La trágica singladura final del Yamato
Deprisa, no dejéis que nadie muera con el estómago vacío!”. Esas fueron las órdenes del jefe de cocina del Yamato, el 7 de abril de 1945. Todo el mundo, desde el almirante Ito hasta el último marinero, sabía que ese sería el último día de sus vidas.
El Yamato, el mayor acorazado jamás construido, fue botado en 1940. Él y su gemelo, el
Musashi, nacieron para ganar la batalla decisiva contra la US Navy. Los japoneses construyeron unos buques capaces de barrer del mar a cualquier otro acorazado del mundo, gracias a una impenetrable coraza de 41 cm y a sus demoledores cañones de 460 mm. Pero la guerra del Pacífico la protagonizaron los portaaviones, y en ese contexto los gigantes nipones iban a ser, en palabras del almirante Yamamoto, tan inútiles como la espada de un samurái. En marzo del 45, el
Yamato languidecía en puerto tras haber combatido una única vez, pero la invasión estadounidense de Okinawa selló su destino. El emperador exigió que la marina actuara y ese buque era prácticamente lo único que quedaba ya de la escuadra imperial. Las órdenes del almirante Toyoda, comandante en jefe de la flota, no admitían dudas: el Yamato, un crucero y algunos destructores navegarían hacia la isla a las órdenes del almirante Ito para hacer de carnada. Debían atraer a todos los aviones enemigos posibles, de modo que los kamikazes pudieran atacar a la flota de invasión. Si sobrevivían, intentarían llegar a Okinawa.
La última parte de las órdenes intentaba darle una pátina de honor a una muerte sin esperanza: el Yamato no tenía suficiente combustible como para alcanzar Okinawa. Pasara lo que pasara, sus tripulantes morirían sin llegar a ver al enemigo. Ito se oponía a una carnicería que, a esas alturas, carecía de todo sentido, pero sólo pudo acatar las órdenes.
El 6 de abril dio comienzo la Operación Ten-Gō (Cielo Uno). La mañana del 7, un avión de reconocimiento americano localizó a los barcos de Ito. El almirante Mitscher, comandante de la TF58, ordenó que despegaran todos los aparatos disponibles. 11 portaaviones pusieron en el aire casi 400 aviones, mientras seis acorazados se disponían a intervenir si el
Yamato lograba escabullirse. A las 12:30, la primera oleada se lanzó sobre los buques enemigos, en medio de una enorme pero inútil barrera de fuego antiaéreo. Los destructores maniobraban intentando cubrir los flancos del gigante, mientras el propio Yamato viraba a toda velocidad para esquivar los ataques de los torpederos. El crucero Yahagi y tres destructores fueron hundidos, pero el
Yamato logró eludir casi todas las bombas. Entonces llegó la segunda oleada. Con el centro de control de tiro inutilizado y los sistemas antiincendios destruidos, el titán empezó a recibir impacto tras impacto. En apenas quince minutos su velocidad quedó reducida a diez nudos y sus bandas fueron acribilladas por los torpederos. A las 14:00, tras hora y media de batalla, el navío se detuvo y empezó a escorar. El almirante Ito ordenó abandonar el barco, se despidió de sus subordinados y se dispuso a morir con el acorazado. A las 14:23, una tremenda explosión hizo pedazos el buque, que se fue a pique rápidamente. Los tres destructores supervivientes lograron rescatar de las aguas a unos 300 hombres, todo lo que quedaba de una tripulación de casi 3.000 marineros.