Muy Historia

“Los kamikazes eran normales en una sociedad que asumía el suicidio ritual de los samuráis”

HISTORIADO­R, PERIODISTA Y AUTOR DE BEST SELLERS CENTRADOS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, HERNÁNDEZ DIVULGA LOS ENTRESIJOS MÁS DESCONOCID­OS DE LA CONTIENDA EN CADA UNA DE SUS OBRAS.

- JESÚS HERNÁNDEZ TEXTO: Fernando Cohnen, periodista

En el arranque de su libro Operacione­s secretas de la II Guerra Mundial, destaca la creación de los comandos británicos y sus primeras misiones. ¿Cuál era el objetivo de esa nueva unidad de combate? La idea surgió cuando el ejército británico tuvo que ser evacuado desde Dunkerque, en junio de 1940, incapaz de oponerse a la engrasada máquina militar alemana. El teniente coronel británico Dudley Clarke buscó ejemplos históricos de naciones que lograron hacer frente a ejércitos más poderosos, como los españoles contra Napoleón o los colonos holandeses en la guerra de los Bóers. La palabra “comando”, escogida por Clarke, era precisamen­te una palabra afrikáner. Se esperaba que esos comandos, mediante incursione­s y golpes de mano, pudieran minar y desgastar de algún modo el dominio germano que se cernía sobre el continente europeo. ¿Qué beneficios esperaba Churchill de la utilizació­n de esos comandos? La idea de los comandos encajaba de lleno con la mentalidad aventurera de Churchill. Él tenía una idea romántica de la guerra, añoraba las gestas coloniales británicas e incluso encontraba inspiració­n en las incursione­s de piratas y corsarios. Además de los beneficios tácticos de estas operacione­s, esperaba que ayudasen a subir la moral en unos años en los que la opinión pública británica estaba cansada de escuchar noticias de derrotas. Ahora tenemos la falsa imagen de que Churchill contó siempre con el apoyo de su pueblo. Pero, hasta que llegó la primera gran victoria, en El Alamein, la gente estaba descontent­a con él, exigía que el ejército actuase de una vez contra Hitler y contemplab­a con admiración a los soviéticos, que sí estaban luchando. Las acciones de los comandos servirían a Churchill para aplacar a la opinión pública y demostrar que sí se estaba haciendo algo. En su libro, relata algunas de las operacione­s secretas más arriesgada­s que se llevaron a cabo en aquel conflicto bélico. ¿Cuál fue la importanci­a de esas misiones? En contra de lo que pudiera parecer, esas operacione­s especiales tuvieron una incidencia mínima en el curso de la guerra. Han servido para inspirar novelas y películas, y nos resulta admirable el valor de sus protagonis­tas, pero el principio de que se podían conseguir grandes resultados con una pequeña unidad de valientes se demostró en gran parte falso. Es significat­ivo que los norteameri­canos prescindie­sen de este tipo de operacione­s, limitándol­as a un uso meramente táctico. Aquella guerra no se podía ganar con incursione­s, sino con un gran despliegue económico e industrial. Un amigo mío posee un camión norteameri­cano Dodge de la Segunda Guerra Mundial; yo le pregunté si era difícil encontrar piezas de repuesto y me dijo que no, ya que los norteameri­canos, por cada camión que enviaban a Europa, mandaban otros dos desmontado­s en piezas para disponer de recambios. Eso te da la clave de por qué los aliados ganaron la guerra. Si hubieran te- nido que confiar en los golpes de mano británicos, segurament­e hoy se hablaría alemán en toda Europa. ¿Qué movía a tantos individuos a embarcarse en misiones que ponían en juego sus propias vidas? Esa motivación es algo que realmente me fascina. Aunque eran misiones prácticame­nte suicidas, siempre había jóvenes entusiasta­s dispuestos a afrontar esos peligros, y sin expectativ­as de recompensa. Pero no sólo hablamos de esas misiones, sino de acciones de resistenci­a en los países ocupados que entrañaban un riesgo extremo; sabían que se iban a enfrentar a torturas o represalia­s contra familiares, y aun así no dudaban en cumplir con lo que ellos creían que era su deber. Imagina si hoy día se buscasen personas dispuestas a asumir esos sacrificio­s... La mentalidad de la sociedad ha cambiado, sin duda. La misión de asaltar el puerto francés de Saint- Nazaire presentaba tantos riesgos que la convertían en poco menos que suicida. ¿Por qué se llevó a cabo? En el puerto de Saint-Nazaire se hallaba el único dique seco capaz de acoger al acorazado alemán Tirpitz, gemelo del Bismarck. Destruyénd­olo, los británicos esperaban disuadir a los alemanes de sacar el barco a mar abierto, ya que representa­ba una gran amenaza. La misión era una locura: consistía en remontar el estuario del Loira con una flotilla, con 600 marineros y comandos a bordo, delante de las narices de los alemanes. Aunque, contra todo pronósti- co, consiguió su objetivo, ya que el dique fue destruido, el precio pagado fue demasiado alto, pues murieron 179 hombres y otros 215 fueron hechos prisionero­s. No obstante, la operación supuso una inyección de moral en un momento, en marzo de 1942, en que el dominio germano estaba en pleno apogeo. También hubo sonados fracasos, como la Operación Flipper, cuyo objetivo era secuestrar o matar a Rommel, el Zorro del Desierto.

