuevo México. Los aliados aprovecharon los asen-
tamientos españoles como almacenes de recursos. “A veces vendían y realizaban incursiones en el norte de Nuevo México, otras intercambiaban esclavos y pieles por caballos, maíz y utensilios de metal, y otras veces huían con ganado y víveres robados”, recuerda Hämäläinen. El frágil control del imperio español de sus fronteras septentrionales no lograba mantener unidas a las aldeas, y la región empezó a desintegrarse política y socialmente.
Nace la Comanchería. Cuando los españoles empezaron a tomar conciencia de lo peligrosa que era la situación en la frontera, los ute y sus feroces aliados decidieron desplazarse a las vastas praderas que se abrían al este. En menos de una generación, los comanches añadieron a su territorio las llanuras sudorientales mientras continuaban presionando en la frontera septentrional del imperio español, desde el norte de Nuevo México hasta la zona central de Texas. La conquista de la cuenca alta del Arkansas en la década de 1720 marcó el final de la primera fase de expansión comanche. Aquel ámbito territorial, que ocupaba, de Norte a Sur, el espacio comprendido entre el valle del Arkansas y el río Cimarrón, era rico en pasto y bisontes. La zona más apreciada era la denominada Big Timbers (Grandes Árboles) de Arkansas, un bosque denso de chopo americano regado por vías fluviales que fue el núcleo sobre el que se extendió la Comanchería.
Mientras España fortificaba sus fronteras coloniales, los comanches
La vida ecuestre y el dominio del caballo fue la principal clave del poderío comanche
trazaron el mapa de sus territorios. A finales de la década de 1770, Nuevo México y Texas se convirtieron en la periferia de un nuevo orden que giraba en torno a la Comanchería, cuya población superaba las 40.000 personas. En el momento de mayor poderío, a principios del siglo XIX, el im- perio comanche se componía de unas cien rancherías que se dispersaban a lo largo y ancho de la Comanchería. Esta era la unidad básica que agrupaba a una red de familias aliadas.
Superpotencia en expansión. Antes de que concluyera la década de 1730, los comanches habían acumulado caballos suficientes para proporcionar monturas a todos sus guerreros. Realizaron migraciones estacionales en función de la disponibilidad de bisontes, pasto para los caballos, madera y agua. En la década de 1740, los comanches y los ute libraron una brutal guerra en Nuevo México, provocando la desolación al norte de Albuquerque. Las autoridades españolas contraatacaron con expediciones de castigo esporádicas.
Tras sufrir algunas derrotas, los comanches instauraron con rapidez
una red de alianzas que estabilizó sus fronteras oriental y septentrional y consolidó su dominio sobre las praderas del este de Nuevo México. Cuando firmaron el tratado de 1762, los comanches ya habían iniciado una nueva expansión. En menos de una década, su imperio abarcaba la totalidad de las llanuras de Texas, una vasta extensión de territorio que se extendía desde el río Pecos, en el oeste, al Cross Timbers, en el este, y la inmensa región que iba desde el río Rojo, en el norte, hasta la Escarpadura de Balcones, en el sur.
Aquella expansión convirtió a los comanches en una superpotencia que ocupaba un territorio de más de 400.000 kilómetros cuadrados. La necesidad de ensanchar su economía de caballos y bisontes les ha- bía llevado a las praderas en torno a 1700. Setenta años después, en 1770, esa misma necesidad les llevó a las llanuras de Texas. Todo su mundo giraba en torno a su capacidad para sustentar el aumento de sus ya abultadas manadas de caballos, y fue este imperativo el que los atrajo hacia la Texas española.
Guerra permanente. Aquel territorio estaba salpicado de misiones, presidios (asentamientos) y ranchos civiles mal defendidos, lo que lo convertía en un objetivo para los guerreros comanches. La primera línea de frontera del imperio español en Texas era San Antonio, uno de tantos pueblos fundados por los misioneros franciscanos cuando las vastas regiones de Coahuila, Texas y California pertenecían a la Corona española.
En 1779, el gobernador de Nuevo México, el español Juan Bautista de Anza, reunió un ejército que incluía indígenas para enfrentarse al jefe comanche Cuerno Verde, cuyos guerreros atacaban los asentamientos coloniales. Anza planeó una incursión en territorio enemigo, donde tendió una trampa a Cuerno Verde. En septiembre, el jefe comanche y una treintena de sus guerreros fueron abatidos por los seiscientos hombres de Anza. Aquella pírrica victoria fue tan sólo una escaramuza más en la permanente guerra que enfrentaba a la Corona española y a los comanches; una guerra larvada que heredó México cuando se inde- pendizó en 1821.
Los comanches lograron explotar más a fondo que otras tribus las inmensas reservas bioenergéticas almacenadas en las manadas de bisontes. Al reinventarse a sí mismos como cazadores a caballo, dependieron totalmente de una única fuente de alimento, el bisonte, que les proporcionó una acelerada ingesta de calorías, lo que facilitó el crecimiento demográfico rápido y sostenido de su pueblo.
Las claves de su éxito. Pero, si el modo de vida ecuestre ofrecía tantas ventajas económicas, demográficas y militares, ¿por qué no lo adoptaron otras tribus como los apaches? La respuesta hay que buscarla en la diferente trayectoria evolutiva de ambos grupos, así como en las diferencias de actitud hacia las innovaciones y el cambio cultural. Cuando estallaron las guerras entre comanches y apaches a principios del siglo XVIII, estos atravesaban un largo proceso de transformación en pueblo agrícola. Las labores de cosecha y sus relaciones sociales y creencias hicieron casi imposible que los apaches retornaran al nomadismo y la caza.
Por el contrario, para los comanches el paso a una vida ecuestre apenas supuso esfuerzo. Su abrumadora fuerza militar les habría permitido destruir muchos asentamientos de Nuevo México y Texas y expulsar a la mayor parte de los colonos al otro lado de sus fronteras, pero prefirieron comerciar con los asentamientos coloniales, ya que les servían de vías de acceso a los inmensos recursos del imperio español. Al contrario que los estadounidenses, el objetivo de los comanches no era conquistar y colonizar, sino
coexistir, controlar y explotar.
Nuevo México y Texas lindaron con las diversas rancherías durante toda la era colonial. Aunque a menudo sufrieron la presión de aquellos belicosos guerreros, las colonias resistieron la embestida indígena, lo que permitió a España afirmar que su dominio imperial en aquellos vastos territorios era arrollador. “Sin embargo, aquel dominio era una ilusión que sólo existió en los mapas europeos, pues los comanches controlaban una parte muy extensa de todos los bienes materiales que se podían utilizar en Nuevo México y Texas”, señala Hämäläinen.
El final de su imperio comenzó el mismo día que Estados Unidos derrotó a México. En 1848, ambos países firmaron el tratado de Guadalupe Hidalgo, por el que México cedió a Washington los territorios de California, Nevada, Nuevo México, Utah y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Por aquellos años, el presidente estadounidense James Monroe esbozó la política expansionista de su país y los planes de exclusión de las tribus nativas.
Una de las razones por la que los comanches tomaban cautivos era para incrementar su población. En general eran varones de entre 4 y 10 años, lo que facilitaba su integración en las rancherías. En el caso de las mujeres, su captura respondía a la necesidad de la tribu de nuevas féminas para llevar a cabo las tareas domésticas y el cuidado de los caballos. Destaca el caso de la estadounidense Cynthia Ann Parker, que siendo niña fue secues-
Este pueblo llegaría a ser una superpotencia que ocupaba un territorio de más
de 400.000 km2
trada por los comanches. Se casó con el jefe Peta Nocona y tuvo tres hijos. Años después fue liberada, pero ella se sentía una más de la nación comanche. Tras la muerte de su hija, dejó de comer y murió.
Declive y ocaso. Uno de sus hijos, el guerrero Quanah Parker, se convirtió en una pesadilla para la caballería estadounidense en las batallas que se sucedieron en la frontera de Texas. En aquellos años, cuando Washington decidió eliminar el problema indígena en aquel territorio, los comanches ya habían iniciado su declive. Se sentían furiosos con los cazadores blancos, que estaban masacrando las manadas de bisontes. Sabían que el exterminio de su animal sagrado sería el ocaso de su pueblo. En junio de 1874, los comanches que encabezaba Quanah Parker se aliaron con indios kiowas, cheyennes y arapahoes para asaltar Adobe Walls, un antiguo puesto comercial ubicado al norte de Texas en el que vivían algunos soldados y una cincuentena de cazadores. Aunque apenas infligieron bajas a los blancos, el ataque de los seiscientos indios fue un revulsivo que puso en pie de guerra a los nativos de las praderas. Desde Texas a Colorado, las tribus se levantaron en armas. El gobernador les amenazó con la persecución hasta la muerte si no se avenían a presentarse en las reservas. Algunos se rindieron, pero Quanah y sus hombres continuaron combatiendo contra la caballería durante el durísimo invierno de 1874. Tras múltiples escaramuzas con los soldados, Quanah comprendió que seguir luchando era el suicidio para su pueblo. Se entregó en Fort Sill el 2 de junio de 1875. Él y sus guerreros fueron los últimos comanches que vivieron en libertad en las praderas meridionales de Texas. El auge asombroso que habían experimentado los “señores de las llanuras” en el último siglo quedó desde entonces en el olvido. Su derrota fue el símbolo del triste final de las tribus indígenas en Estados Unidos.