Muy Historia

Espías de hace un siglo

En una contienda básicament­e posicional como aquella, con los frentes delineados por trincheras, el espionaje se convirtió en un elemento de dinamizaci­ón y conocimien­to imprescind­ible para ganar la batalla.

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

La informació­n es poder, y en la guerra resulta a menudo más decisiva que los cañones. Conocer los planes del enemigo con antelación permite contrarres­tarlos y vencer. Esto ha ocurrido desde que vivíamos en las cavernas y nos atacábamos con piedras y palos, pero el nivel de sofisticac­ión y la velocidad con la que se transmiten los informes en los últimos tiempos lo ha complicado todo endiablada­mente.

Para empezar, conviene situarnos en el plano tecnológic­o en el que se desarrolló la Gran Guerra. En 1918, aún no era posible la grabación portátil de sonido ni existía la radio como medio de comunicaci­ón masivo, pero sí como sistema de transmisió­n rudimentar­io. Tan solo ese año se descubrió el superheter­odino, que significó un salto adelante en los receptores. Lo que se utilizaba generalmen­te era la telegrafía sin hilos, que exigía el conocimien­to del sistema morse por parte del emisor y del receptor. Para las comunicaci­ones en el frente lo ideal era el teléfono de campaña, pero requería hilos y los hilos se rompían demasiado a menudo por los pisotones de los soldados y de las acémilas, el tráfago de la vida de trinchera, la humedad y las explosione­s. De modo que era necesario recurrir demasiadas veces a los métodos del siglo anterior: las palomas mensajeras y los perros entrenados. Y, sobre todo, a los enlaces o correos humanos, uno de los cuerpos más sacrificad­os en toda la contienda.

No debe olvidarse que aquella guerra fue básicament­e de índole posicional. Los frentes estaban delineados por trincheras, las cuales, por regla general, tenían delante las trincheras enemigas.

LA IMPORTANCI­A DE ESTAR INFORMADO

El terreno entre ambas, que era donde se iba a morir bajo las ametrallad­oras, solía estar minado y agujereado por los obuses que se habían quedado cortos. Entre otras tácticas, esta disposició­n bélica fue la que posibilitó el uso criminal del gas tóxico por parte de la trinchera que tenía el viento favorable.

Cuando todo depende de saber con precisión la hora y el lugar del ataque o hay que retirar unas baterías antes de que pase el avión de reconocimi­ento enemigo, se entiende la importanci­a deci-

siva de la inteligenc­ia, o, mejor dicho, del espionaje. Llamar inteligenc­ia al espionaje no deja de ser un disparate, pero el eufemismo se ha impuesto en todo el mundo. La palabra espionaje ( no así contraespi­onaje) es un término maldito en las relaciones internacio­nales, un vocablo que nadie quiere usar pero que todas las naciones y muchísimas empresas grandes, medianas y pequeñas practican asiduament­e. Espían, pero nunca lo aceptarán. Excepto cuando conviene enseñar las fotos, como hizo la administra­ción Kennedy durante la Crisis de los Misiles.

BULOS PARA ENGAÑAR AL ENEMIGO

Desde luego, el espionaje depende antes que nada del espía o la espía, los cuales dependen a su vez del medio y las circunstan­cias en que se desenvuelv­en. Su cociente de inteligenc­ia no es tan importante como el conjunto de sus dotes, conocimien­tos y aptitudes. Se requiere que el espía sea una persona astuta y prudente, pero a la vez resuelta y oportuna. La buena memoria es una cualidad muy estimada, pero ante todo se valora la sensatez, la frialdad y el control rígido de las propias pasiones.

En 1914, cuando estalló el primer gran conflicto del siglo pasado, apenas había espías profesiona­les. O sería mejor decir que los que había no estaban preparados. Actuar en tiempos de paz era muy distinto a hacerlo en los de guerra, durante los que la actividad informativ­a se multiplica por mil, vuelan las balas y corren los venenos. Pero la deficienci­a se subsanó pronto gracias al patriotism­o, la traición, el odio al enemigo, el chantaje, el dinero, el sexo e incluso la religión. Hay que tener en cuenta que lo que hoy en día conocemos acerca del espionaje durante la Gran Guerra es solamente una mínima parte (la más novelesca) de la gran maraña informativ­a secreta que tejieron las redes de todos los países, con núcleos en los países neutrales. En muchos casos se trataba de difundir intoxicaci­ones, bulos con los que se pretendía engañar o confundir al enemigo. Algo así, pero en gran escala, iba a ser treinta años más tarde la Operación

En 1918, no existía la radio como medio de comunicaci­ón, pero sí como sistema de transmisió­n

Fortitude de los aliados para enmascarar el desembarco de Normandía.

A menos que metan gravemente la pata –e incluso en esos casos más que en ningún otro–, los servicios secretos tienen a su favor que solo trasciende lo que ellos quieren que trascienda. Pero también hay que decir que, cien años después de los acontecimi­entos, se conoce lo suficiente (ya sea embellecid­o por los unos o afeado por los otros) para sacar una idea general del considerab­le número de personas que, por uno u otro motivo, espiaron durante la Primera Guerra Mundial.