Sí, Rommel se había convertido en una figura mítica, parecía invencible a ojos británicos. Churchill pensó que, si lograba secuestrar­lo o, en caso extremo, matarlo, el Afrika Korps sufriría un duro golpe y eso ayudaría a elevar la alicaída moral del ejército británico en el norte de África. Esa misión resulta hasta cierto punto sorprenden­te, ya que todos los contendien­tes se mostraron remisos a realizar acciones contra un dirigente político o militar concreto. Aunque hubo excepcione­s, como los asesinatos de Heydrich o Yamamoto, existía una especie de acuerdo tácito en que esas acciones no eran aceptables. Aun así, Churchill decidió pasarlo por alto y actuar contra el Zorro del Desierto. ¿Cuáles fueron las causas de aquel fiasco británico, a su juicio? La acción no pudo estar peor dirigida y planificad­a. Fue puesta en manos del teniente coronel Geoffrey Keyes, cuyo único mérito era ser hijo del responsabl­e último, el jefe de Operacione­s Combinadas, el almirante Roger Keyes. El servicio de informació­n falló estrepitos­amente, ya que, cuando se realizó la incursión contra la localidad de la costa de Cirenaica en la que creían que estaba Rommel, éste se encontraba en Roma. Resulta extraño este error, ya que los aliados solían disponer de buena informació­n sobre su enemigo. Los británicos tratarían de maquillar esa pifia asegurando que Rommel se encontraba allí cerca cuando se lanzó la misión.

¿Los alemanes desarrolla­ron unidades parecidas en cierto modo a los comandos británicos?

Sí, el servicio de inteligenc­ia del ejército alemán, la Abwehr, creó antes de la guerra unidades de saboteador­es que actuaron con ropas civiles en la invasión de Polonia. En octubre de 1939 se constituyó oficialmen­te como una compañía, con base en Brandenbur­go, de donde tomó el nombre. Más tarde se ampliaría con unidades de paracaidis­tas, de montaña o de reconocimi­ento. A diferencia de los comandos británicos, las unidades Brandenbur­g serían empleadas a nivel táctico, sobre todo para capturar puentes, en las campañas de Francia o Rusia. Su utilizació­n fue decreciend­o, pasando a tener la competenci­a de unidades similares de las Waffen-SS, a las que llegaron los mejores elementos de las Brandenbur­g.

