LA ÚLTIMA MORADA DE LOS FARAONES
Las tumbas del Valle de los Reyes son el equivalente de las cámaras sepulcrales de las antiguas pirámides del Reino Antiguo y Medio. El emplazamiento elegido para tal fin fueron las laderas de las montañas tebanas situadas ante el Nilo, justo frente al pico del Gurn. La naturaleza de este lugar solo puede comprenderse teniendo en cuenta las nuevas ideas teológicas relacionadas con el mundo de la muerte durante el Imperio Nuevo. Los textos religiosos, mucho más complejos que los anteriores, van a empezar a grabarse en las paredes de las tumbas reales, provocando un aumento de los elementos decorativos en el que van a predominar los grandes murales repletos de escenas de gran belleza. Las tumbas del Valle de los Reyes incrementaron progresivamente su tamaño conforme fue pasando el tiempo, aunque se seguirían respetan- do las características básicas establecidas durante los primeros momentos de la XVIII Dinastía.
Las tumbas reales presentes en el Valle están formadas por una serie de galerías abiertas en la roca y conectadas entre sí por unas puertas que conducen a la cámara funeraria, en donde reposa el sarcófago real. En un principio, el Valle de los Reyes no se utilizó únicamente como morada final de los faraones egipcios, ya que, hasta la fundación del Valle de las Reinas, se enterró junto a los soberanos a un gran número de esposas reales, príncipes, miembros de la nobleza e incluso mascotas ( perros, monos o aves) de algunos reyes, como Amenhotep II. Las medidas tomadas para mantener en secreto la ubicación de las tumbas de la XVIII Dinastía fueron tan efectivas que serían las últimas en ser descubiertas, aunque también influyó en ello de forma decisiva el derrumbe de escombros sobre las entradas de las sepulturas. A pesar del prestigio de este auténtico lugar de poder, algunos monarcas se plantearon su abandono, como Tutmosis II, cuya tumba aún no ha podido ser identificada con total seguridad. En el caso de Akhenatón, los motivos del traslado de su tumba a la necrópolis de Tell el- Amarna fueron políticos y religiosos, al buscar un lugar ideal lejos de la perniciosa influencia del poderoso clero de Amón.
ESPLENDOR Y CAÍDA
Superados los momentos de inestabilidad del final de la XVIII Dinastía, el Valle de los Reyes conoce una evolución que lleva a que se adopten una serie de modificaciones significativas. La entrada a las sepulturas es mucho más visible, tal vez por la mayor seguridad relacionada con el reinado de faraones fuertes y respetados durante la XIX Dinastía, entre ellos Seti I y el gran Ramsés II, los cuales mandaron construir las tumbas más grandes e impresionantes del Valle a pesar del desplazamiento de la capital a la bíblica PiRamsés. El esplendor de Egipto no pudo prolongarse durante mucho tiempo, especialmente por el aumento de las fuerzas centrífugas y el poder que fueron adquirir las clases privilegiadas egipcias, en particular los sacerdotes de Amón, lo que provocó un debilitamiento del poder del Estado seguido por el inicio de una crisis política y económica con consecuencias devastadoras para las clases menos favorecidas. Desde entonces, el Valle de los Reyes se enfrentaría al peligro procedente de las bandas de saqueadores, empeñadas en robar los objetos de valor presentes en las tumbas y en destrozar las momias de unos antiguos reyes cuya divinidad fue progresivamente olvidada. Ante esta situación, el Sumo Sacerdote Pinedyem II ordenó trasladar las momias reales desde sus tumbas a unos escondrijos para ponerlas a salvo, hasta que fueron definitivamente descubiertas gracias al trabajo de los arqueólogos en la tumba DB320 de Deir el-Bahari y en la KV35 del Valle de los Reyes.