El bombardeo de Guernica
El 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, aliadas de Franco, sembraron el terror y la destrucción en la villa vasca. ¿Quién dio la orden del ataque? ¿Qué intenciones había detrás de la masacre? ¿Cuál fue el número real de víctimas? Estas y otras cuestiones siguen siendo debatidas.
El bronco sonido de los motores del primer bombardero alemán, un Dornier Do 17, se percibió a las cuatro de la tarde de aquel infausto 26 de abril de 1937. Instantes después, se escuchó el bramido de las explosiones. “Vimos un avión que daba vueltas sobre la villa y se marchaba hacia Amorebieta, después de soltar tres bombas explosivas”, contó uno de los supervivientes. Era día de mercado y la plaza estaba muy concurrida. “La gente, asustada, se guareció en los refugios o huyó hacia los bosques y caseríos cercanos”, recordaba otro testigo. A continuación, tres bombarderos Savoia italianos lanzaron su mortífera carga sobre Guernica, y dos horas más tarde diecinueve JU-52 alemanes laminaron la ciudad con un manto de bombas explosivas e incendiarias. Los últimos ataques se produjeron en torno a las siete de la tarde, cuando cinco cazas alemanes Messerschmitt Bf-109 y cinco cazas italianos Fiat CR 32 ametrallaron las calles de la localidad y los alrededores. Fue un ataque aéreo sistemático sobre una población civil similar al que habían sufrido anteriormente los habitantes de Durango y Madrid [ver recuadro 1]. “Cuando pasó el bombardeo, la gente salió de los refugios. Nadie lloraba. Los rostros mostraban asombro. Ninguno de nosotros podía comprender lo que veía (...). Por todas partes causaban estragos las llamas y ascendía un pesado humo negro”, le relató Alberto Onaindia, uno de los supervivientes, al escritor alemán Hans Christian Kirsch. Guernica quedó devastada. El 70% de sus edificios fueron totalmente destruidos por las llamas y otro 20% quedarían gravemente dañados.
Luis Iriondo, otro de los testigos del ataque aéreo, encontró ante sus ojos un paisaje aterrador cuando salió del refugio. “En la iglesia nos habían enseñado a los niños una oración que debíamos rezar si sentíamos la muerte próxima. Yo empecé a recitarla, pero cada vez que caía una bomba y sentíamos la sacudida me veía obligado a interrumpir mi plegaria. Señor mío Jesucristo... ¡Bum! No sé cuántas veces empecé la oración, cientos de veces, pero no conseguí acabarla nunca”. Según Iriondo, todo el pueblo estaba en llamas. “Eché a correr sin rumbo fijo. No sabía dónde estaban mis padres ni mis hermanos, no sabía siquiera si estaban vivos o muertos. Me encontré con un amigo frente a su casa. Estaba ardiendo y de repente se derrumbó entera. ‘Ahí dentro estaban mi tía paralítica y mi abuela sorda’, me dijo. Me impresionó muchísimo”.
No hay acuerdo sobre el número de muertos: hoy se habla de entre 200 y 300 fallecidos, que sería el 5% de la población
DISCREPANCIAS Y CERTEZAS
El Ayuntamiento quedó en ruinas, lo mismo que la iglesia de San Juan, el matadero, la alhóndiga o el Teatro Liceo. Casi todo fue destruido. Solo se salvaron la Casa de Juntas, el célebre Árbol de Guernica, símbolo del nacionalismo vasco, y la fábrica de armas Astra, situada a las afueras. Fue la primera localidad arrasada metódicamente desde el aire. Sus ruinas simbolizaron el comienzo de una nueva categoría de guerra total.
Hay gran discrepancia sobre el número de víctimas. Si las autoridades vascas de la época afirmaron que murieron 1.645 personas, Xabier Irujo, profesor en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (EE UU), asegura que el bombardeo causó más de 2.000 víctimas mortales. Estudios más recientes rebajan mucho esas cifras, situándolas entre 200 y 300 fallecidos, lo que supondría en torno al 5% de la población. Lo cierto es que nunca se sabrá el número exacto, dado que no hay registro de cadáveres ni tampoco de heridos.
