LA NECESARIA RESURRECCIÓN DEL MONARCA
Al ser considerado el gran representante de los dioses ante los mortales, los egipcios centraron su atención en garantizar la resurrección del faraón, para que pudiese acompa- ñar a los dioses y de esta forma permitir que continuase el orden en el mundo: el cambio regular y tranquilo de las estaciones, el movimiento de los cuerpos celestes, la protección contra los elemen- tos de la naturaleza y, especialmente, la existencia de la inundación anual del Nilo, de la que dependían las familias egipcias. La función protectora del faraón, pues, no terminaba con su muerte.
ciudad de los muertos se produjo durante el reinado de Ramsés II, quien ordenó ampliar el poblado y levantar otras cuarenta viviendas fuera del mismo, mientras que las situadas en el interior se subdividieron para aumentar su capacidad.
DURAS CONDICIONES LABORALES
Las condiciones de vida de los trabajadores de Deir el-Medina tuvieron que resultar especialmente duras, teniendo en cuenta que el Valle de los Reyes es uno de los lugares más calurosos y áridos de Egipto por estar encerrado entre unas montañas que no dejan pasar la refrescante brisa procedente del norte. Sus semanas laborales solían durar unos diez días, y durante todo ese tiempo se veían obligados a pernoctar en la parte alta de las colinas que rodeaban el Valle de los Reyes, no pudiendo regresar a sus hogares hasta que un nuevo grupo llegase hasta la necrópolis para continuar con su trabajo. Antes de salir del poblado, los escribas del visir se encargaban de pasar lista y comprobar que todos los utensilios estuviesen perfectamente preparados, especialmente los cinceles de bronce (propiedad del Estado) y las lámparas con sus tiras
Las tumbas se estructuraban en torno a un patio abierto, desde el que se abrían unos pozos funerarios para los enterramientos
de lino y grasa para alumbrarse en el interior de las tumbas. Una vez allí, el contacto con el resto del mundo era prácticamente inexistente: solo recibían la visita esporádica de los encargados de transportar los asnos cargados con la comida y el resto de provisiones que diariamente llegaban hasta el corazón del valle. A pesar de estas duras condiciones, sorprende el excelente humor y las ganas de vivir que reflejan los ostrakones (fragmentos de caliza o cerámica) encontrados por los arqueólogos, en los que vemos unos dibujos satíricos que ofrecen una perspectiva de la vida que tenían estos obreros de las tumbas reales. Su visión optimista de su existencia terrenal tal vez se deba al hecho de vivir en una comunidad cerrada, con excelentes lazos de solidaridad entre sus miembros, y a la convicción de poder disfrutar de la mejor recompensa como fruto de su trabajo: la inmortalidad.
Entre las imágenes, destacan la de un hombre amaestrando a un babuino para que trepe a una palmera y le consiga dátiles o la de unas madres amamantado a sus hijos y mirándose a un espejo con actitud despreocupada. Otra escena nos muestra de forma jocosa a un gato guiando a seis gansos. Tampoco faltan los motivos religiosos, como la representación de la serpiente Meretseger (diosa de la medicina), invocada para evitar picaduras y otro tipo de peligros a los que se tuvieron que enfrentar en su día a día, antes de emprender el camino hacia el más allá.
Los trabajadores de Deir el-Medina vivieron para la muerte, porque una gran parte del poco tiempo libre que tenían lo emplearon en preparar sus propias tumbas. La mayor parte de ellas se situaron en la necrópolis aneja al poblado. Estas moradas para la eternidad solían ser de pequeño tamaño y casi siempre se orientaban hacia el templo funerario del faraón para el que habían servido, lo que nos demuestra su convencimiento de que podrían compartir el destino de un rey que, tras su muerte, se había convertido en dios. Las tumbas se estructuraban en torno a un patio abierto, desde el que se abrían unos pozos funerarios en donde se enterraba a los miembros de una misma familia. Desde el pozo se accedía a diversas habitaciones y a la cámara funeraria, con paredes decoradas que mostraban al fallecido disfrutando de aquella nueva vida que con tanto esfuerzo se había ganado.