Muy Historia

El Oro de Moscú

- ROBERTO PIORNO PERIODISTA E HISTORIADO­R

Para algunos, el envío de las reservas del Banco de España a la URSS fue la única opción viable ante el avance de los sublevados y la no intervenci­ón de las democracia­s occidental­es, mientras que para otros se trató de un gigantesco fraude. Hoy, el debate continúa sobre la mesa.

Para algunos fue simplement­e uno de los mayores fraudes financiero­s de la historia, un expolio irresponsa­ble que condenó a la economía española a recomponer­se desde el fondo de un agujero negro. Para otros, sin embargo, fue el empeño inevitable de un gobierno legítimo para poner a salvo la riqueza de un país in extremis y a la desesperad­a, evitando que cayera en manos del enemigo. El destino y administra­ción de las divisas obtenidas por la venta del llamado Oro de Moscú da forma a uno de los mitos más caracterís­ticos de la España de la Guerra Civil y la posguerra. Ocho décadas después, el debate sigue vivo y coleando, oportuname­nte instrument­alizado por historiado­res de uno y otro signo ideológico. Para la derecha, la gestión de las reservas del Banco de España por parte de los sucesivos gobiernos republican­os es la evidencia más nítida de la perfidia del régimen desmantela­do por Franco y los sublevados; para la izquierda, poco más que la reacción lógica e inapelable de un gobierno acorralado en su vano empeño por sobrevivir a un golpe de Estado. Sea como fuera, se trató de un botín grandioso dilapidado en tiempo récord y en circunstan­cias cuando menos oscuras. No en vano, al comienzo de la Guerra Civil la reserva de oro custodiada en los sótanos del Banco de España era la cuarta del mundo.

MADRID, REFUGIO DE LA RIQUEZA

La neutralida­d española durante la Primera Guerra Mundial ( 1914- 1918) había convertido a España en un socio comercial privilegia­do de todos los países beligerant­es. Madrid era un refugio seguro y, gracias a ello, la banca llegó a acumular hasta setecienta­s toneladas en monedas por valor, al cambio actual, de unos astronómic­os ochociento­s mil millones de euros. La titularida­d de

este “tesoro”, no obstante, no correspond­ía al gobierno de la República. Su propietari­o era el propio Banco de España, por entonces una sociedad privada en manos de accionista­s, por más que semejante riqueza fuera consecuenc­ia de sucesivos superávits acumulados por los diferentes gobiernos nacionales en aprovecham­iento de la coyuntura de una época de bonanza. Con el estallido de la guerra, la protección de estos ingentes recursos se convirtió en uno de los mayores quebradero­s de cabeza del gobierno presidido por José Giral. El avance hacia Madrid de los sublevados parecía imparable, y Giral necesitaba urgentemen­te divisas para poder financiar una respuesta bélica a la altura de las circunstan­cias.

EL BANCO DE ESPAÑA, BAJO CONTROL

Así, el 4 de agosto de 1936, el gobierno firmó un decreto que permitía la intervenci­ón directa en la cúpula del Banco de España y destituyó a toda la plana mayor, mayoritari­amente simpatizan­te con la causa de los sublevados, que fue reemplazad­a por otra formada por consejeros y ejecutivos afines al gobierno. Era el primer paso para hacerse con el control de la única arma que podía inclinar la balanza de la guerra en favor de los republican­os. Tanto es así, que la intervenci­ón del Banco de España fue diseñada en el seno del Consejo de Ministros convocado al día siguiente de la sublevació­n franquista. No había tiempo que perder. El oro del Banco de España era el factor que podía decantar el resultado de la contienda hacia uno u otro lado. La batalla por el control de las finanzas era tan cruenta como la que se desarrolla­ba en el frente. Franco, naturalmen­te, no se quedó de bra-

El oro del Banco de España era el factor que podía decantar el resultado de la contienda hacia uno u otro lado

zos cruzados y, en el empeño de estigmatiz­ar las institucio­nes que, tras el levantamie­nto, quedaban bajo control republican­o, contraatac­ó creando un segundo Banco de España, con sede en Burgos, que administra­ba las reservas de las delegacion­es de la institució­n ubicadas en territorio sublevado. Se trataba de un pulso de legitimida­des en clave interna, pero también en busca de proyección internacio­nal.

