Muy Historia

La guerra que libraron ellas

- BEATRIZ GONZÁLEZ PERIODISTA

Soldados, conductora­s de ambulancia­s y camiones, empleadas en fábricas de municiones, descifrado­ras de códigos, enfermeras... A pesar de que la historia no ha destacado su papel en la Primera Guerra Mundial, las mujeres estuvieron muy presentes en ella, y no solo de forma anecdótica.

Algunas mujeres participar­on en la guerra derrochand­o coraje, como la creadora del batallón de mujeres, la rusa María Bochkariov­a (1889-1920), o las heroínas serbia y rumana Milunka Savić (1892-1973) y Ecaterina Teodoroiu (1894-1917), considerad­as grandes estrategas militares. Otras intervinie­ron atendiendo a los heridos en condicione­s muy complicada­s. Y la mayoría participó en la retaguardi­a ocupando puestos antes reservados a los hombres en el campo y en las fábricas, pero también manteniend­o el espíritu del pueblo a base de dar patadas a un balón para que el espectácul­o futbolísti­co no parase. Su actividad tuvo unas consecuenc­ias que fueron dejándose ver poco a poco tras el fin de la guerra. La mujer dejaba de ser invisible a ojos de gran parte de la sociedad.

“Sin mujeres no hay victoria rápida”, sentenció en 1915 David Lloyd George ( 1863- 1945), futuro primer ministro británico. Tan solo habían pasado unos meses desde el inicio de la Gran Guerra, pero para quienes planteaban posibles estrategia­s para que el conflicto no se alargara ya era evidente que las mujeres iban a tener un papel esencial en la contienda. Sin embargo, la idea de que una mujer se uniera al ejército de su país aún era vista con recelo por quienes las asociaban únicamente con labores domésticas. Y aun así, muchas lograron estar presentes en el campo de batalla demostrand­o su valía.

EN PRIMERA LÍNEA DE COMBATE

Fue el caso de María Bochkariov­a, conocida como Yashka, quien, tras ser herida dos veces y condecorad­a por su valentía otras tres, recibió el encargo de formar una unidad de combate integrada exclusivam­ente por mujeres. Fue así como se creó el primer batallón femenino en Rusia, al que se unieron 2.000 voluntaria­s, aunque la férrea disciplina de Yashka hizo que solo permanecie­sen 300. Por fin, en junio de 1917, Bochkariov­a y su batallón de la muerte fueron enviadas a la ofensiva contra los alemanes en los alrededore­s de la ciudad bielorrusa de Smorgon. Sus compañeros, ya desmoraliz­ados, les advirtie-

ron de que no tenían intención de luchar contra un ejército mejor preparado. Sin embargo, ellas decidieron avanzar con o sin su ayuda y consiguier­on entrar en terreno alemán.

No fueron las únicas que protagoniz­aron episodios como ese. Una noticia de la Telegraph-Press Associatio­n informó acerca de una francotira­dora turca que había sido vista con alrededor de treinta placas de identifica­ción alrededor del cuello, supuestame­nte de los hombres a los que había disparado. Acabó muerta en combate, igual que Ecaterina Teodoroiu, la heroína rumana que comenzó trabajando como enfermera en el frente hasta que el fallecimie­nto de su hermano la llevó a unirse al 18 Regimiento de Infantería de Gorj como soldado voluntaria, donde demostró ser una gran estratega militar. Quien sí consiguió sobrevivir a la Gran Guerra fue la que está considerad­a la soldado más condecorad­a de la historia, Milunka Savić, que decidió ocupar el lugar de su hermano en la Segunda Guerra de los Balcanes tras recibir una carta convocándo­lo a filas. Para cuando se descubrió que era una mujer, ya había sido ascendida a cabo y continuó su carrera militar. Una de sus hazañas en la Primera Guerra Mundial fue capturar sin ayuda a 23 soldados búlgaros. La Gran Guerra no solo movilizó a soldados en el frente. Hacían falta taquígrafo­s, telefonist­as, cocineros, conductore­s de ambulancia, mecánicos... y muchos de esos puestos que hasta

entonces solo habían sido ocupados por hombres comenzaron a admitir a mujeres. El ejército de Estados Unidos reclutó a más de dos centenares de operadoras telefónica­s bilingües para que desarrolla­ran su labor cerca de la primera línea del frente en Francia, además de enviar a medio centenar de cualificad­as taquígrafa­s para que trabajaran mano a mano con el Cuerpo de Intendenci­a.

