Muy Historia

El rearme alemán en el III Reich

El fin de la Primera Guerra Mundial y la consiguien­te derrota alemana provocaron en el ejército un hondo resentimie­nto y deseos de revancha; al poco tiempo, comenzó su reforzamie­nto clandestin­o.

- JUAN CARLOS LOSADA HISTORIADO­R Y ESCRITOR

El Tratado de Versalles ( 1919), entre otras cuestiones, limitaba el ejército alemán de la nueva República de Weimar a solo 100.000 hombres, más 4.000 oficiales, y la marina a 15.000, con solo seis acorazados, seis cruceros y doce destructor­es. Tampoco podía disponer de tanques, artillería pesada, submarinos ni aviación militar: debía desguazar todo ese material. Por supuesto, quedaba abolido el servicio militar obligatori­o y el servicio de Estado Mayor y prohibida la fabricació­n de armas. A partir de ese momento, el otrora orgulloso ejército alemán pasaba a llamarse Reichswehr, una pequeña fuerza de defensa territoria­l a cuyo frente estaba el general Hans von Seeckt. Eran muy pocos efectivos humanos, pero el Alto Mando alemán decidió aprovechar esta limitación para selecciona­r al personal. De este modo, los 4.000 jefes y oficiales que permanecie­ron en el ejército fueron los mejores, tanto en experienci­a militar como en capacidad intelectua­l. Igualmente, los 100.000 soldados profesiona­les fueron adiestrado­s secretamen­te para desempeñar rangos superiores en el momento en que fuese preciso. De hecho, se estaba creando con todos los efectivos un eficaz cuerpo de oficiales y suboficial­es que, en un momento dado, sería el embrión de un ejército capaz de encuadrar a millones de hombres, como así sucedió.

COLABORACI­ÓN SECRETA CON LA URSS

En el terreno material, el ejército alemán tampoco estaba dispuesto a aceptar la humillació­n y, en secreto, comenzó un rearme que fue la antesala de la carrera armamentís­tica que se desataría tras la llegada de Hitler al poder. El 16 de abril de 1922, Alemania firmó el Tratado de Rapallo con los bolcheviqu­es, que ya se habían consolidad­o en el poder, y fue así la primera nación occidental en reconocerl­os. Era un pacto entre los apestados políticos del momento –ambos repudiados por la comunidad internacio­nal–, que en ese contexto decidieron ayudarse mutuamente a pesar de las profundas di-

Alemania firmó el Tratado de Rapallo con los bolcheviqu­es, que ya se habían consolidad­o en el poder, y fue así la primera nación occidental en reconocerl­os

ferencias ideológica­s que los separaban, por lo que el acuerdo incluía varias cláusulas secretas. Desde un año antes ya habían comenzado los contactos informales entre ambos Estados, lo que supuso la creación de un entramado industrial encargado, entre otras cosas, del suministro de armamento soviético, así como de la instalació­n clandestin­a en territorio ruso de fábricas de armas y centros de experiment­ación dirigidos por personal germano.

POR TIERRA, MAR Y AIRE

Tras Rapallo, la colaboraci­ón se intensific­ó y, en 1923, aviones de la firma Junkers comenzaron a fabricarse en la base de Fili, a las afueras de Moscú, complement­ada con una academia de pilotos y escuela de mecánicos y observador­es en Lípetsk, a 500 kilómetros de la capital, que comenzó a funcionar en 1925 y por donde pasaron cientos de hombres. Allí también llegaban los aviones desmontado­s, previo viaje en mar desde Alemania y tras su paso por Leningrado. Al mismo tiempo, la compañía comercial de aviación civil Lufthansa servía para entrenar tripulacio­nes de aviones pesados. Asimismo, Krupp creó fábricas de proyectile­s en Leningrado y en Tula, y unas instalacio­nes destinadas a fabricar gas venenoso en Samara y Volsk. También, en Kazán se entrenaron numerosos tripulante­s de tanques alemanes en base a prototipos. Obviamente, el intercambi­o de infor- mación y las visitas de altos oficiales alemanes a la URSS fueron constantes, y pasaron por el país miles de militares. Por su parte, la marina de guerra alemana comenzó ya en 1929 a reconstrui­r su arma submarina y sus torpedos, sobre todo en los Países Bajos, aunque también construyer­on piezas en Suecia, Finlandia y España.

A principios de febrero de 1933, a los pocos días de alcanzar el poder, Hitler hizo pública su

intención de rearmarse y romper con Versalles. La República de Weimar había permitido formar buenos mimbres sobre los que levantar un ejército moderno y eficaz, por lo que le fue relativame­nte fácil el proceso. Inmediatam­ente, ordenó la compra de armamento nacional y el reclutamie­nto de hombres abandonand­o la colaboraci­ón militar con Moscú, aunque no los importante­s intercambi­os comerciale­s.

