Causas de un conflicto anunciado
Bajo una apariencia de calma y prosperidad, latían en Europa las tensiones no resueltas desde el siglo XIX: territoriales, coloniales, ideológicas, armamentísticas... Y en 1914 todo saltó por los aires.
Muchos europeos vivieron el tiempo transcurrido entre 1900 y 1914 como una extensión de la Belle Époque, una era idílica de elegantes salones de baile con mujeres enfundadas en vestidos blancos, bulevares llenos de animados cafés y gente haciendo pícnic en el campo o remando en plácidos ríos. Pero esa imagen no se ajustaba a la realidad.
Los más informados eran muy conscientes de los riesgos que tenían delante. En Gran Bretaña, Alemania, Francia y Rusia se produjeron innumerables huelgas, lo mismo que en otros países. En las fábricas latía el descontento y en las cancillerías europeas había un miedo muy real de que estallase una revolución. Por otro lado, se estaba produciendo un gran cambio tecnológico impulsado por un continuo caudal de adelantos técnicos, como la electricidad, el automóvil, el avión o el cine. Fueron los años en que Einstein publicó su teoría de la relatividad especial, Leo Baekeland inventó la baquelita y Marie Curie aisló el radio. En un lapso de tiempo muy corto, la tecnología militar experimentó un desarrollo espectacular. Las ametralladoras eran muy fiables, los aeroplanos podían llevar a bordo armas letales y los nuevos destructores tenían torretas de artillería movidas por mecanismos eléctricos, cuyos cañones podían acertar a un barco enemigo situado a varios kilómetros de distancia.
ENTRE EL TEMOR Y LA EUFORIA
Anclados en el pasado, los políticos europeos trataban de lidiar con aquellos avances y con la creciente agitación social en el continente. En un ambiente en el que se entremezclaban la euforia de la industrialización y el temor a un estallido revolucionario, el librecambismo siguió marcando la pauta en todos los países productores del mundo, organizando la vida económica planetaria según dictaban las conveniencias del círculo de poder euronorteamericano. Animados por el impresionante caudal de dinero
que circulaba en las Bolsas mundiales, los librecambistas creyeron que la instauración del cosmopolitismo económico evitaría para siempre las guerras internacionales. Pero se equivocaron: una de las contiendas más brutales que iba a contemplar la humanidad estaba a punto de estallar. La concentración del poder en manos de Inglaterra, EE UU y Francia, a los que pronto se sumó Rusia, las reclamaciones de una cada vez más poderosa Alemania, que exigía su parte del pastel colonial, y la decadencia del Imperio austrohúngaro, que no supo frenar la espiral de violencia en los Balcanes, contribuyeron al estallido de la Primera Guerra Mundial.
UNA CONCATENACIÓN DE FACTORES
Si recibió el calificativo de mundial fue porque en ella participaron las grandes potencias de la época divididas en dos alianzas opuestas: la Triple Alianza, formada por el Imperio alemán y el austrohúngaro, y la Triple Entente, constituida por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso. Italia, que era miembro de la Triple Alianza, terminó cambiando de bando, lo mismo que otras naciones que acabarían ingresando en una u otra facción. Japón y Estados Unidos apoyaron a la Triple Entente, mientras Bulgaria y el Imperio otomano se unieron a las filas de prusianos y austríacos. La anexión de Bosnia-Herzegovina por parte del Imperio austrohúngaro en 1908 enfureció a Serbia y a su aliado el Imperio ruso, lo que provocó la desestabilización de los Balcanes, una región que era conocida como “el polvorín de Europa”. Si Serbia encabezaba la unificación eslava, el Imperio austrohúngaro vería esfumarse a todas sus provincias eslavas del sur y, por tanto, casi toda su costa. “La pérdida de territorio y de prestigio que supondría la supremacía serbia relegaría a la monarquía austríaca a la condición de un pequeño poder”, escribe el historiador británico Martin Gilbert en su libro La I Guerra Mundial (1988).
Pero ¿ fue ese el motivo del conflicto bélico? En realidad, la guerra surgió de la concatenación de diversos factores. Sería injusto señalar a una sola nación como culpable de provocar la carnicería que estaba a punto de desencadenarse. Si no hubiera estallado la Gran Guerra en 1914, habría habido otra pocos años después. En cualquier caso, Alemania pudo haber detenido aquella locura belicista si le hubiera dicho a Viena que frenara su enfrentamiento con Serbia. Pero, una vez que el emperador austrohúngaro decidió declarar la guerra, los militares prusianos pensaron que podían derrotar a Rusia, aunque antes tenían que doblegar a
Anclados en el pasado, los políticos europeos trataban de lidiar con los avances tecnológicos y
la creciente agitación social
Alemania estaba en el centro neurálgico del conflicto: era una gran potencia que no había entrado en el reparto colonial
Francia en pocas semanas, algo que el Estado Mayor alemán dio por hecho. Asimismo, los rusos tenían sin duda el derecho de apoyar a los serbios cuando el Imperio austrohúngaro les declaró la guerra, pero, si Rusia hubiera presionado a Serbia para que dejara de prestar apoyo a los grupos terroristas que atentaban contra Austria, los cañones no habrían abierto fuego en ese momento.
De una u otra manera, Alemania estaba en el centro neurálgico del conflicto que se avecinaba, ya que era una gran potencia industrial que no había entrado en el reparto colonial apañado por franceses e ingleses décadas antes, razón por la que exigía su puesto de privilegio en el escenario geopolítico internacional. Tras la fundación del II Reich en 1871, su poder industrial y económico creció vertiginosamente, lo que le permitió dedicar cuantiosos recursos a rearmarse. “En 1914, Alemania se encontraba en una situación parecida a la de China