Bajo las condiciones del Nuevo Mundo
“La tierra de las oportunidades”: así se consideraba Norteamérica a sí misma y así se vendía al mundo entero. Y el desarrollo de su gran urbe, Nueva York, situada en la isla de Manhattan – de la palabra india Manna-hata, “isla de las muchas colinas”– que Peter Minuit había comprado a los indios en 1626, necesitaba de una ingente mano de obra para levantar la futura Gran Manzana.
Para alcanzar la metrópoli más poblada de Estados Unidos, los barcos cargados de europeos –deseosos de comprobar si era cierto que aquella “tierra prometida” iba a proporcionarles un futuro mejor– debían pasar por un pequeño islote del puerto de Nueva York llamado Ellis. Allí, el gobierno estadounidense había establecido los protocolos necesarios para inscribir la entrada y realizar reconocimientos médicos a todo emprendedor que quisiese poner un pie en la ciudad de los rascacielos. Si todo iba bien, eras libre para llegar a la vecina Manhattan e intentar cumplir tus sueños.
Era muy habitual que el tiempo de espera hasta la deportación (si era el caso) y, por supuesto, las cuarentenas causadas por enfermedad se pasasen dentro de la isla. Hoy, la deshabitada Ellis se conserva como un extraordinario testigo de los millones de personas que pasaron por allí. Convertida en museo, es posible visitar cada rincón de este lugar lleno de historias.
En la foto, tomada en 1926 dentro de las dependencias de Ellis Island, dos funcionarias reparten regalos a las niñas emigrantes que pasan la Navidad en la isla.