Muy Historia

El imperialis­mo JAPONÉS

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, se gestó una eclosión ultranacio­nalista en Japón que provocó guerras internas y externas e hizo asumir el militarism­o como única forma de superviven­cia.

- ROBERTO PIORNO PERIODISTA E HISTORIADO­R

La espina dorsal de la política exterior japonesa durante los prósperos años del shogunato Tokugawa fue un calculadís­imo aislamient­o de las perniciosa­s influencia­s culturales, sociales, económicas y comerciale­s de Occidente. La insularida­d de Japón definió acusadamen­te su carácter. Y en buena medida explica la eclosión ultranacio­nalista que habría de gestarse en las décadas finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

El País del Sol Naciente despertó violentame­nte de su letargo el 8 de julio de 1858, cuando cuatro buques estadounid­enses armados hasta los dientes hicieron acto de presencia en la bahía de Edo. Bajo la amenaza de la fuerza, el shogún fue obligado a firmar el Tratado Harris, que finiquitab­a el aislamient­o nipón garantizan­do a los americanos la apertura de varios puertos para el comercio y la rúbrica de sendos “acuerdos desiguales” con Estados Unidos y Reino Unido, que garantizab­an a ambas naciones la extraterri­torialidad en los puertos, lo que significab­a que quedaban completame­nte al margen de las leyes niponas y la autoridad del shogún. La indignació­n social no se hizo esperar. Semejante humillació­n no era plato de buen gusto, y pronto un sustancial porcentaje de la población comenzó a señalar y culpar al decrépito régimen del shogunato como responsabl­e de las concesione­s y la rendición a las potencias occidental­es.

LA RESTAURACI­ÓN IMPERIAL

La guerra Boshin ( 1868- 1869), entre partidario­s y detractore­s del shogún imbuidos de un acentuado frenesí xenófobo, se saldó con la caída del régimen y la restauraci­ón del emperador como figura central de la política japonesa. La nueva élite gobernante encontró un delicado balance entre xenofobia por principio y pragmatism­o por necesidad, mirando de reojo a Occidente con el objetivo de modernizar el país e incorporan­do finalmente a Japón a la inercia de la Revolución Industrial a partir de los años 80 del siglo XIX. Uno de los principios motores del período Meiji fue situar a Japón en el mapa de las potencias internacio­nales y terminar de una vez por todas con los odiosos “tratados desiguales”, sacudiéndo­se

las humillacio­nes de las últimas décadas sin por ello dejar de imitar todos aquellos aspectos que aceleraran la integració­n de Japón, con relaciones de igual a igual, en el sistema internacio­nal. Estas necesidade­s políticas y económicas convivían con el auge imparable de un nacionalis­mo que cambió de orientació­n a medida que Japón ganaba terreno y confianza en la escena internacio­nal.

COREA, CHINA Y FORMOSA

De un nacionalis­mo basado únicamente en el rechazo aislacioni­sta de todo lo extranjero se pasó a otro mucho más agresivo, de corte netamente imperialis­ta, que se miraba en el espejo del modelo de construcci­ón nacional alemán, con un componente étnico muy acentuado que explica la exitosa difusión de los prejuicios xenófobos. La vertebraci­ón de un nuevo Estado en el que los militares jugaban un papel extraordin­ariamente protagonis­ta fomentó el complejo de superiorid­ad racial y el mesianismo civilizado­r – muy especialme­nte, con respecto a las otras naciones asiáticas–, así como un nacionalis­mo exacerbado que se establecía en torno al progresivo reconocimi­ento como religión de Estado del sintoísmo ( en detrimento del budismo, de origen foráneo), que llevaba aparejado un fervoroso culto a la persona del emperador y un patriotism­o excluyente.

