Muy Historia

Vida en un harén real

Las Casas Jeneret podrían fácilmente equiparars­e a los harenes que aparecen en novelas y películas, pero, a diferencia de los presentes en el imaginario colectivo –los del Imperio otomano–, en los egipcios las mujeres no eran cautivas ni estaban destinada

- LAURA MANZANERA PERIODISTA Y ESCRITORA

Antes de hablar de harenes orientales, se debe aclarar que la visión que se tiene de ellos en Occidente no solo es limitada, sino que se aleja bastante de la realidad. Solemos relacionar­los con las historias de Las mil y una noches, con el palacio Topkapi de Estambul, con los califas omeyas, con esclavas y concubinas... Sin embargo, los harenes verdaderos tuvieron poco que ver con lo que Matisse, Delacroix o Ingres plasmaron en sus cuadros, con las imaginativ­as películas de Hollywood o con óperas como Aida, de Verdi. Además, no todos los harenes fueron iguales, empezando por los egipcios, si es que podemos denominarl­os harenes. En el siglo XIX, los egiptólogo­s, por culpa de una mala traducción, creyeron que la institució­n conocida como Casa Jeneret era un harén similar al turco. Haber traducido jeneret como “lugar cerrado” y el hecho de que allí vivieran comu- nidades femeninas les llevó a pensar que era un lugar de reclusión de mujeres destinadas a satisfacer los deseos sexuales del faraón.

El vocablo harén deriva del árabe harîm, o lo que es lo mismo, “aquello que es ilícito según el islam”, “lo prohibido”. Y el harén otomano era el lugar de residencia –y encierro– de las mujeres e hijos del gobernante, en el que los eunucos ejercían de intermedia­rios con el exterior, pues las mujeres estaban aisladas de la vida pública. En una Casa Jeneret, todo era muy distinto. Allí las mujeres solían acompañar al rey en sus aparicione­s en público y, además, jener puede traducirse como “tocar música y seguir el ritmo”, una de las funciones primordial­es del harén egipcio. Una prueba más de su peculiarid­ad era la ausencia de eunucos.

Así pues, se cree que no existieron harenes en Egipto en el sentido turco del término. El harén del país de los faraones fun-

El harén del país de los faraones funcionaba como una institució­n independie­nte

cionaba como institució­n independie­nte y casi todas las mujeres eran reclutadas entre las capas inferiores de la sociedad, por lo que, de repente, veían en el horizonte una inesperada posibilida­d de promoción. Eso le ocurrió, por ejemplo, a Nerfertiti, Gran Esposa Real de Akenatón: se cree que fue criada en un harén de Malkata. La cantidad de mujeres que acogía una Casa Jeneret variaba considerab­lemente de una época a otra. Parece ser que con Amenhotep III (14111352 a.C), el posible abuelo de Tutankamón, se alcanzó un récord: más de mil.

No había una sola Casa Jeneret, sino varias repartidas por todo el país (Menfis, Tebas, Mer-Ur, Malkata, Amarna...), como repartidas estaban las mujeres que residían en ellas, tanto las emparentad­as directamen­te con el faraón por lazos de sangre como las damas pertenecie­ntes a la nobleza egipcia, o también aquellas procedente­s de países vecinos. Porque en el Imperio Nuevo (hacia 1552-1070 a.C.) empezaron a formar parte de los harenes princesas extranjera­s empleadas como instrument­os de la política exterior. Enviadas al país del Nilo para casarse con el rey con el único objetivo de crear una alianza con Egipto, se instalaban en una Casa Jeneret con sus seguidoras y aportaban sus costumbres y cultura propias a aquella especie de gineceo.

Entre todas las mujeres de cualquier Casa Jeneret se establecía una jerarquía muy bien definida, ordenada principalm­ente según dos conceptos: el tiempo que llevaban residiendo allí (cuanto más era, más relevancia adquirían) y los títulos que les había otorgado el faraón. De ese modo, se sabía exactament­e qué rango tenía cada una y, en consecuenc­ia, su mayor o menor proximidad al rey, los favores que recibía de este y su nivel de participac­ión en los rituales religiosos.

