Combatientes famosos
Unos –Hitler, Mussolini– pasaron por la Gran Guerra sin pena ni gloria; otros –Churchill, Göring, Pétain– tuvieron en ella una destacada actuación. Todos dirigirían los destinos del mundo en la siguiente conflagración global. Sin olvidar a los intelectuales y artistas que también empuñaron las armas y, en muchos casos, dejaron testimonio del horror vivido.
Aexcepción de Stalin y Roosevelt, casi todos los grandes protagonistas de la Segunda Guerra Mundial –tanto los principales dirigentes políticos como los más emblemáticos jefes militares– se foguearon en la del 14. El futuro dictador soviético pasó la mayor parte de ella exiliado en Siberia, en la clandestinidad y sin pisar el frente, centrado en preparar con sus camaradas bolcheviques la Revolución de 1917. En cuanto al que más tarde sería el presidente de Estados Unidos más longevo en el cargo, Franklin Delano Roosevelt, se limitó en aquel trance a ejercer un cargo administrativo como secretario adjunto de la Marina desde el que se dedicó a promover la construcción de submarinos. Respecto al resto, hubo líderes que alcanzaron auténtico renombre ya en la Primera Guerra Mundial, pero no fue el caso de todos, ni mucho menos: algunos hicieron un papel tirando a discreto. Por ejemplo, el general norteamericano Dwight D. Eisenhower, luego mando militar supremo de los aliados en Europa y presidente de su país, pero o entonces solo un joven comandante, permaneneció durante toda la contienda en EE UU, alejado ado de los campos de batalla y empleado en tareas as de adiestramiento.
DOS CABOS QUE DARÍAN MUCHA GUERRA
Tampoco fue muy lucido el desempeño de quien, uien, muy poco después del final del conflicto, en 1922, 922, se convertiría en el todopoderoso caudillo fascista cista italiano, Benito Mussolini. Alistado como voluntantario en septiembre de 1915, partió a luchar contra ntra los austríacos; Italia había cambiado de bando o en el último momento, alentada por las promesas s territoriales de Francia e Inglaterra. Su paso por r las trincheras no le llevó muy lejos: solo logró llegar egar a cabo antes de que, en febrero de 1917, se hiriese riese durante unos ejercicios de lanzamiento de granaanadas y tuviera que ser evacuado, episodio con el cual concluyó su experiencia bélica. Una vez en el poder, oder, sus exégetas se encargarían de sublimar y exaltar altar la intervención del Duce en la guerra, pero, como omo puede verse, tuvo más bien poco de epopeya. Otro enorme contraste entre el protagonismo absoluto alcanzado en la Segunda Guerra Mundial y el escaso lustre en la Primera corresponde al mismísimo Führer. El 3 de agosto de 1914, al día siguiente de la declaración formal de guerra, un entusiasta Adolf Hitler se presentaba en las oficinas de reclutamiento del ejército bávaro; al ser austríaco, debería haber sido enviado a su país para que fuera movilizado allí, pero por un error burocrático fue aceptado. A finales de octubre entró en combate en Bélgica y en noviembre lo ascendieron a cabo: iba a ser su último ascenso, pues, p a juicio j de sus superiores, carecía de dotes de mando.
HITLER, REALIDAD Y FICCIÓN
Y es que, como en el caso de Mussolini, hay que separar el grano de la paja, siendo esta la leyenda épica que más tarde fabricó el Tercer Reich sobre Hitler en la Gran Guerra, y el grano, la anodina realidad.
Así, hoy se sabe que no
Hubo líderes que alcanzaron gran renombre en la I Guerra Mundial, pero otros hicieron un papel más bien discreto
pasó la contienda en las trincheras, sino como correo cuya misión consistía en llevar mensajes a pie o en bicicleta. Por sus méritos en dicho cometido, le sería otorgada la Cruz de Hierro de segunda clase.
A finales de 1916, herido en un muslo por un obús, hubo de ser evacuado a Berlín. Tras varias idas y venidas del frente a la retaguardia, en el verano de 1918 participó en la última gran ofensiva alemana y recibió la Cruz de Hierro de primera clase. Pero, frente a la –ficticia– versión oficial nazi de que la ganó por haber capturado él solo a quince soldados franceses, la justificación de la medalla estuvo en que había llevado un correo importante al cuartel general en medio de un feroz ataque enemigo; irónicamente, la recompensa fue propuesta por un teniente judío llamado Hugo Gutmann. En octubre de 1918, su unidad sufrió un ataque con gas mostaza que dejó a Hitler y a varios de sus compañeros temporalmente ciegos, razón por la que fueron definitivamente evacuados.