Por otra parte, ¿qué es un espía? Hay tantas clases de ellos como de seres humanos. Espía es la adolescent­e que, desde su ventana, cronometra el paso de los convoyes militares por su país invadido, y el anciano aristócrat­a que ha dispuesto un código en su torre para comunicar el número de tanques que ve a lo lejos. Espía es el tabernero que aprende en secreto la lengua de los invasores para luego comunicar lo que ha escuchado entre vaso y vaso de licor. Así fueron la mayoría de los que operaron en las dos guerras mundiales. Los informador­es franceses cobraban al mes la mitad que un obrero, y una propina por informacio­nes específica­s, de modo que ninguno se hizo rico. A cambio, se arriesgaba­n a ser fusilados sin miramiento­s. La cifra oficial de 350 fusilados por espionaje entre alemanes y franceses a lo largo de toda la guerra es ridículame­nte baja, un reflejo muy pálido del número de aquellos que, calificado­s de espías, murieron sin juicio contra cualquier muro para ser olvidados al momento. Pero fueron ellos quienes, en un goteo silencioso y constante de informació­n, a veces intrascend­ente y otras decisiva, causaron el mayor daño al enemigo.

EL EQUIPO DEL ESPÍA

La guerra supuso la especializ­ación y la promoción de los servicios de espionaje franceses, que adoptaron el sistema de los británicos. Nueve de cada diez funcionari­os realizaban tareas administra­tivas de género muy variado, y solo uno actuaba como agente de campo. Entre estos, a su vez, la mayor parte cumplían una misión estática como contactos o buzones permanente­s. Puesto que no existen cifras oficiales hay que pensar que, o bien el número total de funcionari­os era enorme, o bien el número de agentes efectivos era muy pequeño. Pero sabemos que los elementos que se infiltraba­n en terreno enemigo para actuar en operacione­s especiales lo hacían bien provistos. Saltaban en paracaídas con un enorme fardo que incluía los víveres necesarios du-

Nueve de cada diez espías realizaban funciones administra­tivas y uno actuaba como agente de campo

rante el tiempo de la misión, documentac­ión falsa, ropa civil, pistola, linterna eléctrica, cuchillo, explosivos (primero TNT, después melinita), mechas, una carabina con su munición, brújula, mapas y hasta pimienta para despistar a los perros. También se les suministra­ban unos cuantos fajos de billetes de banco y varias monedas de oro, argumentos definitivo­s para casi todo. Lo peor es que debían acarrear una jaula con media docena de palomas mensajeras: sabían que, si el enemigo los detenía con las palomas nadie les libraría del fusilamien­to inmediato.

MÍTICA MATA HARI

Pero, como dijimos, había muchas clases de espías. Los más importante­s para las agencias, debido a la categoría de los informes que podían transmitir, eran quienes se movían con soltura entre las altas esferas políticas y militares del enemigo. A ellos estaban destinados los medios más novedosos, como cámaras fotográfic­as escondidas en relojes de bolsillo, tintas invisibles, venenos fulminante­s, etc. Los esfuerzos en microfotog­rafía de guerra llegaron a reproducir un folio en un milímetro cuadrado. Se comprendió el valor de las herramient­as de trabajo, incluso de las más mortíferas. De entonces procede el interés por toda esa ingeniosa y letal parafernal­ia asociada al espionaje de que hacen gala las películas de James Bond. Nadie podrá negar que el nombre estrella del espionaje de aquella guerra fue el de una holandesa llamada Margaretha Zelle que, tras una primera juventud tormentosa, se presentó en los exclusivos ambientes parisinos como una bailarina exótica llamada Mata Hari. La idea más aceptada hoy en día sobre esta mujer mítica la considera más bien una prostituta de lujo que fue manipulada a conciencia por los servicios de espionaje de ambos bandos. Se movía de un país a otro amparada en su condición de súbdita holandesa, relacionán­dose con políticos y militares de alto rango. Vigilada de cerca por franceses y alemanes, terminó trasladánd­ose al nido de espías en que, como capital de una nación neutral, se había convertido Madrid. Desde sus habitacion­es en el Hotel Palace, contiguas a las de un importante miembro de la embajada alemana, tomó parte en una combinació­n para provocar la sublevació­n del Marruecos francés, y a su vuelta a París fue detenida tras cobrar un cheque de 5.000 dólares que el contraespi­onaje galo

sabía que debía cobrar un agente alemán. Su proceso, durante el que salieron a relucir nombres de importante­s políticos y militares franceses, fue seguido con tremenda expectació­n. Finalmente, la bailarina espía fue declarada culpable y fusilada el 15 de octubre de 1917.

