Las armas más secretas
En cuanto fue evidente que el golpe del 18 de julio iba a desembocar en una guerra prolongada, los sublevados pusieron en marcha grupos de sabotaje e inteligencia, que pronto se coordinarían bajo un mando único.
Las armas más SECRETAS
Antes de la Guerra Civil, los servicios secretos militares españoles eran prácticamente inexistentes y los pocos informantes que había actuaban en el protectorado de Marruecos, en previsión de posibles revueltas. Pero, en los meses previos al estallido de la conflagración, los sectores más politizados de la oficialidad partidarios del golpe se organizaron secretamente en la Unión Militar Española (UME), dirigidos por el general Emilio Mola, lo que supuso crear un nuevo servicio de información. Cuando el golpe fracasó y comenzó la guerra que enfrentó a las dos Españas, se tuvieron que improvisar rápidamente unas nuevas redes de inteligencia y sabotaje que ayudasen a la victoria de las fuerzas insurrectas.
Así, de modo casi espontáneo, parte de los simpatizantes de la causa rebelde que residían en las ciudades fieles a la República, sobre todo en Madrid, comenzaron secretamente a trabajar en favor de los sublevados. Era un variopinto grupo al que se denominaba coloquialmente la “quinta columna” –término que comenzó a difundirse en octubre de 1936– según expresión de Mola, al hacer referencia a que las otras cuatro eran las militares que avanzaban hacia la capital.
El objetivo de esa quinta columna formada por los simpatizantes de los rebeldes sería entorpecer y sabotear las operaciones militares republicanas, alentar el descontento social, extender rumores falsos y difundir panfletos y octavillas, así como pasar información sensible al enemigo mediante el empleo de emisoras de radio clandestinas. También daban escondite y ayudaban a escapar a derechistas perseguidos y servían de enlace con los partidarios del golpe que seguían incrustados entre los militares y políticos republicanos. Igualmente, actuaban como enlaces entre los refugiados que permanecían en las distintas legaciones diplomáticas extranjeras. La primera acción famosa de los quintacolumnistas madrileños fue el fracasado plan para apoderarse de la emisora Unión Radio y del Ministerio de Gobernación, en agosto de 1936, creyendo en la inminente caída de la capital.
Estos grupos, al principio atomizados, fueron coordinándose progresivamente bajo la autoridad de la llamada Falange Clandestina y su jefe Manuel Valdés Larrañaga, que dirigía la red desde el hospital penitenciario. Entre los diversos grupos destacaba el llamado “Hermandad Auxilio Azul María Paz”, formado por mujeres falangistas que, aparte del resto de tareas, se dedicaban a esconder a jóvenes que se negaban a acudir a filas y se infiltraban en organismos republicanos. Otra de las misiones de la quinta columna era prepararse para la “liberación” de las ciudades, por lo que acumulaban armas con las que atacar desde retaguardia cuando comenzase el asalto
La primera acción de los quintacolumnistas fue el fracasado plan para apoderarse de la emisora Unión Radio
final. Obviamente, las autoridades republicanas perseguían con denuedo a los quintacolumnistas y desarticularon, por ejemplo, la llamada “Red Antonio” en Madrid, especializada en evasiones, aunque la evolución de la guerra envalentonó cada vez más a estos infiltrados de la sublevación.
LA RED ESPINOSA Y EL SIFNE
Pero el espionaje más efectivo se daba desde las filas militares. Al principio también surgió de modo descoordinado, como cuando la Armada, por su cuenta, encomendó al capitán Manuel Espinosa organizar un servicio de información acerca de los suministros que llegaban por vía marítima a la República. Para ello contó con la ayuda de la marina alemana, que le proporcionó documentación falsa para poder operar desde los puertos del Mediterráneo oriental a condición de que, a su vez, compartiese la información con los nazis. Una vez detectados los mercantes que transportaban material de guerra a los puertos del Levante español, en caso de que fuesen navíos de países neutrales se sobornaba a los capitanes para que radiasen sus datos y los buques pudiesen ser abordados por la marina de Franco, con base en Palma de Mallorca y Cádiz, que decomisaba su carga; si eran soviéticos, simplemente eran torpedeados. Para detectar el embarque de armas en puertos del sur de Francia, se dispuso de un yate en aparente estado de abandono en Montecarlo, desde el que se informaba a Palma del tráfico marítimo con el objetivo de que interceptasen los envíos.
