Mitos universales
La necesidad de explicar cómo se creó el mundo ha sido una constante desde la Antigüedad. Las diferentes religiones han intentando dar respuesta a este y otros enigmas de la humanidad.
En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. Con esas palabras arranca el Génesis, el primero de los cuarenta y seis libros que componen el Antiguo Testamento. El mito bíblico de la Creación, común a la fe cristiana, la musulmana y la judía, describe cómo Dios creó el Sol, la Luna, la Tierra y todas las criaturas vivientes en el plazo de seis días. Para los cristianos el creador dio vida a Adán, que cobró forma desde el polvo de la tierra, el primero de los hombres, y a partir de una de sus costillas creó a Eva, la primera de las mujeres. Los habitantes del Jardín del Edén arruinaron su paradisíaca existencia cuando Eva cedió a la tentación de la serpiente y comió la manzana del árbol de la fruta prohibida. Es este, sin duda, el más universal de los mitos sobre la Creación. Pero encontrar una explicación legendaria al origen del mundo y de la vida es una constante en todas las religiones que en el mundo han sido y en numerosas tradiciones paganas, que indagan, como la Biblia, en el origen de todas las cosas. El Rigveda, uno de los textos sagrados más importantes e influyentes del hinduismo, recoge la vida y milagros de Purusha, una deidad de mil cabezas y pies capaz de envolver la Tierra con sus dedos. Purusha, la divinidad única y omnipresente del hinduismo, fue objeto de sacrificio y desmembrado a manos de los devas (dioses). Su cerebro se convirtió en la Luna, sus ojos en el Sol y de su cuerpo emergieron el mundo y las castas en las que aún hoy se fragmentan las sociedades hindúes. Otra tradición védica habla de la trinidad formada por Brahma, Visnú y Shiva como los elementos motores de un ciclo sin fin del que se alimentan el origen y el fin del mundo. Más al Oriente, en la milenaria China, los mitos hablan de un huevo cósmico que contenía el balance perfecto entre los dos opuestos: el yin y el yang.
DIVINIDADES CREADORAS DE GRECIA
En su interior habitaba P’an Ku, cuyo crecimiento acabó por romper irremediablemente el huevo. Martillo en mano, esta deidad, una vez roto el cascarón, creó el mundo, pero su obra solo quedó completa a su muerte, cuando su cuerpo sin vida dio lugar a la Tierra y las rocas y sus ojos al Sol y la Luna. Relatos muy semejantes encontramos en el antiguo Egipto, cuyos mitos señalan que la vida se originó en las aguas de Nun, desde las que emergió Atum, el dios creador, que a su vez dio vida a otras deidades que crearon la Tierra y el Cielo. Dos de ellas, Shu y Tefnut, se perdieron en la oscuridad. Atum los buscó sin descanso, y de las lágrimas de dicha que cayeron por sus mejillas al encontrarlos na-
El mito bíblico de la Creación, común a la fe cristiana, la musulmana y la judía, tiene su correlato en otras culturas
ció el primero de los hombres. También los griegos creían en una divinidad creadora. Platón y Timeo desgranan el mito del Demiurgo, “padre” del mundo y la humanidad. Hesíodo, por su parte, describe en su Teogonía cómo al principio solo existía el Caos, que dio vida a Gaia (la Tierra), Tártaro (el inframundo), Nyx (la oscuridad de la noche), Eros (el deseo) y Erebus (las penumbras del inframundo), que a su vez son el tronco del que nacen el mundo y los dioses, que darían posteriormente vida al primer hombre moldeado en arcilla.
¿ADÓNDE VAN LAS ALMAS?
