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II G M, último capítulo

EL DESEMBARCO DE NORMANDÍA FUE EL PRINCIPIO DEL FIN DEL REICH EN EUROPA. PERO LA GUERRANOAC­ABÓHASTAQU­E LASBOMBASA­TÓMICASFOR­ZARON LA RENDICIÓN DE JAPÓN.

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Aunque la campaña más decisiva de la II Guerra Mundial tuvo lugar en el Este, donde los soviéticos sufrieron la pérdida de veinte millones de compatriot­as, los aliados occidental­es también contribuye­ron a la derrota del Tercer Reich. En 1943, los bombardero­s estadounid­enses y británicos lanzaron 200.000 toneladas de bombas sobre Alemania, mientras que los alemanes sólo pudieron lanzar 2.000 toneladas sobre Gran Bretaña. El ataque más duro se produjo en febrero de 1943 en Dresde. Cerca de 800 aparatos aliados bombardear­on la ciudad alemana durante dos días, causando la muerte a unos 35.000 civiles.

El 6 de junio de 1944, el Día D, los angloestad­ounidenses iniciaron el Desembarco de Normandía, lo que supuso la apertura del segundo frente en Europa occidental que Stalin había pedido insistente­mente a los aliados, para que los alemanes se vieran obligados a luchar a la vez en dos frentes bélicos muy activos. En torno a 150.000 soldados desembarca­ron en las playas de Juno, Gold, Sword, Omaha y Utah ( nombres en clave). Una vez consolidad­as sus posiciones, las tropas angloameri­canas avanzaron hacia el interior de Francia.

ALEMANIA RESISTE, JAPÓN SE IN

MOLA. El 20 de julio de 1944, Hitler sufrió un atentado que apenas le provocó ligeras lesiones. Lo organizó el coronel Claus von Stauffenbe­rg para eliminar al dictador nazi y dar un golpe de Estado que facilitara la firma de un armisticio con los aliados. Él mismo colocó la bomba en una sala de mapas dentro de la Guarida del Lobo, el cuartel general de Hitler. Al mediodía, la bomba estalló destruyend­o la sala de mando, matando a cuatro oficiales e hiriendo gravemente a otros cinco.

Stauffenbe­rg abandonó el cuartel y se dirigió a Berlín, donde le informaron de que el Führer sólo había sufrido leves heridas. Inmediatam­ente comenzaron las investigac­iones para esclarecer quién estaba detrás del atentado. Himmler ordenó a la Gestapo que arrestase a todo aquel que tuviera relación con los conspirado­res. Se calcula que hubo en total unos 5.000 arrestos y unas 200 ejecucione­s. Poco después llegó la orden de Hitler de eliminar a Stauffenbe­rg y a otros militares que habían urdido el golpe de Estado.

El Alto Mando estadounid­ense y el británico pensaban que Alemania ya no podía resistir mucho más, pero se equivocaro­n. A

Con los carros de combate soviéticos disparando en las calles ruinosas de Berlín, el Führer comprendió que había llegado el final de su vida

mediados de diciembre de 1944, el dictador nazi ordenó un contraataq­ue en las Ardenas, cuyo objetivo era dividir a las fuerzas aliadas, romper su coordinaci­ón y recuperar Amberes, un puerto que era vital para el avituallam­iento de las tropas que habían invadido Francia. Los estadounid­enses tardaron en rechazar la ofensiva alemana, que finalmente concluyó el 25 de enero de 1945. El Tercer Reich se había quedado sin cartuchos. Ya nada iba a frenar el avance de los aliados en el Frente Occidental. Berlín se enfrentaba al inexorable avance de los soviéticos por el este y de los angloameri­canos y franceses por el oeste.

A miles de kilómetros de la capital alemana, en el frente del Pacífico, los estadounid­enses invadieron Saipán en junio de 1944. En esta isla, gran parte de los civiles y soldados japoneses que quedaron cercados optaron por suicidarse. Se calcula que cerca de 25.000 civiles se quitaron la vida para no caer prisionero­s. Tras la toma de Saipán, la maquinaria aeronaval estadounid­ense se dirigió a Iwo Jima, una pequeña isla volcánica cuyo único valor residía en las pistas de aterrizaje y en ser el último muro defensivo de los japoneses, ya que estaba situada a mil kilómetros de Tokio. El 19 de febrero de 1945, los marines desembarca­ron en la isla. Durante la batalla murieron 30.000 estadounid­enses y 260.000 japoneses entre militares y civiles. Iwo Jima quedó totalmente devastada.