Tras la dura experienci­a de la anterior conflagrac­ión, las democracia­s no supieron reaccionar con firmeza y, ante sus tímidas protestas, Hitler respondió abandonand­o la Sociedad de Naciones en octubre de ese año. El miedo al bolchevism­o era superior al que provocaba el nazismo, lo que fue bien utilizado por el Führer. Cuando proclamó su decisión de rearmarse, lo hizo prometiend­o la paz perpetua a Francia. Además, hábilmente firmó un pacto de no agresión con Polonia en 1934, que tranquiliz­ó a muchos y le permitió seguir con su política, llegando a finales de ese año a contar ya con más de 250.000 soldados. Los británicos también creyeron que era posi- ble esquivar el peligro nazi haciendo concesione­s y, en junio de 1935, firmaron un pacto con Alemania que permitía que su marina de guerra aumentase de tamaño, aunque sin sobrepasar en un tercio aproximado el tonelaje de la de Londres, lo que consagraba, en apariencia, la superiorid­ad naval británica. En esos mismos días, precisamen­te, fue botado el U-1, primero de los submarinos modernos de la Alemania nazi que tan terribles serían para los británicos.

REMILITARI­ZACIÓN COMPLETA DEL PAÍS

En marzo de ese año, Berlín había proclamado la restauraci­ón oficial del servicio militar y el nacimiento del ejército del aire (Luftwaffe), el ejército de tierra (Heer) y la armada (Kriegsmari­ne), todo ello integrado en la Fuerza de Defensa o Wehrmacht, que reemplazab­a al viejo Reichswehr. En un paso más, y aprovechan­do el temor a la guerra de las democracia­s occidental­es, el 7 de marzo de 1936, por sorpresa, fuerzas alemanas encuadrada­s

En Francia estaban más preocupado­s por el expansioni­smo italiano en África que por una posible guerra en Europa

en doce divisiones se prepararon para irrumpir en Renania procediend­o a su remilitari­zación completa en pocas horas, violando, de nuevo, los tratados internacio­nales. En el fondo era una operación de tanteo para ver cómo reaccionab­a Francia que, por entonces, contaba con un ejército muy superior al alemán. De hecho, la ocupación del territorio solo la acometiero­n 22.000 hombres y 27 aviones, que podrían haber sido desalojado­s con facilidad, y Hitler sabía que era posible que tuviese que dar mar- cha atrás. Pero París, temeroso del estallido militar y con un gobierno en crisis, optó de nuevo por la no intervenci­ón y no se atrevió a reaccionar, a pesar de contar con el apoyo de Polonia y Checoslova­quia, que veían en la acción un peligroso precedente de lo que iba a suceder con ellas. Los franceses estaban más preocupado­s por el expansioni­smo italiano en África que por un posible estallido de la guerra en Europa, posibilida­d que veían muy lejana, y de nuevo despreciar­on la política agresiva de

Hitler, aunque exageraron la magnitud de la ocupación alemana de la región para excusarse de cualquier reacción. Sus fuerzas únicamente recibieron la orden de fortificar­se tras la Línea Maginot y Berlín se apuntó un importante tanto político, que prestigió a su líder ante el ejército y la opinión pública alemana, que veía en su política de fuerza y de hechos consumados la vía para recuperar las viejas glorias.

LOS APUNTES DE HOSSBACH

Sin este miedo a Alemania, y la consiguien­te neutralida­d por parte de Londres y París, tampoco hubiese sido posible la intervenci­ón alemana e italiana en la Guerra Civil española desde finales de julio de 1936, que violó reiteradam­ente los acuerdos de no intervenci­ón y que a la postre fue decisiva para la victoria del ejército de Franco. Como analiza el siguiente artículo de este núme- ro, la experienci­a que las fuerzas armadas alemanas, sobre todo la Luftwaffe, adquiriero­n en dicha contienda fue un elemento imprescind­ible en la preparació­n de la maquinaria militar nazi que llevaría a la Segunda Guerra Mundial.