Pero una vez creada la vida, es responsabilidad del hombre hacer buen o mal uso de ella. Para aquellos justos, honrados y piadosos los dioses tienen reservado un hueco en ese Paraíso omnipresente en todas las religiones y muchas mitologías paganas del Mundo Antiguo, que emerge como recompensa final para quienes se condujeron en su vida de manera recta. Los cristianos tienen el Cielo, uno de los intangibles más característicos del cristianismo ( y posteriormente del Islam), como lugar último de reposo para las almas buenas, un lugar menos abstracto de lo que muchos piensan. Según la Biblia, en realidad, ese cielo paradisiaco no será tangible hasta que ocurra el Armagedón. Hasta entonces las almas descansan en un cielo intermedio, y solo entonces ascenderán a esa ciudad construida a base de oro y joyasdonde reside el propio Dios. Compartida con el judaísmo está, por otro lado, la noción de la llamada Nueva Jerusalén, descrita con todo lujo de detalle en el Libro de las Revelaciones, quintaesencia del paraíso en el más allá, morada última de los buenos creyentes. También en el mundo grecolatino existía la promesa de un paraíso, un lugar idílico para las almas de los difuntos, los Campos Elíseos, en un principio reservado exclusivamente, dicen los
mitos, para aquellos mortales especialmente favorecidos por los dioses o para los héroes heroicos. Con el tiempo el Elíseo fue convirtiéndose en la literatura grecolatina en un paraíso para los hombres buenos, que brindaba un “retiro” perfecto y ocioso, libre de deseos humanos, al que se accedía a través de las aguas del río Aqueronte, el Inframundo y el río Lete. Algunos, incluso, trataron de ubicarlo físicamente en las aguas del Egeo o en el lejano, y entonces semilegendario, océano Atlántico, convirtiéndolo en un paraíso terrenal, como el “edén” de la mitología celta, que también se encontraba en algún inexplorado lugar del mapa, y más concretamente, también, en el desierto acuático del Atlántico.
REELABORACIONES DE MITOS
En contraposición a este paraíso para las almas buenas cuaja en todas estas culturas la idea del infierno. El inframundo en la cultura clásica era el inhóspito lugar de residencia del dios Hades. Para los griegos, originalmente, el Hades era el reino del infra- mundo al que estaban destinadas las almas de todos los muertos. Muy pocos de entre los mortales gozaban del privilegio de abandonar este mundo de tinieblas, fundamentalmente los héroes. Es es las reelaboraciones posteriores del mito cuando se introduce la idea del doble destino para los mortales difuntos en virtud de sus méritos o deméritos en el mundo de los vivos, cuyas almas eran juzgadas para decidir su destino. Los antiguos griegos desarrollaron toda una geografía del inframundo, que se dividía en diferentes regiones, como el Tártaro o los Campos de Asfódelos, y al que se accedía también a través del lago Aqueronte a bordo de una embarcación guiada por Caronte, que cobraba un óbolo a cada difunto por la travesía. Con el tiempo, el Hades cuaja como lugar de castigo eterno para las almas corruptas, sometidas por sus pecados a horribles tormentos. El infierno cristiano, de hecho, debe mucho a la imagen mítica del inframundo griego. Se trata en realidad de una combinación de elementos del Hades ( no en vano Hades es uno de los términos más empleados en el Antiguo Testamento para referirse a este sinies-
El Hades, con el tiempo, cuajó como lugar de castigo eterno para las almas corruptas, sometidas a tormentos por sus pecados
tro paraje donde moran las almas más desafortunadas) y el Gehinnom hebréo, morada final, inundada de fuego y llamas, de los impíos. Según el Libro de las Revelaciones el Infierno es el lugar al que están destinados todos aquellos cuyo nombre no figura en el Libro de laVida. Sea como fuere, y por terrible que fuera la estampa del flamígero infierno, la idea del infierno cristiano a partir del Medievo bebe mucho de las vívidas descripciones ofrecidas por Dante en LaDivinaComedia.