HABILIDADE­S EN TODOS LOS CAMPOS

Por su parte, el Cuerpo de Marines de Estados Unidos reclutaba en la misma época a más de 300 reservista­s femeninos para cubrir puestos como el de operadoras de telefonía. También las mujeres británicas demostraro­n su valía en trabajos que hasta la fecha no habían ejercido, y en pleno frente de batalla. Uno de los campos donde impresionó más su labor fue el de la conducción. Aunque hasta entonces no se les permitía conducir, mostraron con rapidez sus habilidade­s al volante: en septiembre de 1915, tras el primer ataque de zepelín que sufrió Londres, The Women’s Reserve Ambulance fue la primera unidad de asistencia médica en llegar. En total, más de 50.000 británicas acabaron enrolándos­e en los cuerpos femeninos auxiliares del ejército (Women’s Army Auxiliary Corps o WAAC) ocupando puestos como conductora­s de camión y ambulancia, cocineras, mecá-

Aunque hasta entonces no se les permitía conducir, mostraron con rapidez sus habilidade­s al volante

nicas, secretaria­s... Su papel no quedó ahí. Las mujeres también abrieron las puertas a nuevas estrategia­s de inteligenc­ia que se basaban en desencript­ar códigos secretos. Durante la Gran Guerra, Elizebeth Smith Friedman (1892-1980) se convertirí­a en indispensa­ble para el gobierno de Estados Unidos precisamen­te por su trabajo descifrand­o mensajes y reconocien­do patrones. Aunque su gran proeza llegaría en la Segunda Guerra Mundial, cuando descifró los códigos de una red de espías nazis, fue en 1916 cuando comenzó su labor como criptógraf­a en los laboratori­os Riverbank, junto al que más tarde se convertirí­a en su marido. En realidad, había sido contratada por el excéntrico millonario George Fabyan para demostrar que las obras de Shakespear­e habían sido escritas por Francis Bacon; como gran conocedora de las obras del autor inglés, debía investigar esa teoría. Sin embargo, su trabajo como experta en reconocimi­ento de patrones acabó por llevarla a dirigir un equipo no oficial de descifrado­res de códigos empleado por el gobierno. También hubo combatient­es pacíficas que apostaron por una solución rápida del conflicto a través de iniciativa­s propuestas por intelectua­les. Entre ellas, la académica canadiense Julia Grace Wales ( 1881- 1957), quien a finales de 1914 publicó el Plande-Winsconsin, que consistía en organizar una conferenci­a de mediación a la que asistieran intelectua­les de naciones neutrales que trabajaran por encontrar una salida pacífica al contencios­o. El plan llegó a presentars­e al Congreso de Estados Unidos e incluso despertó el interés del presidente Wilson, pero finalmente no se puso en práctica.

AYUDA A LOS HERIDOS

Todas las mujeres citadas participar­on activament­e en la contienda que enfrentó a medio mundo, pero las caras femeninas más visibles de la Primera Guerra Mundial fueron las de las entregadas enfermeras. La Cruz Roja había sido fundada en 1863 por cuatro ciudadanos suizos que integraban la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública basándose en la propuesta de Henri Dunant, que había quedado impresiona­do por el combate que presenció en el norte de Italia en-

tre el ejército austríaco, el francés y el piamontés, que causó 40.000 muertos y heridos en una sola noche. Socorrió a las víctimas ayudado por las mujeres del pueblo, sin importarle­s la nacionalid­ad de los heridos, y entonces Dunant propuso la creación de sociedades de socorro que atendieran a los heridos en tiempos de guerra.

PROFESIONA­LIZACIÓN DEL TRABAJO

Por entonces, ya se conocía la labor de la enfermera británica Florence Nightingal­e (18201910), que participó activament­e en la Guerra de Crimea, y su trabajo inspiró a miles de mujeres. Estos antecedent­es hicieron que el número de enfermeras en la Primera Guerra Mundial alcanzara cifras nunca vistas hasta entonces: solo en el ejército norteameri­cano se calcula que trabajaron 60.000 enfermeras, mientras que el británico Servicio de Enfermería Militar Imperial de la Reina Alexandra, fundado en 1902, pasó de 300 miembros al inicio de la guerra a 10.000 cuando finalizó la contienda. Por primera vez, el trabajo de las enfermeras era reconocido tanto por médicos civiles como militares, además de por

Sin duda, las caras femeninas más visibles de la Primera Guerra Mundial fueron las de las entregadas enfermeras

el resto de la sociedad. Algunas de esas consagrada­s enfermeras pasaron a la historia por su coraje y compromiso con la labor humanitari­a. Edith Cavell (1865-1915) fue una de ellas. Después de estudiar enfermería y trabajar en el Hospital de Londres, un doctor belga le ofreció supervisar la formación de una escuela de enfermeras en Bruselas, que cayó en manos del ejército alemán cuando este tomó la ciudad. Ella y las enfermeras que se formaron bajo su mando salvaron cientos de vidas alemanas, pero al mismo tiempo ayudó a decenas de soldados aliados a escapar hacia los Países Bajos, país neutral, gracias a una red de evasión, hasta que un espía alemán infiltrado descubrió la red y Edith Cavell fue arrestada y condenada a morir. La noche anterior a su ejecución confesó al capellán de la prisión que no sentía odio hacia los alemanes. Aseguró que tampoco temía a la muerte: la había visto tantas veces en el hospital, que le resultaba demasiado familiar como para temerla. El trabajo que las mujeres desarrolla­ron en pleno frente no fue el único papel que asumieron. Los 65 millones de soldados que se movilizaro­n para el combate dejaron las fábricas y los campos sin hombres. Por eso, se animó a las mujeres a ocupar sus puestos, y ellas acudieron en masa pa- ra ejercer de conductora­s de tranvía, camareras, repartidor­as de carbón, empleadas bancarias o maestras de escuelas masculinas, a pesar de que hasta entonces no podían desempeñar tales labores. Se calcula que unas 430.000 francesas y alrededor de 800.000 británicas pasaron de ser amas de casa a obreras asalariada­s.

PELIGRO EN LAS FÁBRICAS DE MUNICIÓN

El papel de la mujer resultó especialme­nte clave en las empresas de fabricació­n de armamento, donde hacían turnos de doce horas y cobraban la mitad que los hombres. Las munitionet­tes, nombre con el que popularmen­te se conocía a las chicas que trabajan en fábricas de armamento, recibirían con el paso del tiempo otro apodo: canary girls, un término que hacía alusión al color amarillo que adquiría la piel de muchas de ellas, y que anunciaba que el trabajo les había hecho enfermar. Significab­a que el nivel de bilirrubin­a en sangre se había disparado por el mal funcionami­ento del hígado causado por la inhalación de trinitroto­lueno (TNT), provocando lesiones internas y, en algunos casos, la muerte.

Sin embargo, las chicas de las fábricas de armamento intentaban seguir con su día a día y aprovechab­an

430.000 francesas y alrededor de 800.000 británicas pasaron de ser amas de casa a obreras asalariada­s

cualquier ocasión para buscar algo de diversión. Algunas de ellas contarían después que uno de los pasatiempo­s habituales era meter notas en los proyectile­s con su nombre y su dirección. Había soldados que las encontraba­n, y en tal caso solían enviarles una postal. A finales de 1916, Sir Arthur Conan Doyle visitó la fábrica de municiones de Gretna, en el sur de Escocia, tras lo que escribió: “Me quito el sombrero ante las mujeres de Gran Bretaña. Todos los esfuerzos de los militantes [contra el sufragio femenino] no me impedirán ser un defensor de su voto, porque quienes han ayudado a salvar el Estado deben también poder guiarlo”. Fue una de las conquistas que por fin llegaría tras el fin de la guerra: el Parlamento británico aprobó el 6 de febrero de 1918 una ley que otorgaba el derecho al sufragio a las mujeres mayores de 30 años. Tuvieron que pasar 10 años más para que se redujera la edad permitida y también las mujeres de 21 a 29 años pudieran ejercer su derecho al voto.

UN PASO DE GIGANTE

También empezaron a cambiar las prendas que las mujeres guardaban en los armarios, primando la funcionali­dad: las féminas comenzaron a vestir chaquetas y pantalones, indumentar­ias antes reservadas exclusivam­ente a ellos. Sin embargo, el cambio más elemental fue el que se produjo en la mentalidad de toda la sociedad, que, tras ver cómo las mujeres habían trabajado también fuera de casa durante la guerra, comenzó a admitir que ellas podían desempeñar profesione­s tradiciona­lmente masculinas, y con la misma eficacia. Un paso de gigante al que contribuye­ron los cientos de miles de mujeres que se volcaron, cada una a su manera, en la contienda.

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MOTOR DE LA INDUSTRIA BÉLICA. En esta fotografía tomada en 1915 y coloreada digitalmen­te, una mayoría de mujeres ocupan sus puestos en la cadena de producción de detonadore­s de una empresa de armamento situada en Lyon ( Francia).
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ASC HEROÍNA ALIADA. En la foto, la soldado rumana Ecaterina Teodoroiu, antes enfermera, que luchó en el campo de batalla con el ejército de su país, uno de los pocos que daban acceso a las mujeres.
 ??  ?? EXCELENTES CONDUCTORA­S.Abajo, el grupo de mujeres que formaban el cuerpo de ambulancia­s británico posando en Londres, antes de partir hacia el Frente Oriental.
EXCELENTES CONDUCTORA­S.Abajo, el grupo de mujeres que formaban el cuerpo de ambulancia­s británico posando en Londres, antes de partir hacia el Frente Oriental.
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MANOS A LA OBRA.La necesidad de cubrir los puestos laborales que ocupaban los hombres desplazado­s al frente llevó a las mujeres a realizar tareas como la de mecánicas, en la que pronto demostraro­n ser imprescind­ibles.
 ??  ?? PIONERA OLVIDADA. La criptóloga Elizebeth S. Friedman no era matemática ni ingeniera, pero sí capaz de descifrar códigos imposibles.
PIONERA OLVIDADA. La criptóloga Elizebeth S. Friedman no era matemática ni ingeniera, pero sí capaz de descifrar códigos imposibles.
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ARTILLERÍA PESADA.Sobre estas líneas, una postal de la factoría inglesa de metalurgia Cammell Laird que muestra el momento en que las mujeres tomaron las riendas de la cadena de producción de proyectile­s, durante la I Guerra Mundial.
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MOVIMIENTO SUFRAGISTA. En la Inglaterra de principios del siglo XX, se organizaro­n para reivindica­r el derecho al sufragio femenino.

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