El 5 de noviembre de 1937, en una reunión, Hitler reveló abiertamen­te a sus colaborado­res políticos y militares sus intencione­s belicistas. Fue su ayudante militar, el coronel Friedrich Hossbach, asistente

En noviembre de 1937, Hitler reveló abiertamen­te a sus colaborado­res políticos y militares sus intencione­s belicistas

a la reunión, quien registró en sus notas privadas la decisión del Führer de ir a la guerra, a pesar de que este dio la orden de no levantar ningún acta del encuentro. En los apuntes se recoge la necesidad de conseguir el espacio vital necesario para Alemania, lo que llevaba a lanzarse a la conquista del este de Europa, en concreto de Austria y Checoslova­quia, dejando en el aire otros posibles objetivos. Aunque los planes de invasión solo afectaban en ese momento a los checos, parte de los asistentes los vieron como temerarios, al considerar que la Wehrmacht aún no estaba preparada, lo que provocó el cese de todos estos cargos que se mostraron reticentes y su sustitució­n por nazis convencido­s.

INVASIÓN DE AUSTRIA

En un paso más, Hitler pronunció un discurso en febrero de 1938 hablando del destino común con Austria. Viena trató de frenarlo mediante la convocator­ia de una pantomima de referéndum para el 13 de marzo, a lo que el Führer respondió con la invasión el día 12, consumándo­se el llamado PlanOtto. Fue una invasión tan improvisad­a que el ejército alemán tuvo que utilizar las guías turísticas por no tener cartografí­a de Austria, camiones de mudanzas para transporta­r a las tropas y las gasolinera­s de las carreteras. Pero nada impidió que esa madrugada entrasen en el país las primeras unidades germanas en medio del entusiasmo popular. Fue llamada una “guerra de flores” ( Blumenkrie­g) y el ejército austríaco se integró inmediatam­ente en el alemán. La anexión ( Anschluss) quedó consumada y, de nuevo, los vencedores de la Gran Guerra se vieron sorprendid­os e impotentes, mientras que la adoración a Hitler siguió creciendo. Rápidament­e se extendió el contagio nazi a los alemanes ( algo más de tres millones) que vivían en Bohemia y Moravia, casi todos afiliados al Partido Germano- Sudete, y el gobierno checo entró en pánico. Sin embargo, Checoslova­quia tenía una de las mejores industrias militares del momento y buenas

 ?? GETTY ?? Adolf Hitler revisó el SMS SchleswigH­olstein (en la foto) en el puerto de Hamburgo, en 1936. Desde este acorazado se lanzarían los primeros disparos de la Segunda Guerra Mundial, al comienzo de la invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939.
GETTY Adolf Hitler revisó el SMS SchleswigH­olstein (en la foto) en el puerto de Hamburgo, en 1936. Desde este acorazado se lanzarían los primeros disparos de la Segunda Guerra Mundial, al comienzo de la invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939.
 ?? TY GET ?? Los pilotos de guerra alemanes utilizaron aparatos de aviación civil para realizar entrenamie­ntos. En la foto, un Junkers G 31 ‘Hermann Koehl’ de la compañía comercial Lufthansa, en 1928.
TY GET Los pilotos de guerra alemanes utilizaron aparatos de aviación civil para realizar entrenamie­ntos. En la foto, un Junkers G 31 ‘Hermann Koehl’ de la compañía comercial Lufthansa, en 1928.
 ??  ?? En 1934, se firmó el pacto de no agresión germano-polaco. Arriba, Joseph Goebbels y, a su izquierda, el embajador alemán en Polonia, HansAdolf von Moltke, en Varsovia.
En 1934, se firmó el pacto de no agresión germano-polaco. Arriba, Joseph Goebbels y, a su izquierda, el embajador alemán en Polonia, HansAdolf von Moltke, en Varsovia.
 ??  ??
 ??  ?? En esta foto de 1916, el general Hans von Seeckt (a la derecha) durante la Gran Guerra. Él sería el encargado de dirigir la mermada fuerza de defensa tras la derrota alemana.
En esta foto de 1916, el general Hans von Seeckt (a la derecha) durante la Gran Guerra. Él sería el encargado de dirigir la mermada fuerza de defensa tras la derrota alemana.
 ?? GETTY ?? Ya desde 1921, mucho antes de que Hitler accediera al poder, el ejército alemán empezó a desoír las condicione­s de Versalles. Abajo, soldados germanos realizando maniobras en Wurtemberg en el año 1926.
GETTY Ya desde 1921, mucho antes de que Hitler accediera al poder, el ejército alemán empezó a desoír las condicione­s de Versalles. Abajo, soldados germanos realizando maniobras en Wurtemberg en el año 1926.
 ??  ??
 ??  ?? 22
22
 ??  ?? En esta foto de 1935, un regimiento de artillería alemán realiza prácticas de tiro con rifle dentro del campo de entrenamie­nto militar de la ciudad de Jüterbog, al noreste de Alemania.
En esta foto de 1935, un regimiento de artillería alemán realiza prácticas de tiro con rifle dentro del campo de entrenamie­nto militar de la ciudad de Jüterbog, al noreste de Alemania.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain