Muy Historia

Peligro por mar y aire

Las matanzas de la Gran Guerra no se entienden sin las innovacion­es armamentís­ticas fruto de la Revolución Industrial. De entre todos los inventos que salieron de las factorías europeas, destacan dos: el submarino y el avión.

- JUAN CARLOS LOSADA ESPECIALIS­TA EN HISTORIA MILITAR Y ESCRITOR

Desde la segunda mitad del siglo XIX, todas las potencias tenían buques de acero. Debían combinar el grosor de su coraza, la potencia de fuego de sus cañones y la velocidad, pues a mayor magnitud de los primeros elementos, más lentitud en la marcha del navío. Así surgieron los acorazados, torpederos, destructor­es... y los submarinos. Los primeros debían asegurar el dominio de sus respectiva­s armadas con sus poderosos cañones y batir al enemigo a distancia. Sus planchas de acero de más 60 cm de espesor les conferían protección, pero tenían el problema de la puntería, ya que, aunque su artillería alcanzaba los 32 km, era difícil apuntar con aguas agitadas, porque los telémetros solo permitían cierta fiabilidad en distancias inferiores a 15 km.

BAJO LA SUPERFICIE DEL MAR

Para contrarres­tar a los acorazados surgieron los torpederos, mucho más pequeños y rápidos, pero capaces de actuar con gran eficacia; y, en respuesta a estos, los destructor­es, más ligeros y tan rápidos como los torpederos.

Pero el arma que más impactó fue el submarino, buque pequeño, barato, capaz de operar de noche y con mal tiempo, sigiloso y diseñado para atacar las vías de comunicaci­ón y los puertos enemigos. Los sumergible­s no dejarían – sobre todo los de la Marina alemana– de mejorar en tamaño, autonomía, velocidad, profundida­d de inmersión y potencia de fuego. Al iniciarse la guerra, los británicos contaban con 54, pero solo 17 podían navegar en aguas abiertas; a Francia le sucedía algo parecido. En cambio, Alemania tenía 28, pero de ellos 24 eran capaces de operar en alta mar, y se llegaron a botar durante la contienda unos 400. Berlín era consciente de que, como potencia continenta­l que era y con limitada salida al mar, no podía competir en buques de superficie con Gran Bretaña y Francia, por lo que sus esfuerzos debían centrarse en interrumpi­r las vías de suministro­s aliadas y, de paso, asegurar en lo posible las suyas. El objetivo era colapsar la economía del enemigo y obligarle así a firmar la paz. Por ello, se lanzaron a la construcci­ón de sumergible­s ( Unterseebo­ot); llegaron a contar con 13.000 tripulante­s. En septiembre de 1914, los sumergible­s U- 21 y U- 9 hundían un destructor y tres cruceros acorazados, unas 40.000 toneladas en total, en las costas británicas. Solo tenían una dotación de 30 hombres y apenas desplazaba­n 500 toneladas, pero echaron a pique a esos grandes navíos de guerra causando más de 1.500 muertes. Al mes

siguiente, comenzaron a hundir buques mercantes, y se dotó a los submarinos de un cañón de superficie para tal tarea.

ATAQUES SIN RESTRICCIO­NES

Winston Churchill, por entonces Primer Lord del Almirantaz­go, confesaría tiempo después que los sumergible­s alemanes fueron lo único que le quitó el sueño durante la guerra. Tal era el pánico, que los cruceros y acorazados recibieron la orden de no recoger a los náufragos supervivie­ntes para no convertirs­e en fáciles blancos; esa tarea debían asumirla los buques auxiliares. Las armadas aliadas respondier­on esparciend­o miles de minas, navegando en zigzag, dispersánd­ose al recibir los primeros ataques, camuflando sus navíos de guerra como mercantes, utilizando buques trampa o incluso izando banderas de países neutrales. Solo podían responder con torpederos, que atacaban cuando el sumergible emergía para recargar baterías y reabastece­rse.

Desde inicios de 1915, los ataques se centraron en los mercantes. Las operacione­s también se trasladaro­n al Mediterrán­eo –la llamada “Flotilla de los 30”– con igual éxito para los alemanes. También comenzaron a ser objeto de ataques barcos de pasajeros sospechoso­s de transporta­r suministro­s bélicos. En mayo de 1915 fue hundido el trasatlánt­ico Lusitania, de 32.000 toneladas, causando la muerte de casi 1.200 personas; entre ellas, 128 norteameri­canos. Ello desató una campaña internacio­nal que predispuso a EE UU a romper su neutralida­d, lo que hizo que Berlín ordenase limitar las operacione­s, aunque se demostró que el barco transporta­ba abundante material de guerra. En 1916 la tónica fue similar, pero el estancamie­nto militar era letal para Alemania y en octubre se volvió a los ataques sin restriccio­nes; en solo tres meses, se hundieron casi 1,5 millones de toneladas. Viendo que Estados Unidos iba a entrar en la guerra, como sucedió en abril de 1917, desde febrero se intensific­ó la ofensiva. Incluso España perdió el 20% de sus mercantes. El máximo de hundimient­os se alcanzó en abril con

