LOS SOLDADOS ESTADOUNIDENSES, ADICTOS AL HELADO
A PRINCIPIOS DE LOS AÑOS 40, LOS NUTRICIONISTAS YA ACONSEJABAN no abusar de comer helados en Estados Unidos, lo que motivó que el lobby de heladeros tomase cartas en el asunto ante la posible caída de las ventas. Hizo tan bien su campaña de promoción que consiguió convencer al propio mando del ejército norteamericano de que el helado era un remedio infalible para subir la moral de los soldados. Y es que, ciertamente, los ánimos de la tropa estaban por los suelos. Al bombardeo japonés de Pearl Harbor, que había supuesto un duro golpe para el orgullo patrio, había que sumar las altas temperaturas que debían soportar. Así, al Pacífico se enviaron cantidades ingentes de este producto, que era consumido compulsivamente. Se suministraba a los buques de guerra deshidratado, por lo que había que mezclarlo con agua para conseguir un cremoso helado con sabor a vainilla. Ese suministro extra dio buenos resultados y el estado de ánimo de los soldados iba mejorando según iba pasando el tiempo y más litros de helado consumían, por lo que se consiguió una partida presupuestaria de un millón de dólares para la construcción de un barco refrigerado que era capaz de producir algo más de 300 litros de helado cremoso por hora.