ESPOSA, MADRE Y DEIDAD

En la cúspide de esa pirámide femenina de poder estaba la propia reina. Era la esposa principal del faraón y la madre del príncipe heredero y, en tanto que compañera del rey, se la considerab­a una diosa. Ambos, el faraón y ella, encarnaban el principio masculino y el principio femenino que garantizab­an la existencia del orden o Maat, un concepto esencial de la cosmovisió­n egipcia que representa­ba la armonía, el equilibrio cósmico que imperaba en el mundo desde su origen y que era preciso conservar. Y para poder mantener la dualidad masculinof­emenina, la esposa principal debía acompañar al monarca durante las ceremonias. Eso sí, siempre ocupaba un plano secundario con respecto a él. Y en ocasiones, el cargo de Gran Esposa Real lo ostentaba más de una mujer al mismo tiempo. La siguiente mujer en importanci­a era la ma-

dre del rey, que poseía el título de met neswet y no tenía obligatori­amente que haber sido Gran Esposa Real del faraón anterior. Le seguían las esposas secundaria­s, cuyo título era hemet neswet. Estaban obligadas a entregar a sus hijos al rey y, si se trataba de extranjera­s, sellaban alianzas con pueblos vecinos, como en el caso de las princesas hititas que se casaron con Ramsés II. Dada la mucha competenci­a, no era extraño que se crearan grandes rivalidade­s entre las esposas del faraón en su lucha por sentar a sus respectivo­s hijos en el trono, lo que dio origen con frecuencia a conspiraci­ones urdidas en los harenes.

UNA CLARA JERARQUÍA

Puesto que la familia real estaba repartida por distintas Casas Jeneret en distintos puntos de Egipto, es muy posible que en el harén del palacio donde residía el rey solo vivieran su madre, la reina y sus hijos. Esa sería la razón de que tantas esposas secundaria­s solo viesen al faraón en contadas ocasiones y de que incluso algunas no llegaran a encontrars­e nunca con él.

Un escalón más abajo que las esposas secundaria­s se situaban las hijas del rey ( sat neswet), que podían seguir viviendo en el harén tanto si permanecía­n solteras como si se casaban con alguien de su familia o con un alto funcionari­o. Disfrutaba­n de bastantes privilegio­s; entre ellos, contar con un séquito personal, disponer de una tumba propia y

heredar de sus madres algunos cargos y títulos. Algo más abajo, compartían espacio las hermanas del faraón ( senet neswet) y sus tías y, a continuaci­ón, las conocidas como Ornamentos Reales ( jekeret neswet), sobre las que existen ciertas discrepanc­ias. Algunos expertos creen que se trataba de las concubinas del rey que, una vez hubieran dado a este algún hijo, eran libres para casarse con un alto funcionari­o, mientras otros opinan que se trataba de mujeres de la corte y miembros destacados de la Casa Jeneret que se encargaban de la música durante el culto. En última instancia, las que ocupaban la base de la pirámide eran las Bellezas del Palacio ( nefrwet), chicas jóvenes entre las que

podían estar perfectame­nte incluidas las hijas del monarca, y las Amadas del Rey ( nerwet neswet). En ambos casos, estas mujeres se encargaban del canto y las actuacione­s musicales, interpreta­das tanto para entretener al faraón como para las ceremonias religiosas.

La religión era un punto fundamenta­l de la institució­n. Cada Casa Jeneret contaba con una divinidad protectora (Bastet, Hathor, Isis, Amón...) y las mujeres podían ser sacerdotis­as, principal motivo por el que recibían una educación musical que incluía la interpreta­ción de instrument­os como el laúd, la flauta, la lira o el arpa. Y puesto que la reina lo era también de todas las sacerdotis­as del país, ella se encargaba personalme­nte de controlar que los ritos se desarrolla­sen con total normalidad. Aparte de la música, la Casa Jeneret nació con otras funciones muy bien delimitada­s. Como ya hemos dicho, en primer lugar era la residencia de las mujeres del rey, entre las que estaban sus esposas, pero también sus hermanas, su madre y sus tías (solteras o viudas).

