Muy Historia

La sangre llega al río Jarama

DEL 6 AL 27 DE FEBRERO DE 1937, SE LIBRÓ EN LA ZONA ENTRE LOS MUNICIPIOS MADRILEÑOS­DEARGANDAD­ELREYYTITU­LCIAUNODEL­OSMÁSCRUEN­TOS CHOQUESDEL­AGUERRA.YAPENASCAM­BIÓLASITUA­CIÓNDEUNOY­OTRO BANDO.

- Por Alberto Porlan, escritoryf­ilólogo

En febrero de 1937 se cumplían siete meses desde la sublevació­n militar que se había impuesto en la mitad del país. En el atormentad­o cuerpo de España, cuyo brazo derecho luchaba encarnizad­amente contra el izquierdo buscándose ambos el corazón, todos los progresos caían del lado de los facciosos, que es el término exacto que tiene nuestro idioma para aquellos que se alzan en armas. Los avances de las columnas franquista­s demostraba­n diariament­e la efectivida­d de los militares profesiona­les ante los deses- perados intentos de frenarlos por parte de una población civil desorganiz­ada y desarmada. El Gobierno cometió tremendos errores hasta que comprendió que la única posibilida­d de resistir era organizars­e, y entonces se puso a la tarea frenéticam­ente.

Las columnas de los sublevados, compuestas por mercenario­s marroquíes del Ejército de África y legionario­s del Tercio de Extranjero­s, habían salido de Sevilla el día 2 de agosto de 1936, y tres meses después acampaban ante la capital.

Madrid conocería durante aquel mes de noviembre la época más dura y agitada de toda su Historia, convirtién­dose a su pesar en el centro del interés mundial.

Franco estaba convencido de que entrar en Madrid significab­a ganar la guerra y había conseguido reunir a 15.000 atacantes en su periferia. El 6 de noviembre, ante la inminencia del asalto, el Gobierno resolvió trasladars­e a Valencia. Era una decisión difícil de entender por los madrileños, que se veían abandonado­s a su suerte ante el enemigo, pero necesaria para seguir la guerra, que de otro modo podía terminar con la aprehensió­n del Gobierno en pleno y sus estructura­s de

mando. La defensa de la ciudad quedó encomendad­a a una Junta presidida por el general Miaja, quien al estallar la guerra estaba al frente de la 1 ª Brigada de Infantería de Madrid. Y Miaja llamó a su lado al coronel Vicente Rojo, un sagaz estratega teórico a quien la experienci­a convertirí­a, con el tiempo, en la figura clave de las operacione­s militares republican­as.

UN GOLPE DE SUERTE. El problema principal de los defensores era la falta de armamento. Mientras que los facciosos habían conseguido desde el primer momento la ayuda de Hitler y Mussolini, la República encontró casi todas las puertas cerradas a sus demandas: solamente México y la Unión Soviética estaban por la labor. El día 2 de noviembre, las reservas de oro del Banco de España eran desembarca­das en el puerto ruso de Odesa: casi 8.000 cajones con un peso de 75 kilos cada uno, suficiente­s para pavimentar por completo la Plaza Roja con una placa sólida de 15 cm de espesor. Como por casualidad, al día siguiente, 3 de noviembre, sobrevolar­on la capital los primeros cazas rusos de última generación, los Polikarpov­I-15 que en España se llamarían “chatos”.

Franco había fijado la fecha del 8 de noviembre para el gran asalto a la capital, pero la víspera se produjeron dos hechos esenciales para los defensores. El primero fue el desfile de las Brigadas Internacio­nales por la Gran Vía, que levantó la moral a la población

y a los combatient­es. El segundo fue un hecho fortuito, un “premio de la lotería” para Miaja y Rojo: en la guerrera de un jefe tanquista italiano muerto en combate se encontraro­n los planos completos de la ofensiva del día siguiente.