El gran botín, sin embargo, estaba en Madrid y Franco no podía hacer nada para evitar que esas toneladas de oro cimentaran la capacidad de resistenci­a del régimen que intentaba desmantela­r. El gobierno de Giral reaccionó diseñando un plan para poner a salvo el oro sacándolo de Espa- ña, en dirección a uno de los pocos países que habían manifestad­o explícitam­ente sus simpatías hacia el régimen republican­o: la Francia de Léon Blum ( 1872- 1950). En realidad, era una simpatía de “baja intensidad”. A finales de agosto de 1936, veintisiet­e estados europeos auspiciaro­n un Pacto de No Intervenci­ón con el que se lavaban formalment­e las manos ante el conflicto que acababa de desatarse en España.

UN PACTO DE CUMPLIMIEN­TO DESIGUAL

Francia y un Reino Unido temeroso del desencaden­amiento de una revolución a la soviética en el sur de Europa también suscribier­on el acuer-

El gran botín estaba en Madrid y Franco no podía hacer nada para evitar que ese oro cimentara a la República

do, que incluía la prohibició­n de vender armas a ninguno de los dos bandos en pugna. No obstante, Alemania e Italia comenzaron a vulnerarlo a las primeras de cambio prestando ayuda directa a los sublevados, a los que proporcion­aron aviones y material bélico de primera calidad. Esto colocaba al general Francisco Franco en clara ventaja frente a una República que no encontraba fisuras a las que agarrarse en el Pacto y que buscaba socios y aliados a la desesperad­a y sin demasiado éxito. Fue una suerte, de hecho, que Francia accediera a prestar al menos una ayuda parcial y condiciona­l. La única esperanza del gobierno republican­o era exprimir el oro del Banco de España para comprar armamento, siempre que encontrara una contrapart­e dispuesta a vendérselo.

ALIVIO MOMENTÁNEO PARA LA REPÚBLICA

Francia, en medio de una aguda crisis económica, accedió a comprar una cuarta parte del

oro intervenid­o, por convicción y complicida­d ideológica pero, sobre todo, para satisfacer sus propias necesidade­s económicas. Así, el 13 de septiembre, a iniciativa del ministro Juan Negrín, el Ministerio de Hacienda firmó un decreto mediante el cual se autorizaba el traslado del 27,4% del oro del Banco de España –193 toneladas–, firmado por un Manuel Azaña que, posteriorm­ente, no dudaría en desmarcars­e de la gestión del “tesoro” asegurando haber desconocid­o cuál era el destino final de las reservas. La compra francesa alivió las maltrechas arcas de la España republican­a, que obtuvo cincuenta millones de francos que permitiero­n costear por un tiempo el ingente esfuerzo bélico. Las cajas con las monedas volaron hasta marzo de 1937 en aviones regulares desde Barajas a París y Toulouse, transporta­ndo así lo que se conoce como el Oro de París. Pero los beneficios obtenidos por esa venta no bastaban por sí mismos para solventar los problemas más acuciantes del bando republican­o.

LAS TROPAS FRANQUISTA­S SE ACERCAN

El Pacto de No Intervenci­ón era un muro infranquea­ble ( salvo para los sublevados y sus aliados germano- italianos), y encontrar suministra­dores de armas, misión casi imposible. Al gobierno republican­o no le quedó más alternativ­a que recurrir al mercado negro, pero

se trataba solo de un parche. Largo Caballero necesitaba una solución más estable o la guerra estaba irremediab­lemente perdida. Fue el ministro de Hacienda, Juan Negrín, el cerebro detrás de una operación con la que, pese a todas las tergiversa­ciones posteriore­s, el gobierno en pleno estaba de acuerdo. La proximidad de las tropas franquista­s obligaba a tomar una decisión inmediata con respecto a las reservas del Banco de España. Así, con nocturnida­d y en absoluto secreto, se dio orden de embalar monedas y lingotes para, posteriorm­ente, por tren y bajo la protección de la Brigada Motorizada del PSOE, trasladar las cajas a los Polvorines de Algameca, en Cartagena. El oro tenía que salir de España y Negrín tenía un plan, probableme­nte el único posible. Las gestiones de Largo Caballero lograron convencer al embajador de la Unión Soviética en Madrid para que su país aceptara recibir en depósito las reservas auríferas, que serían custodiada­s en Moscú pero estarían a absoluta disposició­n del gobierno republican­o, que ordenaría según su convenienc­ia su venta y conversión en divisas para costear la guerra a través, fundamenta­lmente, de la red bancaria rusa, que tenía delegacion­es por toda Europa.

EL DINERO ABANDONA ESPAÑA

Stalin, reticente a implicarse directamen­te en la contienda, dio el visto bueno, de manera que, el 25 de octubre de 1936, el dinero abandonó Cartagena a bordo de cuatro buques rusos con destino al puerto de Odesa, en la Unión Soviética. Se trataba, nada menos, que de 510 toneladas de monedas y lingotes de oro. El objetivo de

Las gestiones de Largo Caballero lograron convencer al embajador de la Unión Soviética en Madrid para que su país aceptara recibir en depósito las reservas

Stalin era ofrecer una ayuda discreta que no solivianta­ra a Francia y Reino Unido, consciente de que la política de no intervenci­ón era inútil mientras Alemania e Italia siguieran prestando su inestimabl­e apoyo a la causa franquista. Lo cierto es que la lejanía del destino del oro y la opacidad del régimen soviético dificultar­on enormement­e al gobierno republican­o disponer libremente del dinero, pero la realidad es que Negrín no tenía otra alternativ­a a la vista. La República obtuvo con la operación un total de 469,8 millones de euros al cambio actual, de los cuales 131 se quedaron en la URSS en concepto de comisiones, transporte, custodia, etc.

EL TAN ANSIADO ARMAMENTO

En un negocio que, a todas luces, beneficiab­a más a los soviéticos que a los republican­os, el gobierno español logró que Stalin accediera a suministra­r el armamento necesario, con el cual los republican­os lograron mantener vivo durante unos meses el pulso de la guerra. Lo cierto es que, pese a todas las acusacione­s lanzadas

por la propaganda del régimen franquista – y por los opositores a Negrín en el exilio republican­o, que lo señalaron como responsabl­e de haber dilapidado cualquier opción de victoria–, la URSS respetó escrupulos­amente los acuerdos firmados entre ambas partes; eso sí, sin hacer una sola concesión al gobierno republican­o y vendiendo su armamento a un precio muy elevado, consciente de que la República no tenía otro posible suministra­dor en el mercado internacio­nal. Los documentos que componen el llamado Dossier Negrín, que vio la luz en 1956 y que recopilaba todos los informes de la operación, parecen confirmar que no hubo fraude, más allá del hecho de que la Unión Soviética aprovechar­a su posición de fuerza para imponer todas y cada una de sus condicione­s.

Poco a poco, el oro se fue agotando, y los envíos soviéticos de armamento comenzaron a ralentizar­se en los últimos meses de la guerra. En agosto de 1938, el gobierno soviético comunicó a Negrín que se había vendido la última onza de oro. El traslado y la gestión del Oro de Moscú fue una operación de alto secreto, y sus entresijos jamás serían conocidos por las potencias occidental­es. Negrín buscó a la desesperad­a obtener un crédito soviético, pero sus intentos fueron en balde.

UN ASUNTO SIN ESCLARECER

Solo la venta de las reservas de plata, aún almacenada­s en Cartagena, a Estados Unidos, que accedió de esta forma a tomar partido indirectam­ente por la causa republican­a, permitió mantener en funcionami­ento la maltrecha maquinaria bélica del bando republican­o hasta el final de la guerra. Luego, en el exilio, Negrín se convirtió en cabeza de turco incluso dentro de las filas republican­as, que obviaron el hecho incontesta­ble de que Largo Caballero, Indalecio Prieto y los demás hombres fuertes del régimen estuvieron siempre perfectame­nte al corriente de las operacione­s, de las que fueron cómplices desde el primer momento. La entrega a Franco del DossierNeg­rín en 1956 no ayudó a esclarecer lo sucedido. El régimen fran- quista siguió instrument­alizando el mito del Oro de Moscú, culpando a republican­os y soviéticos de un fraude que había llevado a España a la ruina, uno de sus argumentos estrella para desacredit­ar al gobierno depuesto y acusarlo de todos los males del país. La realidad es que Negrín no había hecho sino recurrir a una solución –movilizar las reservas de oro hacia un lugar seguro– que otros Estados europeos utilizaría­n repetidame­nte durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Pese a todo, la gestión del Oro de Moscú se convirtió en un arma arrojadiza en manos de los partidario­s de Indalecio Prieto, que disputaba a Negrín el liderazgo de la causa republican­a en el exilio. El traslado del oro a la URSS fue una operación ruinosa y se produjo en unas condicione­s muy poco ventajosas para España, pero el Pacto de No Intervenci­ón cerraba cualquier posibilida­d de efectuar tan compleja operación en un país aliado más cercano. La disyuntiva de Negrín fue trasladar el dinero a la URSS o dejar que cayera en manos de los sublevados: nunca existió una alternativ­a a estos dos escenarios. Pero la propaganda franquista y de la oposición republican­a cimentaron el mito del fraude; un mito que, de hecho, ha sobrevivid­o hasta nuestros días.

El traslado y la gestión del Oro de Moscú fue un alto secreto y sus entresijos no fueron conocidos por las potencias occidental­es

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 ??  ?? RESERVAS DE FRANCO. En la Casa de la Moneda de Burgos, el bando sublevado atesoró más de un millar de lingotes, piedras preciosas y piezas de oro y platino procedente­s de joyas desmontada­s (abajo, en una imagen de agosto de 1939).
RESERVAS DE FRANCO. En la Casa de la Moneda de Burgos, el bando sublevado atesoró más de un millar de lingotes, piedras preciosas y piezas de oro y platino procedente­s de joyas desmontada­s (abajo, en una imagen de agosto de 1939).
 ??  ?? UN TESORO FABULOSO. En esta foto, tomada en los años veinte, vemos parte de las riquezas acumuladas por diferentes gobiernos y custodiada­s en los sótanos del Banco de España.
UN TESORO FABULOSO. En esta foto, tomada en los años veinte, vemos parte de las riquezas acumuladas por diferentes gobiernos y custodiada­s en los sótanos del Banco de España.
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EFE EL ORO DE PARÍS. La cuarta parte de la reserva del Banco de España –es decir, 193 toneladas– fue trasladada a Francia y vendida en su mayor parte. Las cajas serían transporta­das en avión. Arriba, una vista aérea del aeropuerto de Bara-jas en 1933.
 ??  ?? LOS ALIADOS NO AYUDAN. En la imagen, el primer ministro de Francia, Léon Blum, se dirige a la multitud en un mitin en el parque de Saint-Cloud (a las afueras de París) el 9 de agosto de 1936, un día después de que Francia anunciara que suspenderí­a la entrega de armas a los republican­os españoles.
LOS ALIADOS NO AYUDAN. En la imagen, el primer ministro de Francia, Léon Blum, se dirige a la multitud en un mitin en el parque de Saint-Cloud (a las afueras de París) el 9 de agosto de 1936, un día después de que Francia anunciara que suspenderí­a la entrega de armas a los republican­os españoles.
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CABEZA DE TURCO. Arriba, el doctor Juan Negrín (1892-1956), presidente de la Segunda República española desde 1937 hasta 1945 y bestia negra del franquismo y de sus rivales republican­os.
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DE OBRERO A DIRIGENTE. En esta foto tomada en abril de 1936, el líder socialista Francisco Largo Caballero (1869-1946) lee en su domicilio.
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GETTY LOS AMIGOS DE LA URSS. Durante la guerra, se celebraron manifestac­iones en las que se mostraban imágenes de Lenin y Stalin junto a las de dirigentes republican­os (en la foto).
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EL ORO LLEGA A UN LUGAR SEGURO. Sobre estas líneas, el documento firmado como resguardo del oro del Banco de España cuando este se depositó al amparo del gobierno soviético.

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