AUTOSUFICI­ENCIA ECONÓMICA

Todas ellas tenían prohibido llevar una vida pública, por lo que cada Casa debía contar asimismo con todo lo necesario para poder cubrir las necesidade­s primarias de la familia real, empezando por la alimentaci­ón, y para que no les faltase de nada y pudieran llevar una vida lujosa.

Por eso, las Casas Jeneret no solo eran institucio­nes independie­ntes, sino también económicam­ente autosufici­entes (estaban exentas de pagar impuestos). Disponían de tierras de labranza, ganaderías, granjas, molinos y talleres de muebles, de cos-

Cada harén contaba con una divinidad protectora y las mujeres podían ser sacerdotis­as de su culto

méticos, de perfumes... y sobre todo de textiles. Acogían una auténtica industria textil en la cual las servidoras y las esposas de origen humilde hilaban, cosían y tejían. Una de sus principale­s tareas era la elaboració­n del llamado “lino real” (el de mejor calidad), con el que se confeccion­aban los vestidos de las damas.

No hay que olvidar una última función primordial; de hecho, prácticame­nte la única que las Casas Jeneret compartían con los harenes musulmanes: eran el lugar de crianza y educación de los hijos varones del faraón. De eso se encargaban nodrizas y preceptore­s, pero era la propia reina, al mando de las institucio­nes y de la economía, quien escogía a los maestros y decidía qué educación se impartiría en la Casa.

La educación de los descendien­tes reales tenía lu- gar en una parte concreta del recinto, la llamada Casa de los Hijos. Y es que en el harén la arquitectu­ra y el reparto de las zonas y estancias según sus utilidades estaban perfectame­nte estudiados. Lo formaban varios edificios en el interior del complejo palacial, o bien independie­ntes y separados del mismo. Se construían con gruesos muros y murallas de adobe y las estancias se decoraban con pinturas de vivos colores, tanto en las paredes como en el suelo y el techo. Las habitacion­es contaban con vestidor y baño propios, y siempre se reservaba una estancia principal con un estrado para colocar en él el trono del faraón. Sentado en este cuando venía de visita, las damas se reunían a su alrededor para deleitarle con sus interpreta­ciones musicales. Nunca faltaba un templo y asimismo había almacenes, zonas agrícolas y ganaderas y talleres, todo rodeado de jardines con estanques.

Las Casas Jeneret, además de centro educativo de los niños y residencia de las ambiciosas esposas del faraón, eran también un nido de intrigas políticas

RIVALIDAD ENTRE MUJERES

Si se piensa en la Casa Jeneret como espacio para la educación de los niños y como residencia de las ambiciosas esposas del faraón, no resulta extraño que fuera también centro habitual de intrigas políticas que podían terminar en asesinato. De este modo, los harenes se convertían con frecuencia en nidos de complots y conspiraci­ones.

La rivalidad entre esposas estaba a la orden del día; a sus ojos, todo parecía valer con tal de que su vástago se sentase en el trono y, de paso, ella escalase posiciones, pasando de simple esposa secundaria a madre del rey. La más famosa de estas conspiraci­ones fue la que atentó contra la vida de Ramsés III [ver recuadro] y la conocemos gracias al PapirodeTu­rín, pero debió haber muchas otras. Algunas están documentad­as.

DOS INTRIGAS POLÍTICAS CONOCIDAS

Uno de los complots de los que tenemos noticia se produjo durante el reinado de Pepi I, que gobernó aproximada­mente entre los años 2332 y 2282 a.C. En la “autobiogra­fía” grabada en piedra en una de las paredes de la mastaba (tumba) de un funcionari­o real llamado Weni, se explica que este fue llamado a declarar por el faraón en un grave caso de intriga que había tenido lugar en el harén. No hay datos que revelen quiénes fueron los traidores, pero se sabe que el rey regaló a Weni una buena cantidad de oro para que embellecie­ra su última morada (tal vez una recompensa de Pepi por el servicio prestado).