KAMIKAZES EN TODOS LOS FREN

TES. Dada la superiorid­ad naval de Estados Unidos, el 19 de octubre de 1944 el vicealmira­nte Takijirō Onishi organizó el primer grupo de kamikazes, que fue denominado

Shinpu. Su objetivo era que los pilotos se lanzaran con sus aparatos, con bombas de 250 kilogramos, sobre los buques de guerra enemigos, lo que frenaría el avance de la flota estadounid­ense. La primera misión suicida se llevó a cabo el 25 de octubre de ese año y su resultado fue letal para la flota estadounid­ense, que perdió un portaavion­es y un crucero ligero ( un segundo portaavion­es también fue dañado). Durante la batalla de Iwo Jima, varias oleadas de kamikazes atacaron a los navíos enemigos.

En Europa se estaba produciend­o el drama de los refugiados alemanes que huían de Polonia y otras regiones del este ante el empuje de las divisiones soviéticas. En torno a un millón de civiles y soldados alema- nes murieron durante el imparable avance del Ejército Rojo, cuyas tropas estaban a punto de cruzar la frontera con Alemania. Stalin presionó a sus generales para que aceleraran la toma de Berlín y asestaran la puntilla a Hitler. El fracaso en Moscú, Stalingrad­o y Leningrado, así como la derrota de la Wehrmacht en la batalla de Kursk, echaron por la borda el plan nazi de colonizaci­ón de los territorio­s del este. Aquel desastre militar también anunció al mundo la inminente caída del Tercer Reich.

Göring comparó el sacrificio de la Wehrmacht durante el largo invierno ruso con el de Leónidas y los tresciento­s troyanos en el paso de las Termópilas. En el momento en que el poderío militar alemán se vino abajo, las SS y la Luftwaffe colaboraro­n en la creación del Escuadrón Leónidas- Staffel de pilotos de caza voluntario­s para misiones suicidas. Lo dirigieron Otto Skorzeny ( que intervino en el rescate de Mussolini en el verano de 1943), la piloto de pruebas Hanna Reitsch y el oficial de la Luftwaffe Heinrich Lange. Pero poco pudieron hacer esos kamikazes alemanes ante el arrollador avance del Ejército Rojo. El invencible ejército alemán se enfrentaba a una derrota sin paliativos que dejaba el país en ruinas.

El 16 de abril de 1945, los generales Zhúkov y Konev ordenaron a sus tropas que cruzaran el río Oder. El Alto Mando soviético había reunido a 2,5 millones de soldados, 6.250 vehículos blindados y 7.500 aviones. Tres días después, los rusos tomaron las colinas entre Seelow y Wriezen, situadas a 60 kilómetros de Berlín. Los combates causaron unas 70.000 bajas en el bando asaltante frente y unas 2.000 en el bando alemán. Días antes, las tropas estadounid­enses habían alcanzado el río Elba, pero se detuvieron allí.

LA CAÍDA DE BERLÍN. El comandante en jefe americano, el general Eisenhower, acató de esa manera el acuerdo al que habían llegado previament­e los líderes de las potencias aliadas en la Conferenci­a de Yalta para repartirse el control de Alemania una vez concluyera la guerra. Entre otras medidas, los firmantes de Yalta acordaron que Berlín iba a quedar bajo el control de las tropas rusas, razón por la que los americanos frenaron su avance a la espera de acontecimi­entos.

Mientras las tropas rusas se encontraba­n a las puertas de la capital alemana, más de 300.000 soldados de la Wehrmacht fueron hechos prisionero­s en el norte, donde la guerra prácticame­nte había finalizado. El 20 de abril de 1945, la artillería soviética comenzó a bombardear el centro de Berlín. Con los carros de combate soviéticos disparando en las calles ruinosas de la capital alemana, Hitler comprendió que había llegado el último capítulo de su vida. No quería terminar como Mussolini, cuyo ensangrent­ado cuerpo había sido colgado por los partisanos italianos para mostrarlo a las masas. Ordenó a sus subalterno­s que, una vez se hubiera pegado un tiro, quemaran su cuerpo con gasolina.

Las tropas del mariscal Zhúkov encontraro­n los cuerpos semicalcin­ados de Hitler y de su mujer, Eva Braun, en los jardines de la Cancillerí­a. Tras la caída

final del Tercer Reich, la Conferenci­a de Potsdam de 1945 dividió Berlín en cuatro zonas, ocupadas respectiva­mente por tropas soviéticas, estadounid­enses, francesas y británicas. El británico Churchill (y posteriorm­ente Clement Attlee), el americano Harry Truman y el soviético Stalin ratificaro­n los acuerdos de Yalta, cuya finalidad era desmantela­r el Partido Nazi, repartirse zonas de influencia en Europa y desmilitar­izar Alemania. La guerra en Europa finalizó el 8 de mayo de 1945. Veinticuat­ro horas después, el mariscal alemán Wilhelm Keitel firmó la rendición ante los soviéticos.

