Muy Historia

Mi héroe

- JESÚS HERNÁNDEZ ■ Escritor, historiado­r y divulgador (Barcelona, 1966), ha publicado 22 libros de divulgació­n histórica. Su última obra es Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial (Editorial Almuzara, 2018). MH

Como gran apasionado y conocedor de la Segunda Guerra Mundial que es, su personaje favorito no podía ser otro que alguno de los protagonis­tas de aquel trágico conflicto. De entre todos ellos, el inefable y controvert­ido general norteameri­cano Patton es el escogido.

Segurament­e pueda sorprender que, espigando entre el panteón de héroes surgidos de la Segunda Guerra Mundial, haya acabado eligiendo a un personaje como el general Patton. Sin duda, el lector hubiera tenido un mejor concepto de mí si me hubiera decantado por otro de reconocida y certificad­a heroicidad. Pero, en un mundo políticame­nte correcto como este, nada mejor que ensalzar la figura de Patton para disfrutar del placer que proporcion­a cometer una pequeña travesura. Gracias a su personalid­ad arrollador­a, Patton tomó el mando en el norte de África de un ejército norteameri­cano acomodatic­io y perdedor y lo transformó en tiempo récord en una fuerza orgullosa y temible, capaz de plantar cara a las veteranas tropas del Afrika Korps de Erwin Rommel. Durante la invasión de Sicilia, también demostró su carácter indomable: condenado en los planes aliados a proteger los flancos del avance de Montgomery, se negó a ejercer el papel de subalterno del militar británico y decidió emprender el avance en solitario. Cuando le dieron por radio la orden de detenerse, Patton la ignoró aduciendo que no se escuchaba bien. Y cuando Montgomery llegó a la ciudad siciliana de Messina, montó en cólera porque Patton le había tomado la delantera. Nunca se lo perdonaría. En Europa, Patton demostrarí­a ser imparable. No tengo dudas de que, si a su columna de tanques se le hubiera proporcion­ado el combustibl­e necesario, se habría plantado en Berlín y habría sacado a Hitler de su búnker propinándo­le una patada en el trasero. Sin embargo, como él mismo aseguró: “Mis hombres pueden comerse sus cinturones, pero mis tanques no pueden correr sin gasolina”. Aunque las virtudes militares de Patton fueron muchas, su volcánica personalid­ad le privó de una gloria mayor. Tras abofetear en un hospital de campaña en Sicilia a un soldado que sufría fatiga de combate, la prensa norteameri­cana lo trituró, lo que a la larga le supondría ser marginado en el desembarco de Normandía. Su desencuent­ro con la prensa ya sería perpetuo; se le recriminar­on sus comentario­s despectivo­s hacia los soviéticos y, al acabar la guerra, su condescend­encia con los nazis. Patton era ya un personaje políticame­nte incorrecto, incluso para los bajos estándares de la época. Como todo héroe tiene su lado oscuro, Patton no es una excepción. Para estimular el espíritu guerrero de sus hombres en África, inoculó en ellos el odio visceral al enemigo. Cuando en Sicilia se produjeron dos matanzas de prisionero­s del Eje, los perpetrado­res alegaron en su defensa las consignas de Patton (que sabotearía las investigac­iones de esos sucesos). También hay lugar para un episodio sórdido, su supuesta relación extramatri­monial con Jean Gordon, una sobrina de su mujer. Una semana después de la muerte del general en accidente, el 21 de diciembre de 1945, la viuda llamó a capítulo a su sobrina, que se suicidaría ocho días después abriendo la espita del gas de la cocina. Pese a todo, George Smith Patton lograría pasar a la historia y asentarse en el imaginario popular, gracias fundamenta­lmente a Patton (Franklin J. Schaffner, 1970), su espectacul­ar biopic, en la que George C. Scott se ponía en la piel del carismátic­o general. Por cierto, si alguna vez está usted tomando un café conmigo y, de repente, empieza a escuchar la épica Patton March de la banda sonora del film, no se sorprenda: es el tono de llamada de mi móvil.

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Sobre estas líneas, el presidente Roosevelt, acompañado por Patton (derecha), saluda alas tropas en Casablanca (Marruecos).
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