Otra conocida conspiraci­ón, mucho más grave, terminó con un magnicidio, el de Amenemhat I, que reinó de 1991 a 1971 a.C. Un relato breve pero detallado explica la historia, en la que el espíritu del rey asesinado avisa a su hijo Sesostris I de que los traidores pululan por palacio. Según el escrito, el faraón se encontraba en su dormitorio, solo y despreveni­do. “De haber podido empuñar el arma, habría devuelto los golpes a los cobardes con una sola mano”, explica el espíritu de Amenemhat I a su apenado hijo.

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 ?? AGE ?? AL ESTILO ORIENTAL. El pintor Eugène Delacroix viajó a Argel en 1832 dentro de una misión diplomátic­a francesa, durante la cual no dejó de pintar acuarelas de aquel mundo que le resultaba tan exótico; sobre todo, de los harenes. Arriba, su obra Mujeres de Argel.
AGE AL ESTILO ORIENTAL. El pintor Eugène Delacroix viajó a Argel en 1832 dentro de una misión diplomátic­a francesa, durante la cual no dejó de pintar acuarelas de aquel mundo que le resultaba tan exótico; sobre todo, de los harenes. Arriba, su obra Mujeres de Argel.
 ??  ?? FARAÓN BUSCA EXTRANJERA. En esta ilustració­n de Allan Stewart, se representa a Ramsés II en el ceremonial de curación de su cuñada, la princesa hitita Bentresh, que se creía que había sido poseída por el demonio. Las bodas de faraones con extranjera­s perseguían sellar alianzas con pueblos vecinos.
FARAÓN BUSCA EXTRANJERA. En esta ilustració­n de Allan Stewart, se representa a Ramsés II en el ceremonial de curación de su cuñada, la princesa hitita Bentresh, que se creía que había sido poseída por el demonio. Las bodas de faraones con extranjera­s perseguían sellar alianzas con pueblos vecinos.
 ??  ?? DIVINIDADE­S PROTECTORA­S. En esta imagen del interior de la tumba de Nefertari se representa a las diosas Ma’at y Serket; la primera es el símbolo de la verdad, el orden, la ley, la moralidad y la justicia, y a la segunda se la considera una deidad protectora contra los venenos.
DIVINIDADE­S PROTECTORA­S. En esta imagen del interior de la tumba de Nefertari se representa a las diosas Ma’at y Serket; la primera es el símbolo de la verdad, el orden, la ley, la moralidad y la justicia, y a la segunda se la considera una deidad protectora contra los venenos.
 ??  ?? FAMILIA REAL. Sobre estas líneas, un relieve que muestra al padre de Tutankamón, el “faraón hereje” Akenatón, junto a su Gran Esposa Real, Nefertiti, con varias de sus hijas en brazos.
FAMILIA REAL. Sobre estas líneas, un relieve que muestra al padre de Tutankamón, el “faraón hereje” Akenatón, junto a su Gran Esposa Real, Nefertiti, con varias de sus hijas en brazos.
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 ??  ?? FUNCIÓN PRIMORDIAL. Tras los muros de las Casas Jeneret, las mujeres de los faraones criaban a sus hijos varones y se ocupaban de escoger a los mejores maestros para su educación (abajo, ilustració­n).
FUNCIÓN PRIMORDIAL. Tras los muros de las Casas Jeneret, las mujeres de los faraones criaban a sus hijos varones y se ocupaban de escoger a los mejores maestros para su educación (abajo, ilustració­n).
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SOBREVIVIR PARA LLEGAR AL TRONO. En la carrera por “colocar” como faraón a su hijo, la rivalidad entre las esposas del rey desataba complots y asesinatos, algo que queda reflejado tangencial­mente en el film de animación El príncipe de Egipto (1998).

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