LOS MISTERIOS DEL VALLE DE LOS REYES
Tutmosis I, tercer faraón de la XVIII Dinastía, “inauguró” hacia 1500 a.C. este impresionante panteón, cuyos secretos estuvieron ocultos hasta el hallazgo en 1922 de la fascinante tumba de Tutankamón.
El Valle de los Reyes es otro de los enclaves que más fascinación han despertado entre los estudiosos del Antiguo Egipto, un lugar en donde se desarrolló el drama secreto de la muerte y la resurrección de los faraones durante el Imperio Nuevo. A lo largo de su Historia, los egipcios interpretaron el fallecimiento de su rey como un momento clave para el mantenimiento del orden cósmico y los valores fundamentales de su civilización.
Desde el período Arcaico, los egipcios consideraron a su faraón como el descendiente directo de las dinastías de reyes divinos que habían gobernado el valle del Nilo hasta que se produjo la definitiva unificación de las dos tierras. Las leyendas y relatos míticos siempre insistían en el papel del rey como garante del orden cósmico. De esta forma, los egipcios volcaron sus esperanzas de supervivencia en la fortaleza del faraón, cuya muerte era interpretada como un terrible trastorno, por la amenaza que este hecho suponía para todos ellos. El estudio de sus tumbas nos permite adivinar el esfuerzo empleado por sus gentes para asegurar la resurrección del rey como un ser divino. No en vano, los ritos y las ceremonias funerarias se llevaron a cabo con la intención de mantener vivo su espíritu rindiéndole culto indefinidamente, y obsequiándolo con unas generosas ofrendas y una gran cantidad de objetos funerarios de enorme significación simbólica, cuya función era ayudar al soberano a superar este difícil trance y continuar siendo una fuente de energía para toda la nación; algo que solo podía conseguirse si el ceremonial de enterramiento se llevaba a cabo con total precisión.
UN ENCLAVE INHÓSPITO Y LEJANO
En el Antiguo Egipto, siempre se mantuvo la preocupación de ubicar al rey en el interior de su tumba de una forma precisa y anclada en la tradición, evidenciando unos conceptos arquetípicos posiblemente heredados de tiempos prehistóricos. Durante los reinos Antiguo y Medio, el viaje hacia la vida de ultratumba comenzaba cuando el cuerpo del rey, ya momificado, era llevado hasta el
templo real situado a orillas del Nilo. Desde aquí se dirigía, por la calzada, al templo destinado al culto real, generalmente situado al pie de las pirámides, antes de ser finalmente sepultado en la propia tumba. Tras un complejo ritual, el rey ya podía descansar tranquilo, confiado a la eterna inviolabilidad de su tumba. Desgraciadamente, su paz se vería turbada cuando los saqueadores aprovecharon los años de inestabilidad, crisis y desunión para robar todos los tesoros, e incluso los cuerpos, de los antiguos faraones sepultados en estas grandes pirámides, lo que obligó a los arquitectos del Imperio Nuevo a introducir nuevos planteamientos y soluciones estructurales para evitar el saqueo de las tumbas reales.
En primer lugar, se consideró necesario ubicar las sepulturas en algún lugar en el que pudiesen pasar inadvertidas, y por eso se eligió el Valle de los Reyes, un enclave inhóspito y alejado de la civilización, situado tras las áridas colinas tebanas. Una diferencia llamativa con respecto a las tumbas anteriores fue la separación física de las cámaras funerarias y el templo real, ubicado en la orilla oeste del Nilo, y por lo tanto a una distancia significativa de la sepultura del faraón. Al otro lado del río se situaron los grandes templos dedicados a los principales dioses del panteón egipcio, siendo el de Karnak, dedicado a AmónRa, el edificio religioso más grande construido en la Historia de la humanidad.
EL GRAN HALLAZGO: TUTANKAMÓN
El primer rey que decidió abandonar la necrópolis de Dra Abu el- Naga – en donde en la actualidad trabaja una misión hispano- egipcia dirigida por José Manuel Galán ( Proyecto Djehuty)– fue Tutmosis I, que ordenó a su arquitecto Ineni, hacia el año 1500 antes de Cristo, la construcción de una tumba digna de su persona, y todo ello en el más absoluto de los secretos. En su sepultura, el arquitecto real se jactó de su éxito al afirmar: “Nadie me vio, nadie me oyó”.
Más de 3.000 años después, en 1922, el arqueólogo británico Howard Carter encontró en el Valle de los Reyes la tumba del joven faraón Tutankamón. A pesar de convertirse en uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de todos los tiempos ( habida cuenta de que nunca antes se había logrado encontrar un sepulcro faraónico en semejante estado de conservación, y con su ajuar prácticamente intacto), la popularidad de dicho hallazgo se debió, en parte, al surgimiento de una leyenda relacionada con la famosa maldición del faraón.
En noviembre de 1922, el voluntarioso arqueólogo inglés trataba de encontrar [sigue en pág. 83]
Para eludir a los ladrones de tumbas, se eligió este remoto Valle tras las áridas colinas tebanas