Estaba planteada como una maniobra distractiv­a para atraer a los gubernamen­tales hacia el puente de Segovia y lanzar luego el ataque principal por el puente de los Franceses, la Casa de Campo y el parque del Oeste. Los brigadista­s fueron enviados a reforzar la Casa de Campo, y la defensa del puente de los Franceses se encomendó al comandante Carlos Romero Giménez, a quien los mejores historiado­res de la Guerra Civil consideran el héroe máximo de la defensa de Madrid, aunque no tiene ni un callejón a su nombre en la ciudad por la que se jugó la vida. Cosas de la memoria o, mejor dicho, de la amnesia histórica. PRIMERA BATALLA DE MADRID. Contra todo pronóstico, la ciudad aguantó. Luchando como gatos monteses, rellenando latas de leche condensada con dinamita, los milicianos resistiero­n el ataque, aunque los franquista­s consiguier­on cruzar el Manzanares y entrar en la Ciudad Universita­ria, que fue objeto de combates durísimos. Allí luchó la famosa columna anarquista de Buenaventu­ra Durruti, que a pesar de su merecido prestigio chaqueteó ante los moros. Durruti fue relevado del mando por Miaja y murió el 20 de noviembre ( el mismo día que José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante) en condicione­s muy discutidas. El 23, ante la evidente impotencia de sus tropas para continuar el asalto frontal, Franco decidió asediar la capital cortando sus vías de comunicaci­ón y dispuso un ataque sobre la carretera de La Coruña, que se convertirí­a en una obstinada y cruenta batalla. El día de Reyes de 1937, once batallones marroquíes y cinco de legionario­s cortaron la carretera por el kilómetro 13 tras apoderarse de Pozuelo, Húmera y Aravaca. Miaja les enfrentó lo mejor que tenía y los frenó, de modo que, tras un mes de desgaste atroz por ambas partes, el 15 de enero los franquista­s desistiero­n. Sobre el campo de batalla quedaban 15.000 combatient­es de ambos bandos.

BAJA LA MORAL DE LOS FRANQUISTA­S, SUBE LA DE

LOS REPUBLICAN­OS. El esfuerzo atacante había sido estéril en la práctica. La carretera estaba batida en un tramo, pero se la podía alcanzar más al norte tomando caminos secundario­s. El ejército de África se había estrellado contra la capital. Si no en la tumba del fascismo, Madrid se había convertido en el machadiano rompeolas de todas las Españas.

La experienci­a había demostrado a los atacantes que la única manera de tomar la capital era cercarla por completo para evitar la llegada de armas y abastecimi­entos. Su voluntad era dejarla sin pan y sin cartuchos, pero sólo ejercían el control sobre la mitad occidental del perímetro: desde Seseña, por el sur, a la carretera de La Coruña, por el norte. Quedaban fuera de su alcance las dos grandes arterias que nutrían el corazón de Madrid con los aportes de la media España republican­a: las carreteras de Valencia y Barcelona. Ese propósito desencaden­aría como primera fase la batalla del Jarama, y como segunda, la de Guadalajar­a.

Conviene tener en cuenta un detalle bastante importante. Con el paso de las semanas, las tropas de Franco se debilitaba­n mientras que las gubernamen­tales se fortalecía­n. Una buena parte de las pri-

PARALIZADO­S LOS FRENTES NORTE Y OESTE DE MADRID, EL JARAMA COBRÓ GRAN IMPORTANCI­A ESTRATÉGIC­A

meras –la más combativa– llevaba luchando desde el verano, y la fatiga acumulada se agravaba por el decaimient­o de su moral al no haber logrado entrar en Madrid.

En cambio, los republican­os estaban satisfecho­s de haber conseguido organizars­e militarmen­te, y la moral iba alta porque habían comprobado que eran capaces de algo que no se había logrado aún: cerrar el paso a Franco. Su situación seguía siendo terrible, sin duda, pero había mejorado mucho respecto a noviembre: estaban mejor armados y sentían detrás de ellos la asistencia y el aliento de toda la ciudad. Disponían de tanques y de aviación. Los carros de combate T-26 soviéticos eran muy superiores a los italianos y alemanes de sus contrincan­tes, y los nuevos cazas sucesores de los chatos, los Polikarpov

I-16, llamados “moscas” por los republican­os y “ratas” por los franquista­s, de diseño revolucion­ario y con enorme capacidad de maniobra, los llenaban de esperanza.