En realidad, la carnicería pudo ser mayor. Si no hubo más muertos fue gracias al sistema de defensa que había ideado la Junta Municipal de Guer-
nica. Un vigilante en la cumbre del monte Kosnoaga avisaba del peligro de incursiones aéreas con unas banderas rojas. Las señales alertaban a un segundo vigilante situado en el campanario de la iglesia de Santa María, que al tañer las campanas hacía que se dispararan las sirenas de la fábrica Astra, lo que permitía buscar refugio rápidamente.
A la falta de datos oficiales sobre las bajas civiles se añade el silencio obligado que impuso la dictadura franquista sobre lo ocurrido en la localidad vasca. Días después, las tropas rebeldes ( requetés, marroquíes y alemanes) entraron en Guernica borrando las huellas de lo sucedido. “A los prisioneros de guerra obligados a llevar a cabo las labores de desescombro, cuando encontraban cadáveres, los obligaban a continuar trabajando sin realizar ningún registro”, afirma Irujo. Así, los restos de las víctimas fueron retirados con los escombros y depositados en vertederos.
Lo q que sí se sabe es q quiénes perpetraron el brutal bombardeo. Fueron los pilot pilotos alemanes de la Legión Cóndor, al mando del t teniente coronel Wolfram von Richthofen (primo del famoso aviador de la I Guerra Mundial, más conocido con como el Barón Rojo), y los italianos de la Av Aviación Legionaria. Parece claro que el objetivo del b bombardeo era destruir la localidad, habida cuenta de la cantidad de bombas explosivas e incendiarias que se utilizaron. Sin embargo, no existe un consenso tan claro cuando se plantea quién lo ordenó. ¿Fue el general Franco o se trató de una iniciativa personal de Von Richthofen?
EL DEBATE SOBRE LA RESPONSABILIDAD
El historiador Ángel Viñas cree que la orden de atacar la dieron los mandos franquistas. “Lo que ocurrió es que ni Franco ni los nazis pensaron que el bombardeo de la localidad vasca iba a tener tal eco en la prensa internacional de la época. Aquello les pilló con el pie cambiado”, alega. Para Xabier Irujo, no hay duda al respecto: “Nadie más que Franco podía ordenar un bombardeo sobre una población. Además, la movilización de 59 aviones –el 20% de la fuerza aérea rebelde en abril de 1937– sobre un único objetivo durante tres horas y media no pudo pasar inadvertida al general Kindelán, jefe de las Fuerzas Aéreas golpistas”. “En el caso de Guernica, todavía hoy estamos luchando contra la mentira”, afirmó el hispanista británico Paul Preston en un encuentro de historiadores que se celebró en la villa vasca en 2017 para conmemorar el 80º aniversario de aquel ataque aéreo. “El mensaje del franquismo de que la ciudad la habían destruido los mineros asturianos (del Frente Popular) y los gudaris vascos constituye un ejemplo perfecto de esa posverdad y difusión de
falsedades tan de moda hoy día”, señaló Preston, quien subrayó el actual resurgimiento de actitudes franquistas no ya entre historiadores de cierto signo, sino también entre muchos universitarios. ¿En el bombardeo confluyeron distintos intereses de franquistas y alemanes? Preston, Viñas e Irujo creen que sí. Si Franco buscaba castigar ejemplarmente a los gudaris vascos que se habían alineado con la II República, el responsable de la Legión Cóndor, Von Richthofen, quería demostrarle por su parte a Hitler el poder destructivo de la aviación en una guerra moderna: Guernica fue un banco de pruebas para los horrores que se iban a producir pocos años después en la II Guerra Mundial. Además, los alemanes buscaban convencer a los franquistas de que la mejor manera de terminar con la resistencia republicana en Bilbao no pasaba por un avance a través de Durango; Von Richthofen sabía que, destruyendo Guernica, los rebeldes tendrían el camino expedito para dominar Euskadi.