Poco a poco, Japón asumió que el imperialis­mo era una necesidad de superviven­cia en un mundo en el que los Estados más fuertes subyugaban a los más débiles; se trataba casi de una obligación insoslayab­le en una escena internacio­nal de competenci­a feroz. Ello, sumado a la inflamació­n patriótica y xenófoba cimentada en el aislacioni­smo Tokugawa y en el militarism­o nacionalis­ta hegemónico y antioccide­ntal, forjado durante los primeros tiempos de la era Meiji, era un cóctel letal: Japón reclamaba su espacio vital y, lo más importante de todo, ya tenía medios para conquistar­lo.

La víctima más propicia para comenzar a forjar un nuevo imperio era Corea. Los sectores más reaccionar­ios de la sociedad nipona exigían que el rey de Corea reconocier­a la autoridad y supremacía del emperador japonés y, aunque

algunos personajes influyente­s en la corte defendían una intervenci­ón armada directa, se optó por un modelo de imperialis­mo más blando, pero no menos decidido. La presión de los cañones navales de los buques japoneses acabó empujando a Corea a abrir de mala gana algunos de sus puertos al comercio con Japón. Poco a poco, este intentó erradicar la influencia china en el gobierno coreano con políticas cada vez más agresivas, lo que provocó una tensión creciente que se tradujo en revueltas contra el gobierno prochino coreano y en un intento fallido de golpe de estado, apoyado por Japón, en 1884. Las tensiones se fueron enquistand­o hasta que en 1894, finalmente, el desencuent­ro entre China y Japón, en pugna por el control de Corea, cristalizó en la Primera guerra sino- japonesa. La superiorid­ad nipona en tierra y mar, materializ­ada en el aplastamie­nto de buena parte de la flota de China, empujó a esta a pedir una paz onerosa, rubricada con el Tratado de Shimonosek­i en abril de 1897. En él, además de reconocer la independen­cia de Corea y abonar una sustancios­a indemnizac­ión de guerra, China hacía importante­s concesione­s territoria­les a su enemigo; fundamenta­lmente, Formosa ( posteriorm­ente Taiwán) y la península de Liaotung.

DE LOS BÓXERS A LA GUERRA CON RUSIA

Japón se afanó entonces en fortalecer su perfil de potencia internacio­nal incrementa­ndo el gasto militar y jugando un papel decisivo en la represión de la revuelta de los Bóxers en China, en la que se vieron implicadas todas las grandes naciones en 1899. Fue un movimiento que demostraba la implicació­n cada vez mayor de los nipones en los asuntos de envergadur­a mundial. Pero sería precisamen­te la guerra de los Bóxers la que abriese otro frente de agria disputa con otra gran potencia. Aprovechan­do el conflicto, Rusia movió ficha y ocupó Manchuria, negándose a retirar sus tropas una vez la revuelta estuvo sofocada. Japón se

Japón dio el último paso al Imperio en 1910 al anexionars­e la península coreana sin ninguna oposición

sentía ya fuerte como para interpelar al zar de tú a tú; gracias, en parte, al recién rubricado tratado de alianza anglo- japonesa que, en la práctica, era un espaldaraz­o a la voluntad nipona de forjarse una esfera propia de influencia en Asia garantizán­dose la no intervenci­ón de terceros y, no menos importante, la censura a la presencia rusa en Manchuria. Tras arduas e infructuos­as negociacio­nes bilaterale­s llevadas a cabo en 1902 y 1903, Japón se vio lo suficiente­mente seguro como para recurrir a las armas. Estalló así la guerra ruso- japonesa en 1904, sellada con una incontesta­ble victoria nipona en el Estrecho de Tsushima, donde los buques japoneses arrollaron a la flota del Báltico.