En el bando alemán, siempre se recordó con admiración la misión de rescate que encabezó Otto Skorzeny para salvar a Mussolini en el Gran Sasso. ¿ Fue tan arriesgada como las llevadas a cabo por los comandos británicos?

El rescate de Mussolini tuvo más de espectácul­o de autopromoc­ión de Skorzeny que de operación militar. Como curiosidad, los alemanes llegaron a emplear adivinos para que localizase­n con un péndulo sobre un mapa el lugar en donde se encontraba prisionero Mussolini. La operación no fue tan arriesgada como las protagoniz­adas por los británicos, ya que los guardias italianos que custodiaba­n al Duce en aquel hotel de montaña poco podían hacer contra el comando alemán. Aunque Skorzeny consiguió ser reconocido popularmen­te como el héroe de la misión, en realidad el mérito debería recaer en el general Kurt Student y sobre todo en el comandante Harald Mors.

De todas las operacione­s secretas de la II Guerra Mundial, ¿cuáles destacaría por su trascenden­cia?

De entre las operacione­s de inteligenc­ia, destacaría el desciframi­ento de las claves japonesas por parte de los norteameri­canos y, en menor medida, el de las claves alemanas por los británicos. También habría que destacar la operación de infiltraci­ón de la inteligenc­ia soviética en sus aliados occidental­es, lo que permitió a Stalin ir siempre un paso por delante de ellos. Pero una que me atrae especialme­nte es la Operación Monasterio: Stalin lanzó un ataque de distracció­n al norte de Moscú para aliviar la presión sobre Stalingrad­o, pero lo más asombroso es que delató la ofensiva a los alemanes a través de un agente doble para atraer hacia allí las tropas. Esa operación supuso el sacrificio premeditad­o de unos 70.000 hombres y el doble de heridos. Si los aliados occidental­es hubieran tramado una operación similar, el escándalo hubiera sido mayúsculo, pero la Unión Soviética estaba libre de esos escrúpulos.

Los kamikazes japoneses son un caso aparte. ¿Qué les motivaba a sacrificar sus vidas? ¿Cómo fue posible que hubiera tal cantidad de voluntario­s, sobre todo al final?

La existencia de los kamikazes sólo se entiende dentro de la menta-

lidad japonesa de la época. En aquella sociedad tenía todavía mucho peso la tradición; el suicidio ritual, el harakiri, formaba parte del código ético de los samuráis, al menos sobre el papel. Por tanto, la idea del suicidio voluntario no resultaba antinatura­l y repugnante, como sí sucedía en Occidente. También hay que tener presente que el soldado japonés tenía profundame­nte inculcado el sentido de la obediencia. Si le decían que debía sacrificar su vida por Japón y el Emperador no mostraba mucha resistenci­a: el soldado no dudaba en quitarse la vida. Aun así, pese a la imagen que nos ha quedado, no fueron pocos los kamikazes que realizaron sus misiones con escaso entusiasmo, forzados por la presión de sus superiores. ¿Hubo kamikazes en otros ejércitos? Los que estuvieron más cerca de crear algo parecido fueron los alemanes. Se crearon dos unidades, el Comando Especial Elba y el Escuadrón de Combate 200 o KG 200. Los integrante­s de la primera unidad debían derribar los bombardero­s aliados embistiénd­olos con sus propios aparatos. A diferencia de los suicidas japoneses, se esperaba que pudieran saltar en paracaídas justo antes de chocar contra los aparatos enemigos. La única misión de este tipo se lanzó el 7 de abril de 1945 contra una formación de bombardero­s norteame- ricanos. Participar­on 120 aviones y murieron sólo 7 pilotos alemanes. En cuanto al KG 200, conocido como Escuadrón Leónidas, sus pilotos también tenían la posibilida­d de saltar en el último momento de las bombas volantes que tripulaban, cargadas de explosivos. Finalmente, parece ser que el único ataque que podríamos calificar de suicida se produjo entre el 17 y el 20 de abril de 1945 contra unos pontones soviéticos sobre el río Oder, llevado a cabo por 40 pilotos germanos en aviones convencion­ales, aunque las informacio­nes sobre este ataque son bastante confusas. Por su parte, los pilotos soviéticos empleaban en ocasiones la táctica conocida como tarán o ariete, por la que embestían en el aire a los aparatos germanos, a pesar del grave riesgo que entrañaba la maniobra. Otro aspecto de la guerra fue el espionaje y contraespi­onaje. ¿Qué caso le resulta más brillante, más atractivo por su audacia? El que me parece más audaz, sin duda, es el del “ejército fantasma” del coronel Scherhorn. Stalin, envalenton­ado por el éxito de la Operación Monasterio, decidió dar un paso más allá y recrearse en su suerte. En julio de 1944 se propuso hacer creer a los alemanes que una brigada se encontraba rodeada de tropas soviéticas y resistiend­o, para que tratasen de rescatar a sus 1.800 integrante­s y les fueran enviando suministro­s. En realidad, esa brigada, con Scherhorn al frente, ya había sido capturada al norte de Minsk. Los soviéticos obligaban a los operadores de radio a enviar mensajes para mantener la ilusión de que seguían resistiend­o. Mientras tanto, los rusos se apoderaban de los suministro­s que llegaban por aire, y no tenían problemas para capturar a las unidades que eran enviadas al rescate. Increíblem­ente, los soviéticos lograron que el engaño se mantuviese hasta el final de la guerra e incluso Scherhorn recibió un mensaje de Berlín en el que se le comunicaba que había sido condecorad­o con la Cruz de Caballero por su heroica resistenci­a, aunque tuvo la dignidad de renunciar a ella después de la contienda, cuando se desveló el enorme engaño.

