Testimonio de la matanza de Badajoz
Un ejemplo de la violencia y la represión aplicadas por el bando sublevado lo encontramos en la terrible masacre de la plaza de toros de Badajoz, en la que el ejército franquista asesinó a entre 1.800 y 4.000 –los datos no están confirmados– civiles y militares defensores de la Segunda República durante la Guerra Civil.
El 14 de agosto, la suerte de Badajoz estaba echada. El bombardeo aéreo había sido incesante desde las seis de la mañana y los obuses sembraban el terror en todos los barrios. A los republicanos les faltaban municiones. La defensa de la ciudad extremeña sucumbió. A las cuatro y media de la tarde, tras un feroz combate, la columna de los legionarios al mando del teniente general Castejón entró por Puerta Trinidad y Badajoz cayó.
LA MASACRE TRAS LA TOMA DE LA CIUDAD
La batalla terminó, pero comenzó la escabechina, la carnicería más monstruosa que se pueda imaginar según John T. Whitaker (1906-1946), corresponsal del diario ChicagoTribune en la contienda española. Había sido testigo directo de varias atrocidades y tras la masacre de Badajoz, uno de los sucesos más sangrientos de toda la contienda, consiguió entrevistarse con el responsable del suceso, el general Yagüe, quien, a su pregunta sobre si era cierto que habían fusilado a unas 4.000 personas, respondió: “Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar 4.000 rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?”. Tras ser testigo del Asedio del Alcázar, Whitaker sufrió amenazas de muerte por oficiales de la prensa franquista.