RELATOS BÍBLICOS
La existencia, en sus múltiples variantes, de mitos relacionados con la creación, el paraíso o el infierno, con parámetros más o menos universales es perfectamente coherente con la necesidad de cada cultura de dotarse de un referente mitológico, en tiempos en que la historia y el análisis racional del pasado eran aún elementos extraños. Mucho más sorprendentes son las coincidencias que la mitología comparada señala en mitos secundarios, como por ejemplo, el diluvio universal. Es de sobra conocida la historia de Noé, de la que da cuenta el Génesis, el único hombre recto entre hombres impíos, arrogantes y violentos, al que Dios confió la labor de construir un Arca para salvarse a sí mismo, a su familia, y a las especies animales más representativas, de un inminente castigo divino en forma de diluvio que azotaría la Tierra durante cuarenta días y cuarenta noches. Noé sobrevivió a la travesía e hizo tierra en el monte Ararat en espera de que la plaga acuática cesara para así poder iniciar la repoblación del mundo, una vez ejecutada la brutal purga. Lo cierto es que el mito del diluvio, y la figura del repoblador elegido por Dios para salvar a la humanidad, es un elemento recurrente en múltipes culturas de la antigüedad. Los mitos sumerios hablan de una formidable inundación decretada por los dioses, no sin que antes uno de ellos, Enlil pusiera sobre aviso al rey-sacerdote Ziusudra quien, al igual que Noé, hubo de construir un arca de madera para ponerse a salvo y preservar la riqueza del reino animal. El diluvio sumerio solo duró siete días con sus noches, pero gracias a sus servicios, Ziusudra fue premiado con el país de Dilnun y con la vida eterna. El Noé de la mitología babilonia es Atrahasis, y el diluvio una drástica reacción de los dioses para combatir la sobrepoblación después de fracasar enviando toda clase de plagas, hambrunas y desastres. Nuevamente el diluvio se prolongó por siete días, suficientes para que los dioses comprendieran la crueldad de su decisión y decidieran detener el diluvio. No hay, por contra, ninguna dimensión moral en el mito hindú, en
el que el diluvio es una contin->>>
gencia inevitable y contra el que los dioses nada pueden hacer más que asegurar el futuro de la especie. Es Visnú quien se aparece en forma de pez a Manu para alertarle de la inminente catástrofe, apremiándole en la construcción, nuevamente, de un arca que Manu llenará de animales y semillas y con la que se refugiará del agua en las Montañas Malaya hasta que el agua desaparezca. Incluso en la mundo griego el mito de Deucalión se hace eco de esta leyenda universal a través de las andanzas del hijo de Prometeo, que se refugia en una gran embarcación en el Parnaso para sobrevivir al diluvio enviado por un colérico Zeus que pretende destruir la humanidad.
RASGOS COMUNES EN LAS RELIGIONES
Muchos son también los elementos coincidentes en lo concerniente a los mitos universales sobre el fin de los tiempos, comunes a la práctica totalidad de religiones y mitologías paganas en la Antigüedad. La escatología es, de hecho, uno de los pilares de cualquier estudio de mitología comparada. De sobre conocido es el esquema crsitiano sobre ese fin que habría de ser, en realidad, un nuevo principio. El fundamento de la escatología cristiana es la parusía, o segunda venida de Cristo, que traerá consigo la “resurrección de la carne”, esto es, la resurrección de los difuntos que dará lugar al juicio final, y que determinará el destino de las almas y otorgará la vida eterna o el castigo eterno. Antes de todo ello tendráe lugar la llamada Gran Tribulación, de cuya mano llegará el Anticristo. El judaísmo presenta, más allá del mito de la segunda venida, una escatología con rasgos propios, fundamentalmente la construcción del llamado Tercer Templo de Jerusalén, que según el judaísmo ortodoxo ha de coincidir con esa era del Mesías, en la que finalmente el templo, destruido por última vez en el año 70 a manos de los romanos, volverá a erigirse en la ciudad santa como símbolo visible de ese cambio de ciclo. En este punto surge un rasgo en común entre las religiones del libro y el Budismo, inexistente en los mitos de la creación, el cielo o el infierno, por la naturaleza tan diversa de creencias y cultos entre ambos sistemas de pensamiento. Hay también una dimensión escatológica en el budismo a través de la figura de Buda Maitreya, el segundo Buda histórico ( el primero, naturalmente, fue Siddharta Gautama), cuyo advenimiento los fieles esperan dentro de entre treinta mil y nueve millones de años, y que traerá consigo la iluminación para todos los budistas y la transmisión del verdadero dharma (doctrina).