EL INFIERNO EN PRIMERA PERSONA
Entre los numerosos testimonios escritos que nos han legado quienes lucharon en la Guerra del 14, algunos destacan por su sinceridad, su crudeza o su calidad literaria. El primero en aparecer, en plena contienda, fue El fuego (1916), del francés Henri Barbusse. Evacuado a la retaguardia con disentería, el otrora entusiasta patriota noveló su infernal experiencia y ganó con ello el Premio Goncourt. Poco después se publicó Tempestades de acero (1920), el diario de guerra del entonces joven oficial alemán y más tarde célebre escritor Ernst Jünger. Estas impactantes memorias del frente occidental se han convertido en un clásico antibelicista. Aún más estremecedor es el libro autobiográfico Adiós a todo eso (1929), del inglés Robert Graves –autor de la famosa Yo, Claudio–, donde narra con detalle sus experiencias en batallas como la de Loos, en Flandes. Pero quizá la más cruda y genial de estas obras sea Viaje al fin de la noche (1932), del francés Louis-Ferdinand Céline, que tras la Segunda Guerra Mundial sería juzgado y condenado por antisemita y colaboracionista.