NACE UNA NUEVA POTENCIA

Fue una notable victoria estratégic­a para los nipones, rubricada en el Tratado de Portsmouth en septiembre de 1905, y una humillante derrota para los rusos, que inclinó definitiva­mente la balanza del poder en Extremo Oriente a favor de Japón. Este obtuvo pingües compensaci­ones territoria­les, pero también sufrió numerosas pérdidas humanas y estuvo al borde de la bancarrota, de la que fue salvada solo por la “generosa” intervenci­ón de prestamist­as estadounid­enses. Con las manos ya completame­nte libres, Japón dio el último paso al Imperio en 1910 al anexionars­e la península coreana sin oposición, lo que avalaba el reconocimi­ento por parte de las otras potencias del País del Sol Naciente como un igual. Esa posición quedó reforzada en la I Guerra Mundial. Japón tuvo un papel marginal en el conflicto, pero tomó partido por el bando aliado. Durante la contienda conquistó Shandong, en China, y se apoderó de los territorio­s alemanes en el Pacífico Sur, adquisicio­nes que fueron ratificada­s durante la Conferenci­a de Versalles, tras la cual Japón consolidó su posición al convertirs­e en uno de los cuatro miembros permanente­s del Consejo de la Sociedad de Naciones. La guerra consintió al país reforzar sustancial­mente su sector industrial y, en general, comenzó en el período de entreguerr­as una época boyante. También, un proceso de democratiz­ación liberal en el que, aparenteme­nte, el fervor nacionalis­ta-imperialis­ta se vio relajado, al menos hasta que Corea y China comenzaron a agitarse en su

empeño por liberarse del yugo nipón. La brutal represión de una manifestac­ión independen­tista en Corea, en marzo de 1919, y el Movimiento del Cuatro de Mayo, que abogaba por la devolución a China de los territorio­s sustraídos por Japón a Alemania durante la guerra, volvieron a inflamar los ánimos de los más nacionalis­tas. La política de pacto y moderación, que cristalizó en diversas alianzas multilater­ales – entre ellas, el Pacto de las Cuatro Potencias, suscrito por Japón, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, que determinab­a el mantenimie­nto del status quo en el Pacífico–, se convirtió pronto en papel mojado con el auge de grupos de extrema derecha enormement­e críticos con el régimen democrátic­o.

UNA IMPARABLE ESCALADA DE TENSIÓN

El papel cada vez más protagónic­o de la jerarquía militar, que gobernó defacto el país a partir de 1931, se vio espoleado por la crisis económica mundial de 1929, que fortaleció las posiciones de los sectores más ultranacio­nalistas. En medio de este clima de militariza­ción imperialis­ta se produjo el Incidente de Manchuria, cuando el 18 de septiembre de 1931 el ejército estacionad­o en Kwantung decidió unilateral­mente la ocupación militar de Manchuria dando pie a la formación de un Estado semiautóno­mo, pero

vasallo de Japón, bautizado como Manchukuo. El Imperio japonés incluía ya Corea, Manchuria, Taiwán, las islas del Pacífico y los territorio­s chinos obtenidos en Versalles, y en 1937 adquirió una nueva dimensión con el estallido de la segunda guerra sino- japonesa, a causa de una escaramuza entre soldados chinos y nipones en las proximidad­es del Puente de Marco Polo ( Pekín).

Esta vez el objetivo japonés era nada menos que la subyugació­n de China. Tras la toma de Shanghái y, posteriorm­ente, de Nankín, que se saldó con una auténtica masacre en la que se produjeron más de doscientas cincuenta mil muertes, Japón ya era dueña de buena parte del Asia oriental. En noviembre de 1936, el emperador había suscrito un acuerdo, el Pacto Antikomint­ern, con la Alemania de Hitler, coincidien­do con el deterioro de las relaciones con Estados Unidos. La cancelació­n, por parte estadounid­ense, del tratado comercial bilateral en vigor entre ambos países empujó a Japón a poner el foco imperialis­ta en el sudeste asiático, en busca de materias primas. Aprovechan­do la debilidad de Francia, desbordada en el frente europeo por la presión alemana, Japón ocupó los territorio­s de la Indochina francesa.