Algunos corresponsales como George Steer, de TheTimes, fueron testigos de los efectos del brutal bombardeo
REPERCUSIÓN INTERNACIONAL
Por otra parte, la Aviación Legionaria italiana necesitaba urgentemente una victoria para tratar de salvar la cara tras su desastrosa derrota en la batalla de Guadalajara en marzo de 1937, cuando se produjo el último intento de Franco por apoderarse de Madrid. En esa operación, los cazas soviéticos de la aviación republicana barrieron a las tropas fascistas, que sufrieron unas 6.000 bajas entre muertos y heridos. Asimismo, la villa vasca constituía un centro clave de comunicaciones para las tropas republicanas y en su extrarradio se encontraba la fábrica de armamento Astra: otra razón para acabar con ella. Y además los alemanes trataban de convencer a Franco de que el avance terrestre sería más rápido si se aprovechaba la capacidad destructiva de la aviación. Algunos corresponsales extranjeros, como George Steer, del diario conservador TheTimes, fueron testigos de los efectos que causaron las bombas de la Legión Cóndor y de la Aviación Legionaria en Guernica. Sus crónicas sobre el bombardeo fueron recogidas en la prensa internacional y su
repercusión fue enorme. En pocas horas, la opinión pública de las democracias occidentales reaccionó ante la barbarie cometida.
En su diario, Von Richthofen reconoció que se había portado “muy maleducadamente” en Guernica. Para otros nazis, en cambio, la devastación de la localidad vizcaína constituyó un motivo de orgullo: el poder destructivo de la Luftwaffe demostraba que el Tercer Reich estaba preparado para la guerra mundial que se avecinaba. En los juicios de Núremberg que se celebraron tras la estrepitosa derrota de Alemania, el mariscal Göring declararía: “La Guerra Civil española dio una oportunidad de poner a prueba a mi joven fuerza aérea, así como para que mis hombres adquirieran experiencia”.
EPÍLOGO: PICASSO Y EL GUERNICA
A principios de enero de 1937, Picasso recibió en su domicilio parisino a una delegación del Gobierno republicano formada por el director general de Bellas Artes, Josep Renau, y los escritores José Bergamín y Max Aub. Su objetivo era solicitarle un cuadro mural de grandes dimensiones que mostrara al mundo el sufrimiento de la población civil debido a la guerra. Esa obra de propaganda se exhibiría en el pabellón español de la Exposición Internacional de París, a celebrarse en mayo de ese año.
Por entonces, el pintor había comenzado una apa- sionada aventura sentimental con la fotógrafa Dora Maar, que complicó mucho su relación con su esposa Olga y su amante Marie-Thérèse. Aquella situación hizo que demorara varios meses el encargo. La realización de un lienzo tan enorme (3,49 x 7,77 metros) requería un estudio de grandes dimensiones y Dora localizó un taller apropiado en el número 7 de la Rue des Grandes Augustins de París. A finales de abril, Picasso no había encontrado todavía la inspiración. El día 29, el diario L´Humanité –el que leía habitualmente el artista– publicó a toda plana las terribles consecuencias del bombardeo de Guernica. Picasso ya no tuvo ninguna duda: ese iba a ser el tema. El 1 de mayo hizo los primeros bocetos y el 4 de junio dio por terminada la obra, que pudo ser admirada por el público el 12 de julio, semanas después de que fuera inaugurada la Exposición Internacional de París.
Tras la Guerra Civil, el pintor malagueño decidió que el simbólico cuadro permaneciera en custodia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Picasso recibió del Gobierno republicano un primer pago de 50.000 francos y otro posterior de 150.000, cuyos recibos iban a ser de vital importancia años después para que el Gobierno español pudiera reclamar la propiedad de la obra al MOMA y para que esta regresara a Madrid en 1981, donde actualmente se exhibe en el Museo Reina Sofía junto con 45 bocetos en papel y lienzo.
Göring declaró en Núremberg que la Guerra Civil española fue un banco de pruebas para su joven fuerza aérea