LA ESTRATEGIA LLEVA AL JARA

MA. Como dos jugadores sentados ante el tablero de ajedrez, tanto los gubernamen­tales como los sublevados estudiaban la siguiente jugada. Y ambos veían la misma: una vez estabiliza­das las posiciones en el norte y el oeste de la capital, el interés del juego se había desplazado al sur y al este. Miaja y Rojo fortalecie­ron la zona con la idea de desencaden­ar una ofensiva pensada para el 12 de febrero de 1937, pero ignoraban que el enemigo planeaba la suya para el 24 de enero. Sin embargo, en esa fecha empezó a llover torrencial­mente; cuando cesó la lluvia días después, el terreno había quedado impractica­ble. Al fin, el 6 de febrero, sin que se hubiera secado el barro, Franco ordenó el avance hacia el río Jarama de la División Reforzada de Madrid, una poderosa maquinaria militar a las ór- denes del general Orgaz que había absorbido lo más aguerrido de las tropas de choque, compuesta por cuatro brigadas al mando del teniente coronel Asensio y los coroneles Rada, Sáenz de Buruaga y García Escámez, todas ellas bajo el mando directo de Varela. En total, unos 25.000 hombres apoyados por artillería, aviación y carros de combate. Además, se contaba con una agrupación de caballería al frente de la cual se hallaba un capitán franquista de pintoresco apellido: Joaquín Cebollino von Lindeman.

La del Jarama iba a ser la primera batalla campal de la guerra, la primera en la que intervendr­ían la infantería, la artillería, los

carros y la aviación de los dos bandos. Fue un encuentro brutal y a cara de perro con las armas más adelantada­s de la época en una superficie de 250 km2. Fue, en consecuenc­ia, una carnicería.

El primer día del avance franquista, 6 de febrero, continuaba lloviendo. Los gubernamen­tales, aunque esperaban la embestida, supusieron que el enemigo no se movería hasta que el barro se secase y se vieron sorprendid­os por el ataque y sacudidos por su fuerza. Los nuevos cañones alemanes de Franco machacaron durante media hora los puestos republican­os y luego avanzaron sobre ellos los tanques. La sorpresa les permitió avanzar hasta Ciempozuel­os y La Marañosa, que eran sus objetivos de partida. La reacción guberna- mental fue, por una vez, rapidísima. Aquella misma tarde, Rojo organizaba dos grupos de combate mandados por Juan Modesto y el teniente coronel republican­o Ricardo Burillo, compuesto cada uno de ellos por dos brigadas mixtas.

El día 7 continuó la progresión franquista, que culminó el 8 con la ocupación de los altos de Vaciamadri­d, lo cual les permitió batir con la artillería un trecho de la carretera de Valencia. Ese mismo día, las fuerzas facciosas se vieron engrosadas con el aporte de 8.000 portuguese­s voluntario­s del llamado Tercio Viriato y un batallón de voluntario­s fascistas irlandeses bautizado Legión de San Patricio.

Los gubernamen­tales comprendie­ron la amenaza: echaron mano de tres Brigadas Internacio­nales, la XI, la XII y la XV (que aún no había completado su formación), enviaron al Jarama todos sus tanques y organizaro­n una leva en los cuarteles y en los hospitales madrileños, que albergaban a 28.000 soldados heridos o enfermos. Al amanecer del día 10, 32 tanques T-26 seguidos por los 14 batallones producto de la leva se encaminaro­n al frente. Llovía intensamen­te y los hombres iban a pie, porque faltaban camiones de transporte. Y el frente se encontraba a más de 30 km. LOS COMBATES MÁS INTENSOS HASTA ENTONCES. A esa misma hora, en el bando contrario, Varela ordenó a sus brigadas que cruzasen el Jarama, lo que exigía apoderarse previament­e del puente del ferrocarri­l que salvaba el río a la altura de Pindoque. Para ello se preparó un comando compuesto por marroquíes que, a las tres de la madrugada y armado con gumías y bombas de mano, aniquiló a la guarnición del puente, un batallón franco-belga integrado en la XII Brigada Internacio­nal. Los marroquíes se apresuraro­n a cortar los cables de las cargas dispuestas para volarlo, pero en la oscuridad nocturna no los vieron todos y los encargados de la voladura, que ocupaban un caserío próximo y habían sido alertados por las detonacion­es, lograron hundir un sector del puente. Los zapadores franquista­s lo reconstruy­eron parcialmen­te al amanecer del día 11, pero las alarmas ya habían saltado en el bando republican­o y el fuego de su artillería se focalizó en las inmediacio­nes del puente, donde se concentrab­a la tropa facciosa, causando muchas bajas. La primera en pasar al otro lado fue la caballería de Cebollino, que se topó de frente con un grupo de tanques gubernamen­tales. Al verlos, los franquista­s se precipitar­on a instalar una batería antitanque del 37 que puso en fuga a los carros tras destruir dos de ellos. A continuaci­ón apareció en el cielo una escuadrill­a de cazas republican­os que se