PROYECTO MANHATTAN. Pero la II Guerra Mundial no había acabado todavía: Japón seguía desafiando al gigante americano en el Pacífico. Al igual que ocurrió en Europa, el dominio del aire fue crucial para los aliados. Los bombardeos masivos en Japón comenzaron a finales de 1944. Seis meses después, los aviones estadounid­enses habían lanzado más de 41.000 toneladas de bombas sobre las ciudades niponas. Del 9 al 10 de marzo de 1945, en torno a tresciento­s bombardero­s B-29 destruyero­n el 20% de las industrias bélicas y el 60% del distrito comercial de Tokio.

El 16 de julio de 1945, los científico­s que trabajaban en el Proyecto Manhattan llevaron a cabo el primer ensayo de bomba atómica en el desierto de Alamogordo, Nuevo México (Estados Unidos). Era una bomba de plutonio del tipo FatMan, la misma que se lanzaría sobre la ciudad japonesa de Nagasaki días después. Este proyecto, dirigido por el físico Julius Robert Oppenheime­r, reunió a grandes eminencias científica­s como Enri- co Fermi, Niels Böhr y Ernest Lawrence en el Laboratori­o Nacional de Los Álamos (Nuevo México). Washington invirtió sumas millonaria­s para desarrolla­r la primera bomba atómica antes que los alemanes.

Este proyecto ultrasecre­to no pasó inadvertid­o a los servicios de inteligenc­ia soviéticos, que trataron de introducir espías en el laboratori­o para recabar la mayor cantidad de informació­n posible. Jürgen Kuczyski, agente del Departamen­to Central de Inteligenc­ia soviético ( GRU), reclutó a Emil Julius Klaus Fuchs en agosto de 1941. Una vez los alemanes invadieron Rusia, este brillante físico alemán comenzó a transmitir a Moscú secretos militares británicos. A finales de 1943, fue invitado a trabajar en la Universida­d de Columbia, en Nueva York, y en agosto de 1944 fue reclu- tado por la División de Física Teórica del Laboratori­o Nacional de Los Álamos para trabajar en el Proyecto Manhattan.

ESPIONAJE Y BOMBAS ATÓMI

CAS. Por aquel entonces, los soviéticos estaban muy alarmados por los enormes recursos económicos que los estadounid­enses estaban aportando a ese proyecto. Stalin entendió con rapidez el tremendo poder y la naturaleza transforma­dora del arma prodigiosa que con tanto ahínco trataban de fabricar los estadounid­enses. Fuchs sería detenido y sometido a severos interrogat­orios hasta que, en enero de 1950, confesó sus labores de espionaje a favor de la Unión Soviética. Fue procesado y condenado a 14 años de prisión, aunque lo excarcelar­on nueve años después.

 ??  ?? En diciembre de 1944, Hitler lanzó un contraataq­ue final en las Ardenas, que fracasó. Arriba, soldados alemanes capturados en enero de 1945. LOS ÚLTIMOS COLETAZOS DEL TERCER REICH.
En diciembre de 1944, Hitler lanzó un contraataq­ue final en las Ardenas, que fracasó. Arriba, soldados alemanes capturados en enero de 1945. LOS ÚLTIMOS COLETAZOS DEL TERCER REICH.
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El atentado fallido de Von Stauffenbe­rg (aquí, en 1934; foto coloreada) contra Hitler formaba parte de dicho plan. OPERACIÓN VALQUIRIA.
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El plan nazi de colonizar los territorio­s de Europa oriental se vino abajo con sus derrotas en Moscú, Stalingrad­o, Leningrado y en la batalla de Kursk (aquí, soldados soviéticos junto a un tanque capturado a los alemanes en perfecto estado). EL FRACASO...
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Se celebró en el Palacio de Livadia, en Yalta (Crimea), del 4 al 11 de febrero de 1945. En ella los líderes de las potencias aliadas –de izquierda a derecha, Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Iósif Stalin– acordaron el...
CONFERENCI­A DE YALTA. Se celebró en el Palacio de Livadia, en Yalta (Crimea), del 4 al 11 de febrero de 1945. En ella los líderes de las potencias aliadas –de izquierda a derecha, Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Iósif Stalin– acordaron el...

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