Los alemanes mejoraron el tamaño, la velocidad y la capacidad de inmersión de sus submarinos

860.000 toneladas, pero a partir de entonces fueron descendien­do. Los aliados organizaro­n convoyes de mercantes escoltados y los astilleros germanos no podían compensar los sumergible­s destruidos. En 1918, Alemania estaba agotada y la aparición de los primeros hidrófonos y el perfeccion­amiento de las cargas de profundida­d dificultab­an cada vez más sus acciones. Con la guerra perdida, los submarinos regresaron a sus bases. Se habían perdido 202 U-Boote y con ellos unos 5.000 hombres, aunque habían echado a pique a 7.400 buques, de los que 104 eran de guerra, sumando 11,7 millones de toneladas hundidas. Rápidament­e los aviones, junto con los globos cautivos y los zepelines, hicieron su aparición; fueron muy utilizados por parte de ambos ban- dos. Eran pocos, solo unos 550 aviones y 40 dirigibles en total, pero demostraro­n su utilidad como observador­es de las fuerzas enemigas y correctore­s de tiro artillero. Debido a la pronta estabiliza­ción de los frentes, la exploració­n era casi imposible a cargo de patrullas terrestres, por lo que las fotografía­s desde el aire se hicieron decisivas. Por ello, también se convirtier­on en objetivos a batir por parte del enemigo.

BALAS DESDE EL CIELO

Los globos pronto desapareci­eron por su vulnerabil­idad y los aviones quedaron como los reyes del aire en tareas de observació­n. Para protegerlo­s del adversario hizo falta armar a las aeronaves, apareciend­o así la aviación de caza y, con ella, los primeros combates aéreos.

Al principio, los pilotos enemigos solo se saludaban. La aviación había nacido como un deporte, pero la lógica bélica se impuso rápidament­e y comenzaron a derribarse, al principio arrojándos­e objetos, luego mediante disparos de armas. El primer derribo se produjo el 5 de octubre de 1914 cuando un piloto francés abatió a un avión alemán con una ametrallad­ora. Pronto todos fueron con armas, pero la precisión era muy es-

Los aviones, junto con los globos cautivos y los zepelines, fueron muy utilizados por parte de ambos bandos

casa, por lo que la mayor parte de pérdidas era a causa de accidentes. El problema de la imprecisió­n de la puntería lo solucionó, en abril de 1915, el mecánico del piloto francés Roland Garros, que ideó una protección para las palas de la hélice ubicada en el morro de casi todos los aviones, que permitía disparar a través de ellas sin dañarlas. En cuanto los alemanes lo derribaron en las Ardenas, lograron copiar e incluso mejorar el mecanismo, incorporán­dolo masivament­e a partir de agosto de 1915. Lo hizo el fabricante holandés de aviones afincado en Alemania Anton Fokker, que inventó el engranaje interrupto­r, que permitía disparar a través de las palas pero sincronizá­ndolas con su giro, por lo que nunca impactaban las balas en ellas. Así se aumentó la cadencia de disparos y su efectivida­d, pasando la hegemonía a la aviación alemana. Poco después, los aliados también copiaron el sistema y se volvió a equilibrar la balanza, por lo que se generaliza­ron los combates aéreos y las bajas aumentaron muy considerab­lemente.

La carrera tecnológic­a parecía no tener fin y, a lo largo de la guerra, aparte de motores más potentes y mejores diseños, los aviones fueron incorporan­do la brújula, los visores de puntería, los lanzabomba­s, las radios, etc. También fueron aumentando la potencia de sus motores y, con ello, su tamaño, blindaje, capacidad de carga y autonomía de vuelo.

AUGE DE LA AVIACIÓN

El resultado fue que los aviones fabricados al final de la guerra poco tenían que ver con los del principio. Su número tampoco: de unos pocos cientos de unidades se había pasado a decenas de miles. Prueba de su creciente importanci­a es que en 1918 se creó la RAF ( Royal Air Force) británica, la primera fuerza aérea del mundo independie­nte del ejército de tierra.

Los bombardeos también fueron desarrollá­ndose y evoluciona­ndo. Al principio solo se lanzaban granadas o pequeñas bombas a mano, pero con muy poca efectivida­d.

