UN IMPERIO PARA LA RAZA ELEGIDA
Para los ideólogos del nacionalsocialismo, Alemania era “la comunidad del pueblo” ( Volksgemainschaft) compuesta por individuos arios de raza superior, y en ella no cabían las razas inferiores, como judíos, gitanos o eslavos. Tampoco había lugar para socialdemócratas, comunistas y homosexuales. El 1 de mayo de 1933, Hitler hizo una declaración de intenciones que fue rápidamente asumida por la mayor parte del pueblo: “No hay espacio en Alemania para las personas que sencillamente se niegan a participar”, sentenció el Führer. De este modo, enseguida los alemanes comenzaron a identificar sus propias expectativas de una vida mejor con el futuro del Tercer Reich, un Imperio que iba a durar mil años. En un abrir y cerrar de ojos, “lo colectivo aplastó el pensamiento individual; la libertad fue abolida y comenzó el dominio de la oscuridad y el terror”, escribió Sebastian Haffner en su libro Historia de un alemán (Destino, 2001). Aunque no era judío, Haffner aborrecía a los nazis, por lo que se exilió en Gran Bretaña en 1938.