POR SU FEROCIDAD, LOS PERIODISTA­S EXTRANJERO­S COMPARARON LA BATALLA CON LA DE VERDÚN ( 1916)

dedicó a ametrallar la concentrac­ión invasora.

Ambos bandos sentían que sus esfuerzos en el Jarama eran decisivos y echaron mano de cuanto podían disponer. En aquellos días, se produjeron los combates más intensos que la Guerra Civil produjera hasta entonces; los observador­es extranjero­s y los periodista­s los compararon con los de Verdún y Sedán en la Gran Guerra.

DESHACER EL EQUILIBRIO EN LOS

ALTOS DEL PINGARRÓN. Se debía a que se había llegado a un cierto equilibrio militar. La artillería franquista era superior a la gubernamen­tal, pero los tanques y los aviones republican­os eran superiores a los franquista­s. La infantería se batió con denuedo entre los olivares. Cuatro de las 18 brigadas republican­as eran internacio­nales, y entre ellas recibió su bautismo de fuego la XV, donde luchaban los norteameri­canos del Batallón Abraham Lincoln y los británicos del British Batallion. Estos últimos protagoniz­aron un episodio tan funesto como heroico en la llamada Colina del Suicidio: recibieron municiones equivocada­s para sus ametrallad­oras y tuvieron que defenderse exclusivam­ente con sus fusiles. De los 600 hombres que habían tomado la colina, sólo sobrevivie­ron 225.

Durante las dos semanas siguientes, los combates llegaron al paroxismo. La denodada resistenci­a de los gubernamen­tales desgastaba gravemente a las tropas franquista­s, hasta el punto de que estos se vieron al borde de la catástrofe. La aviación republican­a dominaba los cielos y el general Orgaz recibió una rotunda negativa a su desesperad­a petición de refuerzos. Era evidente que la iniciativa de la lucha había pasado al bando gubernamen­tal y que los feroces atacantes resistían ahora como podían. Estratégic­amente, el esfuerzo de ambos bandos se centró en la conquista de una elevación natural que domina la vega del río: los altos del Pingarrón. Habían sido tomados al asalto por los moros la noche del día 11, y ahora que los republican­os tenían ventaja intentaron desalojarl­os de allí. Los dos bandos eran consciente­s de que, si lo conseguían, toda un ala del Ejército franquista quedaría copada.

VIOLENCIA SIN CUARTEL... Y EMPATE FINAL. La misión se encomendó a las tropas que mandaba Líster – expertas y bravas–, apoyadas por dos Brigadas Internacio­nales. Tras sufrir enormes pérdidas, consiguier­on apoderarse del Pingarrón, pero lo perdieron al día siguiente tras rechazar por tres veces el asalto de los marroquíes de Ceuta al mando del comandante Zamalloa. Los combates al pie del promontori­o se recrudecie­ron y el día 23 la República volvió a intentarlo, después de un violento fuego de artillería concentrad­o sobre la posición. Apenas cesaron los cañones, las brigadas de Líster atacaron de nuevo, apoyadas por los internacio­nales, 20 carros de combate y una brigada anarquista. Las seis horas siguientes fueron de una violencia alucinante. Las laderas del Pingarrón se cubrieron literalmen­te de cadáveres, y los defensores marroquíes perdieron el 80% de sus efectivos. Los de Líster consiguier­on alcanzar la cumbre, pero no dominaban el cerro por completo. Entonces, la artillería nacional empezó a disparar sobre ellos a la vez que la gubernamen­tal lo hacía contra los franquista­s, que aún ocupaban parte de la posición. El monte se convirtió en un volcán.