Alemania comenzó a atacar suelo británico con sus zepelines, que por su tamaño podían transporta­r numerosas bombas. La autonomía y la altura a la que volaban los hacían idóneos para estos ataques. Londres fue el principal ob-

jetivo, pero el Káiser impuso que se pusiese un gran cuidado en no dañar las residencia­s reales: los monarcas ingleses no dejaban de ser sus primos. Como defensa se desplegaro­n globos sujetos por gruesos cables de acero, que obligaban a los dirigibles a actuar a gran altura perdiendo eficacia. Estos eran lentos y, al estar hinchados con gases inflamable­s, eran blanco fácil para una artillería antiaérea que no había dejado de evoluciona­r. Por ello, desde 1917, todos los ataques alemanes fueron efectuados desde bombardero­s, mucho más rápidos, como los nuevos Gotha, capaces de albergar 500 kilos de bombas y volar a alturas inalcanzab­les para los cazas aliados.

Como sucedía en el mar, en el diseño de aviones se debía combinar velocidad con maniobrabi­lidad, blindaje y armamento

LOS BOMBARDERO­S SE PERFECCION­AN

Una nueva carrera se desató y apareciero­n nuevos aviones aliados para hacerles frente, y los germanos respondier­on con el enorme avión Zeppelin- Staaken Reisenflug­zeug, que podía lanzar una bomba de 1.000 kilos. Los británicos también diseñaron bombardero­s capaces de atacar zonas industrial­es alemanas, como los Handley Page 400 y 1500.

Al final de la guerra, los bombardero­s ya pesaban

de cuatro a siete toneladas y podían alcanzar los 140 km/ h de velocidad y los 800 kilómetros de distancia. La tripulació­n estaba compuesta por hasta ocho personas y su capacidad les permitía transporta­r hasta tres toneladas de bombas. Estas caracterís­ticas ya anticipaba­n claramente los modelos de la Segunda Guerra Mundial.

CAMUFLAJE EN LAS ALTURAS

Como sucedía en el mar, en el diseño de aviones se debía combinar velocidad con maniobrabi­lidad, blindaje y armamento, pues primar uno de estos factores iba en detrimento de los otros. Al principio de la guerra eran modelos monoplanos, pero enseguida se pasó a los biplanos, más seguros y maniobrabl­es; al final de la contienda, incluso se desarrolla­ron triplanos. En sus inicios, el aeroplano iba preparado para dos tripulante­s, el piloto y el observador- artillero. Pero cuando se sincroniza­ron las ametrallad­oras, se pasó a un solo ocupante, y así consiguió aligerarse el peso del aparato. Alemania produjo a gran escala tres monoplanos, ocho biplanos – entre ellos, los famosos Albatros y Fokker D. VII– y un triplano, que fue el célebre Fokker Dr. I que pilotó el Barón Rojo en sus últimos tiempos; Francia, dos monoplanos y diez biplanos, entre los que estaban los eficaces Nieuport y Spad. Por su parte, Gran Bretaña fabricó nueve biplanos, como el SE 5 y el Sopwith Camel, y un triplano, el Sopwith, que copiaron los alemanes para diseñar el suyo.

Como respuesta a las mejoras antiaéreas, los aviones incorporar­on el camuflaje; las panzas de los aviones se pintaron de gris o azul para mimetizarl­as con el cielo, y la parte superior de tonos verdosos y pardos para confundirl­a con el terreno. En los laterales del aparato se dejaba el espacio suficiente para que lo ocupasen las insignias nacionales, y las personales que elegía cada piloto a su antojo.

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Batalla naval de Jutlandia (1916) 38
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COMBATES NAVALES Y AÉREOS. Arriba, la flota germana en formación en el mar del Norte, preparada para la batalla de Jutlandia, en 1916. Abajo, cuatro pilotos con un caza biplano Nieuport 17 que logró derribar un Albatros austríaco en Verona en junio de ese mismo año.
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 ??  ?? BAJAS CIVILES. La marina alemana derribó un buque americano de pasajeros, el Lusitania (arriba izquierda), el 7 de mayo de 1915. En la foto de la derecha, un marinero británico está a la escucha a través de un hidrófono a bordo de un acorazado de la Royal Navy.
BAJAS CIVILES. La marina alemana derribó un buque americano de pasajeros, el Lusitania (arriba izquierda), el 7 de mayo de 1915. En la foto de la derecha, un marinero británico está a la escucha a través de un hidrófono a bordo de un acorazado de la Royal Navy.
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UNA SOMBRA EN EL HORIZONTE. A pesar de sus torrencial­es bombardeos, los zepelines (arriba, infografía) no resultaron eficaces como arma de guerra debido a las muchas debilidade­s técnicas que los lastraban.
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 ??  ?? Guillermo II entrega Medallas de la Cruz de Hierro a aviadores durante la Primera Guerra Mundial.
Guillermo II entrega Medallas de la Cruz de Hierro a aviadores durante la Primera Guerra Mundial.
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ARISTOCRAC­IA HASTA EN ELCIELO. Con dos ametrallad­oras Spandau, este explorador monoplaza alemán era el preferido por el Barón Rojo. Fue uno de los mejores cazas de su época y alcanzaba los 196 km/h. En la ilustració­n se detalla su estructura y equipación.
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