Por su parte, el Ejército organizó el SIM ( Servicio de Información Militar) en otoño de 1936, aunque sus medios eran limitados y actuaba de modo algo caótico. Mucho más decisivo y eficaz fue el Servicio de Información de la Frontera Norte de España ( SIFNE), dirigido por Mola desde finales de agosto de 1936 en la zona norte que él controlaba, pero pagado con fondos privados. Tenía base en Biarritz y estaba financiado por miembros destacados de la Lliga Regionalis-
ta, con Francesc Cambó a la cabeza. Al frente del mismo, y en contacto directo con Mola, estaba José Bertrán y Musitu, miembro destacado de la Lliga, que recibió en Berlín una intensa formación como radiotelegrafista y criptógrafo y en técnicas de espionaje en general. La organización estaba, sobre todo, centrada en obtener información de Cataluña y el País Vasco y se nutría de agentes provenientes del carlismo, de la Falange y de la Lliga. Se ha especulado con que los violentos enfrentamientos que se produjeron en Barcelona en mayo de 1937 entre el POUM y los anarquistas, de una parte, y las fuerzas gubernamentales apoyadas por los comunistas, de la otra, que abrieron una profunda crisis en la República, fueron atizados por la acción del SIFNE. Además de las labores de sabotaje y de ayuda para cruzar la frontera, pasaban información sobre el apoyo francés a la República y de los
objetivos que en las ciudades catalanas o vascas debían ser atacados por parte de la marina o la aviación franquista. El mismo Bertrán, sabiendo que su lujoso palacete de Barcelona había sido ocupado por un organismo del gobierno republicano, pasó los datos exactos de su ubicación para que fuese bombardeado. Las actividades del SIFNE se prolongaron hasta febrero de 1938, cuando fueron expulsados de su base en Biarritz por las autoridades galas.
LLEGADA DE LAS MÁQUINAS ENIGMA
Por otro lado, los generales que desde el sur estaban avanzando con rapidez en aquel verano de 1936, bajo el mando de Franco, necesitaban urgentemente comunicarse de modo seguro con las fuerzas del norte dirigidas por Mola, que aún estaban aisladas. No podían usar las claves militares al uso, porque ambos bandos las conocían, y tuvieron que improvisar métodos distintos. Un alivio importante para esta precariedad fue la llegada, en noviembre de ese año, de las máquinas Enigma alemanas, luego famosas en la II Guerra Mundial. Madrid parecía a punto de caer en manos del general Franco – desde finales de septiembre, mando supremo de las fuerzas alzadas– y era urgente coordinar la ofensiva final. A tal fin llegaron de Alemania ocho máquinas que se distribuyeron entre los principales ejércitos para poder transmitir las órdenes con seguridad, mientras otras dos eran destinadas a los representantes franquistas en Berlín y Roma para poder enviar mensajes cifrados al gobierno sublevado, con sede en Burgos. Obviamente, Hitler no vendió los modelos más avanzados del artefacto, que sí estaban en manos de su ejército y de sus servicios de información, por miedo a que cayesen en manos enemigas. Remitió el llamado modelo D, que era el más sofisticado pero dentro de la división comercial no militar, y que también usaron Italia y Suiza. El encargado de recibirlas y adiestrar en su manejo a los operarios fue el comandante de Estado Mayor y experto en criptografía Antonio Sarmiento, adscrito al Cuartel General de Franco. El mismo Generalísimo llevaba con él siempre una de las máquinas, y fue tal su éxito que,
El SIFNE pasaba información sobre la ayuda francesa a la República y los objetivos que debían atacarse
en enero de 1937, se compraron diez unidades más. A lo largo de la guerra se llegaron a adquirir y emplear cerca de cincuenta, de las que actualmente se conserva la mayoría.
A finales de 1937, todos los servicios de información y sabotaje comenzaron a unificarse en el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). Estaba dirigido por el coronel José Ungría Jiménez, que se con- virtió así en el máximo responsable de las redes de espionaje. Este militar, destinado en Madrid y que aparentó hasta octubre de 1936 lealtad a la República, se refugió luego en la embajada francesa y logró pasar en abril de 1937 a la zona franquista. Entre sus méritos estuvo el saber incorporar los informes de los servicios secretos alemanes, italianos y portugueses, incluyendo a sus informantes en su red. Ungría siempre estaba junto a Franco y le informaba constantemente, incluso de cualquier evolución política internacional –especialmente la francesa– que pudiese afectar al desarrollo de la guerra.
CADA VEZ MÁS EFICACES
Los informes del SIPM eran diarios y fueron perfeccionándose a lo largo de 1938, cuando llegaron a contar con una red de emisoras de radio clandestinas dentro de la retaguardia enemiga. La más importante estaba en Madrid con el nombre en clave de EMM ( España, Melilla, Madrid). Por entonces se estima que ya tenía unos 30.000 colaboradores y un presupuesto generoso. A la red de quintacolumnistas e informadores se añadían algunos diplomáticos extranjeros simpatizantes de los sublevados que permanecían en Madrid. Sin embargo, Franco no siempre hacía caso de los informes, como cuando se le advirtió de un posible
Los servicios republicanos de contraespionaje sabían de las actividades del SIPM, pero no podían romper sus claves
ataque en julio de ese año, que daría lugar a la batalla del Ebro y al consabido disgusto militar. Ciertamente, los servicios republicanos de contraespionaje sabían de las actividades del SIPM, pero no podían romper sus claves al estar en inferioridad, aunque perseguían con denuedo a sus agentes. Entre los más valiosos hombres del SIPM estaba José Centaño de la Paz, jefe del parque de artillería N.º 4 de Madrid, alias “Don José”, que logró infiltrarse en el Cuartel General del Ejército del Centro (la posiciónJaca) y enviar a Burgos detallada información sobre las reservas que le quedaban al ejército republicano. De hecho, era el jefe de toda la quinta columna madrileña. Otros importantes agentes fueron los profesores universitarios Julio Palacios y Antonio de Luna, que a su vez contaban con redes que les proporcionaban informes, y que trabajaron para convencer a los intelectuales republicanos de buscar cuanto antes una rendición negociada. Durante los últimos meses de 1938 y los primeros de 1939, los informes del SIPM fueron decisivos para que Franco supiese de las crecientes tensiones entre el presidente Juan Negrín y los comunistas, partidarios de la resistencia a ultranza, y Azaña, Companys, los anarquistas y la mayor parte de los socialistas y miembros de Izquierda Republicana, que lo eran de buscar la paz cuanto antes. Este conocimiento fue decisivo para que en esos meses se acentuasen los contactos con militares como Segismundo Casado o políticos como Julián Besteiro o Cipriano Mera, con el fin de lograr su rendición y su traición al gobierno de Negrín, lo que aceleró la derrota de la República. Por ello, se puede decir que la acción más importante y exitosa del SIPM fueron las negociaciones secretas que el propio Centaño entabló personalmente con Casado, desde enero de 1939, para convencerlo de que se rebelase contra Negrín y rindiese oficialmente a todas las fuerzas bajo su mando, tras implicar a los políticos republicanos citados en la operación. Una de las consecuencias inmediatas fue que, desde esos momentos, la quinta columna de Madrid pudo actuar con una mayor libertad, minando de modo creciente la capacidad de resistencia republicana.
LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL SIPM
Desde esas fechas, los contactos entre la red de espías de Franco y los hombres de Casado, así como los informes correspondientes a Burgos a través de emisoras de radio, fueron casi diarios. Como resultado, a finales de marzo se consumó la rendición incondicional de los restos del ejército republicano, lo que obligó a sus dirigentes a una precipitada huida para salvar la vida. En los días previos a la entrada de Franco en Madrid, la quinta columna se encargó de liberar a los presos, requisar armas, vigilar alcantarillas, desarmar a los republicanos, etc., lo que facilitó la ocupación de la capital y de Valencia, Alicante, etc. Sin el trabajo desarrollado en esas semanas por el SIPM, muy posiblemente la guerra aún se hubiese prolongado por un tiempo. Meses después de acabada la contienda, el SIPM fue disuelto oficialmente y parte de sus miembros fueron redirigidos, ahora como agentes de la policía política del régimen, a la busca y captura de los militantes republicanos que seguían resistiendo y no habían huido, o a recabar información de los principales exiliados.