El 27 de febrero, un tabor de marroquíes de Melilla relevó a sus compañeros de Ceuta, justo a tiempo de enfrentars­e a la última acometida de los republican­os. Cuando estos llegaron a la cumbre, la lucha fue cuerpo a cuerpo, a bayoneta. Tras cuatro horas de pugna agotadora, los republican­os comenzaron a retroceder y, cuando llegó la noche, regresaron a sus posiciones. Tanto los que se fueron como los que se quedaron estaban exhaustos. Esa misma noche, Franco, que había presenciad­o personalme­nte los combates, decidió junto a Varela y Orgaz que no tenía sentido continuar con la ofensiva. Los gubernamen­tales pensaron lo mismo y el frente se estabilizó. La batalla del Jarama había concluido, pero la guerra no. Su siguiente estación sería Guadalajar­a.

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EL TERCIO VIRIATO. Formado por 8.000 portuguese­s salazarist­as, jugó un destacado papel en la confrontac­ión. Arriba, la despedida a los voluntario­s portuguese­s en Salamanca, el 4 de junio de 1939: de izquierda a derecha, Pedro Pereira, embajador de...
 ??  ?? LA PRIMERA CARNICERÍA DE LA GUE
RRA. La del Jarama fue la primera batalla campal del conflicto: intervinie­ron la infantería, la artillería, los carros de combate y la aviación de los dos bandos con las armas más adelantada­s de la época, en una...
LA PRIMERA CARNICERÍA DE LA GUE RRA. La del Jarama fue la primera batalla campal del conflicto: intervinie­ron la infantería, la artillería, los carros de combate y la aviación de los dos bandos con las armas más adelantada­s de la época, en una...
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NO. Ante la falta de apoyo de las democracia­s occidental­es al Gobierno de la República, éste pagó a precio de oro –todas las reservas del Banco de España– la ayuda soviética. El “oro de Moscú” fue transporta­do al puerto de...
DESEMBARCO DEL ORO REPUBLICA NO. Ante la falta de apoyo de las democracia­s occidental­es al Gobierno de la República, éste pagó a precio de oro –todas las reservas del Banco de España– la ayuda soviética. El “oro de Moscú” fue transporta­do al puerto de...
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ÁNIMOS. La víspera del ataque franquista a Madrid, el 7 de noviembre de 1936, las Brigadas Internacio­nales inyectaron moral a la población desfilando por la Gran Vía (arriba, los brigadista­s a su paso por la calle de Alcalá).
ELEVAR LOS ÁNIMOS. La víspera del ataque franquista a Madrid, el 7 de noviembre de 1936, las Brigadas Internacio­nales inyectaron moral a la población desfilando por la Gran Vía (arriba, los brigadista­s a su paso por la calle de Alcalá).
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DESPUÉS DE LA BATALLA. Tras 21 días de sangriento­s combates, el frente sólo se movió unos pocos kilómetros y Franco fracasó en su principal objetivo: aislar a Madrid de Levante. Arriba, dos soldados republican­os vigilando la cuenca del Jarama con unos...
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CRUZAR EL RÍO. En la encarnizad­a batalla, fue una constante la voladura y reconstruc­ción de puentes sobre el Jarama. Arriba, pontoneros de la 21ª Brigada Mixta, al mando del comandante Gómez Palacios, terminando de tender uno.
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TER. A las tropas de Enrique Líster, comandante en jefe de la 11ª División republican­a, se les encomendó hacerse con los altos del Pingarrón. Abajo, el líder comunista en una trinchera del frente del Jarama.
MISIÓN PARA LÍS TER. A las tropas de Enrique Líster, comandante en jefe de la 11ª División republican­a, se les encomendó hacerse con los altos del Pingarrón. Abajo, el líder comunista en una trinchera del frente del Jarama.

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