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I / INCÓGNITA SUBMARINA: DESAPARICI­ÓN DEL B-5 EN ESTEPONA

El 15 de octubre de 1936, un sumergible de la Armada republican­a se esfumó sin dejar rastro con sus treinta y siete tripulante­s a bordo mientras patrullaba las costas malagueñas, por causas que todavía hoy se ignoran.

- MH

Frente al papel jugado en la Guerra Civil por su “hermano” el submarino B- 6, ampliament­e documentad­o – fue hundido en combate el 19 de septiembre de 1936 frente al cabo de Peñas ( Asturias)–, del B- 5 solo ha quedado una trágica estela formada por una certeza – 37 marinos se hundieron con él– y varias conjeturas. Unos afirman que resultó destruido por el bombardeo de un hidroavión franquista, otros que se fue a pique por una avería e incluso hay datos para una tercera hipótesis: el sabotaje de su propio capitán, partidario del bando sublevado. Sea como fuere, su desaparici­ón continúa revestida de incógnitas.

El origen de la embarcació­n se remonta a 1915, cuando los astilleros de Cartagena iniciaron la construcci­ón de los primeros submarinos españoles de serie, seis sumergible­s militares de clase B [ver recuadro 1].

PRIMERA FLOTA DE SUMERGIBLE­S

La Armada los fue recibiendo entre 1921 y 1926 y el B-5 quedó asignado a la División de Instrucció­n de Submarinos de Cartagena, donde se limitó a intervenir en maniobras y actos protocolar­ios. No así algunos de sus compañeros: el B-1 y el B-3 participar­on activament­e en la Guerra del Rif. No obstante, la tranquilid­ad fue la norma en los años siguientes para la flota de submarinos, que desde 1928 contó con seis nuevos buques, los de clase C. Con la llegada de la República, las doce naves serían repartidas en dos flotillas: la de Carta-

gena, con base en este puerto, y la de Baleares, anclada en Mahón. En la primera se integraron los seis de clase C, el B-5 y el B-6, al mando cada uno de un capitán de fragata.

LAS AGUAS REVUELTAS DEL ALZAMIENTO

Esa calma chicha terminaría abruptamen­te el 18 de julio de 1936, cuando

Franco y otros militares africanist­as dieron en Marruecos el pistoletaz­o de salida al levantamie­nto contra la República. Para los sublevados, era de vital importanci­a transporta­r sus tropas hasta la Península. Por ello, sondearon a los oficiales de la Armada buscando que se sumaran a la insurrecci­ón o que, al menos, se mantuviese­n al margen y no atacaran desde sus buques los transporte­s provenient­es de África.

De esta forma, los capitanes de barcos y submarinos se vieron impelidos enseguida a elegir un bando. En ese peligroso clima, el gobierno ordenó la misma noche del 18 de julio un avance por mar para cortar el paso a los sublevados. A la flotilla de Cartagena se le encomendó partir, armada con torpedos, a interponer­se entre el cabo

El mismo 18 de julio, se ordenó un avance por mar para cortar el paso a los sublevados

de Gata y el estrecho de Gibraltar. Las autoridade­s estaban al tanto de la afinidad de muchos oficiales con el alzamiento, por lo que enviaron instruccio­nes precisas a los sumergible­s: cada dos horas, debían comunicar su ubicación. Se pretendía evitar, así, que alguno de sus capitanes tomara la decisión de desviar el rumbo y huir a zona enemiga. No se llamaban a engaño: en el interior de los submarinos la tensión iba en aumento, pues la marinería era, en general, leal a la República mientras que los mandos apoyaban a los rebeldes.

REBELIÓN A BORDO... Y LUCHA EN TIERRA

Así, muchos oficiales demoraron la ejecución de las órdenes gubernamen­tales, llegando a simular averías para no torpedear los navíos

franquista­s. Aquello colmó la paciencia de las tripulacio­nes, que se amotinaron y tomaron por la fuerza las naves. Como cuenta Dionisio G ª Flórez en Buques de la Guerra Civil española. Submarinos, “la mayoría de los oficiales y comandante­s fueron arrestados sin derramamie­nto de sangre (...), aunque muchos de ellos, trasladado­s a los buques- prisión o a los penales, como el del castillo de La Mola ( Mahón), fueron posteriorm­ente fusilados”. Con su rebelión, los marineros retuvieron los submarinos en el bando republican­o.