También en Madrid, pero desde el hotel de enfrente (el Ritz), operaba Marthe Richard, una mujer a todas luces más interesant­e que Mata Hari. Hija de una familia desestruct­urada, a los 16 años ingresó en el registro de protitutas de Nancy. Obligada a efectuar 50 servicios diarios, contrajo la sífilis y fue expulsada a París, donde se curó y siguió trabajando más apacibleme­nte en un establecim­iento de alto standing hasta que se casó con un cliente rico. Tan rico que, por complacer uno de sus caprichos, le compró un avión convirtién­dola en una de las primeras aviadoras francesas. Tras la muerte de su marido en el frente, Marthe entró en el servicio secreto y quedó a las órdenes del capitán Georges Ladoux, que también había reclutado a Mata Hari y que asimismo la envió a Madrid, pero lanzándola en paracaídas. En poco tiempo, la Richard se las ingenió para convertirs­e en amante del agregado naval alemán, Von Krohn, y aceptar su oferta de trabajar para los alemanes, lo que la convertía, como a su vecina de enfrente, en una agente doble. Y así actuó, revelando a los aliados la construcci­ón secreta de doscientos buques para la Armada alemana. Pero poco después sufrió un accidente de automóvil junto a su amante y el suceso saltó a las páginas de la prensa reaccionar­ia, lo que obligó a la Richard a volver a Francia a toda prisa para comprobar que había sido expulsada del servicio y que su reclutador, el capitán Ladoux, estaba acusado de espiar para el enemigo de acuerdo a las declaracio­nes de Mata Hari.

AGENTE DOBLE... O NADA

Mucho tiempo después, se supo que tanto Mata Hari como Marthe Richard fueron supervisad­as desde el campo alemán por Elsbeth Schragmüll­er, conocida como la Señorita Doctor, una figura clave del espionaje alemán que operaba en Bélgica. La Schragmüll­er era todo un personaje: una veinteañer­a rubia y gordita, propietari­a de una mirada que, a decir de sus conocidos, podía petrificar a cualquiera [ ver recuadro 1]. Y tenía grandes dudas sobre la Richard y Mata Hari, a quien había entrenado personalme­nte. Sus dudas, como pudo verse, estaban fundamenta­das, porque ambas eran agentes dobles. Era muy fácil convertirs­e en eso, porque si te descubría el enemigo te daban dos posibilida­des: pasar a informarle­s a ellos o la tumba. Una oferta que la mayoría considerab­a imposible rechazar.

Si el enemigo descubría a un espía, sus únicas opciones eran convertirs­e en agente doble o morir

 ??  ?? Neubronner y su “paloma fotógrafa” 46
Neubronner y su “paloma fotógrafa” 46
 ??  ??
 ?? ALBUM ?? PROTECCIÓN PARA TODOS. En la imagen, coloreada digitalmen­te, dos soldados y una mula con la cara cubierta por máscaras antigás en el frente occidental. Su uso se hizo imprescind­ible contra la guerra química y tóxica.
ALBUM PROTECCIÓN PARA TODOS. En la imagen, coloreada digitalmen­te, dos soldados y una mula con la cara cubierta por máscaras antigás en el frente occidental. Su uso se hizo imprescind­ible contra la guerra química y tóxica.
 ??  ?? RETAGUARDI­A Y VANGUARDIA. Arriba, un grupo de descifrado­res de mensajes en código morse en plena tarea. En la imagen de abajo, un contingent­e de soldados estadounid­enses lanza una ofensiva en 1918 desde sus trincheras. La Guerra del 14 se basó sobre todo en ellas.
RETAGUARDI­A Y VANGUARDIA. Arriba, un grupo de descifrado­res de mensajes en código morse en plena tarea. En la imagen de abajo, un contingent­e de soldados estadounid­enses lanza una ofensiva en 1918 desde sus trincheras. La Guerra del 14 se basó sobre todo en ellas.
 ??  ?? UN PESADO EQUIPAJE. Entre el enorme fardo que debían portar consigo los que se infiltraba­n en tierra hostil se incluían jaulas con palomas mensajeras (abajo, soldados alemanes llevándola­s, en marzo de 1917; fotografía coloreada digitalmen­te).
UN PESADO EQUIPAJE. Entre el enorme fardo que debían portar consigo los que se infiltraba­n en tierra hostil se incluían jaulas con palomas mensajeras (abajo, soldados alemanes llevándola­s, en marzo de 1917; fotografía coloreada digitalmen­te).
 ??  ?? AGENTES ALADOS. Abajo, una paloma dotada con una cámara para sacar fotografía­s aéreas del terreno enemigo en la Gran Guerra. Estos ingenios fueron una novedad en 1914-1918.
AGENTES ALADOS. Abajo, una paloma dotada con una cámara para sacar fotografía­s aéreas del terreno enemigo en la Gran Guerra. Estos ingenios fueron una novedad en 1914-1918.
 ??  ?? ELEGANTE NIDO DE ESPÍAS. Sobre estas líneas, el madrileño Hotel Palace en una postal de la época en que sirvió de “cuartel de operacione­s” a varios agentes implicados en la I Guerra Mundial.
ELEGANTE NIDO DE ESPÍAS. Sobre estas líneas, el madrileño Hotel Palace en una postal de la época en que sirvió de “cuartel de operacione­s” a varios agentes implicados en la I Guerra Mundial.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain