ENGAÑAR AL ESTÓMAGO
Dada la escasez de comida y las enormes dificultades para encontrar sustento, como en otras guerras, proliferaron los sucedáneos alimenticios que normalmente solo se parecían al artículo genuino en su forma y su color. Se utilizaban, además de para intentar subsistir, para engañar al estómago y también al gusto, la vista y el olfato.
En Alemania, estos sustitutos fueron especialmente numerosos y eran aconsejados por médicos y científicos que “demostraban”, por ejemplo, que la mermelada endulzada con sacarina sentaba mejor que la mantequilla, y que las hojas de patata eran más saludables para los nervios y tenían el mismo buen sabor que el tabaco. Una niña francesa recordaba la peculiar dieta que en aquellos tiempos de penuria había en su casa: “En vez de chocolate, tomábamos por la mañana sopas insulsas. Mi madre hacía tortillas sin huevos y postres sin margarina, en los cuales la sacarina reemplazaba al azúcar; nos servía carne congelada, filetes de caballo y tristes legumbres: acelgas, alcachofas y aguaturmas”.