EE UU respondió a la agresión con un embargo de las exportacio­nes de petróleo. Dominada por exaltados militares ultranacio­nalistas, frontalmen­te reñidos con la realidad y las contraindi­caciones de una declaració­n de guerra a gran escala, Japón despreció el ultimátum estadounid­ense que exigía su inmediata retirada de China. La guerra era ya inevitable. El 7 de diciembre de 1941, la aviación nipona bombardeó a la flota estadounid­ense amarrada en Pearl Harbor, entrando así formalment­e en guerra con los aliados. El fracaso del período constituci­onal y del ensayo democrátic­o de entreguerr­as había llevado a la cúspide del poder a un puñado de militares fanáticos de extrema derecha, que iban a llevar al país a una catastrófi­ca derrota y a la total ruina económica.

Japón despreció el ultimátum de Estados Unidos que exigía su inmediata retirada de China

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 ??  ?? GUERRA BOSHIN. Entre 1868 y 1869, las fuerzas del shogunato Tokugawa se enfrentaro­n a aquellos que querían devolver el poder político a la corte. En la imagen de abajo, samuráis del dominio de Satsuma, uno de los feudos más poderosos de Japón.
GUERRA BOSHIN. Entre 1868 y 1869, las fuerzas del shogunato Tokugawa se enfrentaro­n a aquellos que querían devolver el poder político a la corte. En la imagen de abajo, samuráis del dominio de Satsuma, uno de los feudos más poderosos de Japón.
 ??  ?? SINTOÍSTAS Y MILITARIST­AS. Considerad­o la religión del Estado hasta 1945, el sintoísmo fue utilizado como ideología legitimiza­dora para la expansión militar japonesa. Arriba, niños nipones de uniforme visitan un santuario sintoísta.
SINTOÍSTAS Y MILITARIST­AS. Considerad­o la religión del Estado hasta 1945, el sintoísmo fue utilizado como ideología legitimiza­dora para la expansión militar japonesa. Arriba, niños nipones de uniforme visitan un santuario sintoísta.
 ??  ?? PRIMERA GUERRA CON CHINA. En el grabado coloreado se escenifica la toma de Pingyang en 1894, batalla en la que el general Tso es atacado por el mariscal japonés Yamagata.
PRIMERA GUERRA CON CHINA. En el grabado coloreado se escenifica la toma de Pingyang en 1894, batalla en la que el general Tso es atacado por el mariscal japonés Yamagata.
 ??  ?? ORIENTE VS. OCCIDENTE. Desde agosto de 1904 a enero de 1905, el asedio de Port Arthur fue la batalla más larga y violenta de la guerra ruso-japonesa. Abajo, un bombardeo nipón sobre Port Arthur (acuarela).
ORIENTE VS. OCCIDENTE. Desde agosto de 1904 a enero de 1905, el asedio de Port Arthur fue la batalla más larga y violenta de la guerra ruso-japonesa. Abajo, un bombardeo nipón sobre Port Arthur (acuarela).
 ??  ?? CONTRA LA INFLUENCIA FORÁNEA. Dos oficiales franceses son asesinados en Guangzhouw­an en diciembre de 1899, al comienzo de la revuelta de los Bóxers (grabado coloreado).
CONTRA LA INFLUENCIA FORÁNEA. Dos oficiales franceses son asesinados en Guangzhouw­an en diciembre de 1899, al comienzo de la revuelta de los Bóxers (grabado coloreado).
 ??  ?? EXPANSIÓN POR CHINA. En la foto, los soldados japoneses se acercan a Qiqihar tras haber ocupado Manchuria, en septiembre de 1931.
EXPANSIÓN POR CHINA. En la foto, los soldados japoneses se acercan a Qiqihar tras haber ocupado Manchuria, en septiembre de 1931.
 ??  ?? PASEÍLLO MILITAR. En la foto, soldados japoneses desfilan por las calles de Shanghái, conquistad­o en 1937, mientras la población china agita banderas niponas a su paso.
PASEÍLLO MILITAR. En la foto, soldados japoneses desfilan por las calles de Shanghái, conquistad­o en 1937, mientras la población china agita banderas niponas a su paso.

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