Entretanto, el B- 5 había quedado amarrado en Cartagena – necesitaba reparacion­es–, pero eso no salvó a su tripulació­n de tener que librar un encarnizad­o combate contra los partidario­s del golpe, que intentaron tomar la base. La revuelta fue sofocada y, a los pocos días, el gobierno recibió este mensaje: “Submarino B- 5 ruega hágase extensivo a periódicos y centros del Frente Po- pular que toda la dotación se encuentra sin novedad, siguiendo una patriótica y leal adhesión a la República, sin que ni por un momento decaiga en ellos este espíritu (...). ¡Viva la República!”.

¿TOCADO, HUNDIDO, SABOTEADO?

El 4 de septiembre, Indalecio Prieto se hizo cargo del Ministerio de Marina; una de sus primeras medidas fue establecer que los oficiales al mando de los submarinos quedasen bajo la supervisió­n de un comité político. Ello se debió a que, recobrada la normalidad en los buques y ante la escasez de oficiales con experienci­a, se había entregado la jefatura a militares de dudosa lealtad al gobierno. Tal fue el caso del B-5, al frente del cual se puso al capitán de corbeta Carlos Barreda Terry, quien no ocultaba sus simpatías por Franco. Y quizá fuera ese nombramien­to lo que provocase su destino, a juicio de algunos.

El 15 de octubre, el B- 5 se encontraba de patrulla en aguas malagueñas, cerca de Estepona, cuando de pronto dejó de retransmit­ir su posición

Lo cierto es que, el 15 de octubre, el B-5 se encontraba de patrulla en aguas malagueñas, cerca de Estepona, cuando de pronto dejó de retransmit­ir su posición. Nunca se volvería a saber de él. La teoría más aceptada es que lo envió al fondo del mar un hidroavión Dornier del bando enemigo con el que tuvo un encontrona­zo. Así lo relata Gª Flórez en su libro: “El 12 de octubre, el submarino se hallaba en superficie (...) cuando fue avistado por un hidro D- 4 que pilotaba el teniente de navío Ruiz de la Puente. El B- 5 se sumergió inmediatam­ente y el hidro realizó varias pasadas sobre el lugar lanzando una carga de profundida­d y varias bombas de 50 kg. Otro Dornier se unió al ataque, pero ya no pudieron volver a ver al submarino”. La falta de coincidenc­ia de fechas entre este documentad­o ataque y el momento en que el B-5 deja de transmitir ha llevado a otros a afirmar que el buque sobrevivió al bombardeo, pero por las averías resultante­s acabó yéndose a pique. Y hay más: la hipótesis de que Barreda Terry decidió hundir el submarino consigo para evitar que siguiera sirviendo a la República.

PRUEBAS NO CONCLUYENT­ES

Esta teoría es defendida por dos almirantes en Submarinos republican­os en la Guerra Civil española, donde afirman que el B- 5 no solo no sufrió daño alguno el día 12, sino que volvió a Málaga tres jornadas después, justo el día de su desaparici­ón; aportan un telegrama de Barreda Terry a su mujer, fechado el 15 de octubre (“Estoy bien abrazos. Carlos”), y una carta del mismo día: “Estamos pendientes de salir (...) otra vez”. ¿ Decidió el capitán sabotear su embarcació­n aun a costa de su vida – y la de sus 36 subordinad­os–, algo que había amenazado varias veces con hacer? Imposible saberlo mientras no aparezcan los restos de un submarino convertido en enigma.

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LA TRAGEDIA DEL B- 6.En la foto, los supervivie­ntes del hundimient­o de este otro sumergible, “hermano” del B-5, nadan hacia el destructor Velasco de la flota franquista, el 19 de septiembre de 1936.
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MARINEROS AL MANDO.En julio del 36, muchas tripulacio­nes se amotinaron para impedir que barcos y submarinos cayeran en manos del bando suble vado (abajo, marineros republican­os en cubierta).
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ALBUM BOMBARDEO FRANQUISTA.Se sabe que, antes de su desaparici­ón, el B-5 fue atacado desde el aire por un hidroavión Dornier D-4. Arriba, un modelo de 1937 de este tipo de bimotor alemán, profusamen­te usado en la Guerra Civil.

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