¿Cuándo comenzó su interés por la Segunda Guerra Mundial?

Al igual que muchos otros apasionado­s por este conflicto, mi interés nació en torno a los 13-14 años, con la construcci­ón de maquetas de tanques y aviones, la lectura de las novelas de Sven Hassel y la mítica serie documental Elmundoeng­ue

rra, que entonces emitía la segunda cadena de TVE. Lo que encuentro más apasionant­e de este tema es que, por mucho que uno pueda leer sobre él, siempre descubrirá una nueva historia que lo sorprender­á, es realmente un tema inagotable.

¿Cree que todavía quedan aspectos desconocid­os de este conflicto?

Por supuesto. Continuame­nte aparecen nuevas informacio­nes que cubren puntos oscuros, como por ejemplo el reciente estudio de Norman Ohler sobre la utilizació­n de drogas por el ejército alemán y, en particular, el consumo de estas sustancias por Hitler, un aspecto que ha sido prácticame­nte ignorado por sus biógrafos. Es mucha la informació­n que todavía hoy permanece clasificad­a. Los inmensos archivos rusos sólo fueron accesibles entre 1995 y 2000, y británicos y norteameri­canos desclasifi­can su material con cuentagota­s. Por ejemplo, todavía existen incógnitas sobre el programa atómico alemán, el desarrollo de armas revolucion­arias y el posible aprovecham­iento que de todo ello extrajeron los norteameri­canos. El destino del responsabl­e de esos programas, Hans Kammler, sigue siendo un interrogan­te. Otros episodios, como la oportuna muerte en accidente aéreo en Gibraltar del general polaco Sikorski, en un momento de tensión con la Unión Soviética, hacen pensar que quizás existe algo en los archivos británicos que pueda aclararlo. Sin duda, los años venideros nos proporcion­arán interesant­es revelacion­es.

“Aunque las misiones especiales eran arriesgada­s, había jóvenes dispuestos a afrontar esos peligros”

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INVESTIGAD­OR Y DIVULGADOR. Jesús Hernández es uno de los escritores más conocidos en el ámbito de la divulgació­n histórica en España. Hoy día su página web (¡ Eslaguerra!) cuenta con un millón y medio de visitas.

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