FUTUROS ESTADISTAS YA RELEVANTES
En cambio, otros militares y políticos esenciales en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial –y después de esta– jugaron un rol notorio en la Primera. Es el caso de Winston Churchill, el primer ministro británico que se negó a capitular ante el nazismo y forjó el pacto con Stalin y Roosevelt que lle-
varía a la victoria aliada en 1945. Al inicio de la Gran Guerra, Churchill era Primer Lord del Almirantazgo –jefe de la Marina– y, en calidad de tal, tuvo una enorme responsabilidad en el desastre de Gallípoli, la batalla librada en Turquía entre 1915 y 1916 que costó varios cientos de miles de vidas inglesas, australianas y neozelandesas. A raíz de esa crisis –que le valió un apelativo, “el carnicero de Gallípoli”, del que solo se redimiría del todo con su bravura en la siguiente guerra–, dimitió y se reincorporó al mando de tropas en primera línea del frente occidental, como comandante de fusileros escoceses, hasta que en 1917 fue nombrado ministro de Armamento, cargo desde el que sería un decidido impulsor de los carros de combate. En cuanto a Charles de Gaulle, futuro líder de la Francia Libre y presidente de la V República francesa de 1959 a 1969, en 1914 era un joven pero ya reconocido teniente, muy condecorado por su valor. Herido tres veces en combate, en 1916 fue capturado por los alemanes e internado en Baviera. En el período de entreguerras se convertiría en ayudante del prestigioso mariscal Pétain, hasta que la connivencia de este con Hitler los enfrentara a cara de perro. Asimismo, el sucesor de Roosevelt y antecesor de Eisenhower en la Casa Blanca, Harry S. Truman –el hombre que pondría un terrorífico punto final a la II Guerra Mundial con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki–, cobró cierta relevancia en aquellas fechas tempranas. Integrado en la Guardia Nacional, dirigió con eficacia y valentía una batería de artillería en Francia y llegó a alcanzar el grado de teniente coronel al final de la guerra.
Churchill pasó de “carnicero de Gallípoli” (I GM) a héroe (II GM); Pétain, de “héroe de Verdún” a villano
DE HÉROE A VILLANO
Un caso muy particular es el del mencionado Philippe Pétain. Nacido en 1856, era ya todo un veterano, curtido en mil batallas, cuando estalló la Guerra del 14, de la que fue uno de sus auténticos protagonistas. Con el grado de general, se distinguió desde el principio de la contienda por su coraje y gran carisma, tanto en Bélgica al mando de una brigada de infantería como al frente del II Ejército Francés en la victoriosa Batalla de Champaña, en septiembre de
1915. Pero su fama se debió, sobre todo, a ser el jefe de las fuerzas francesas en Verdún (1916) y artífice, por tanto, del triunfo ante Alemania en la batalla más larga –y la segunda más sangrienta, tras la del Somme– de la Primera Guerra Mundial. Promovido en el período de entreguerras a toda suerte de dignidades –mariscal de Francia en 1919, miembro de la Academia en 1929, ministro de la Guerra en 1934, primer ministro en 1940–, “el héroe de Verdún” perdería la suya al aceptar la capitulación gala ante Hitler en junio de 1940 y colaborar con el nazismo como presidente del régimen fascista de Vichy. En su caso, al contrario que en el de Churchill, su glorioso apodo anterior iba a perseguirle como una sombra acusatoria en la II Guerra Mundial.
OTROS HOMBRES DE ARMAS...
También en el bando alemán hubo quien empezó de héroe y acabó de villano. Al iniciarse la Gran Guerra, Hermann Göring era oficial de infantería y como tal participó en los primeros combates en el frente occidental, pero a las pocas semanas fue evacuado víctima de la artritis. Durante su estancia en el hospital, un piloto amigo le trasmitió su interés por la aviación. En noviembre de 1915, ya como aviador, obtuvo su primera victoria, y en mayo de 1917 fue nombrado jefe de escuadrilla. Cuando Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, resultó abatido, Göring lo relevó al mando de su unidad. Al acabar la guerra, con 22 victorias decisivas, se había convertido en uno de los ases de la aviación alemana y en todo un héroe nacional, dotado de una personalidad carismática y atractiva. Sin em- bargo, años después se afilió al nazismo y pasó a ser la mano derecha de Hitler. Como jefe de la aviación del Tercer Reich, fue responsable de innumerables crímenes en la Segunda Guerra Mundial y partícipe de la política genocida del Holocausto. Transformado por entonces en un morfinómano obeso y coleccionista de arte –robado a manos llenas a miles de judíos–, se suicidaría en Núremberg tras la guerra, poco antes de ser ejecutado. Entre los generales y estrategas de la Segunda Guerra Mundial hallamos también muchos ejem-
plos de “bautismos de fuego” en la anterior. El británico Bernard Montgomery, que alcanzaría la fama tanto por su excentricidad y sus peleas con Eisenhower como por sus éxitos militares –la evacuación masiva de Dunkerque en 1940, la victoria de El Alamein en 1942 o el desembarco aliado en Sicilia y la consiguiente invasión de Italia–, combatió en el primer conflicto armado contra los alemanes y también contra los turcos. Herido dos veces, llegó a ascender a teniente coronel.
Sus posteriores homólogos estadounidenses Douglas MacArthur (comandante en jefe de las tropas americanas en el Pacífico) y George S. Patton (teniente general al frente del III Ejército aliado) sobresalieron igualmente. MacArthur sirvió en Francia en 1917 como jefe de Estado Mayor de la 42 División de Infantería norteamericana. Fue ascendido a general de brigada y luego de división y obtuvo numerosas condecoraciones; entre ellas, dos Corazones Púrpura. Se hizo famoso por negarse a ponerse la máscara antigás hasta que todos sus hombres lo hubieran hecho. Patton inició la contienda como capitán y la concluyó como coronel, profusamente condecorado y herido. Estuvo al mando de la primera unidad americana de carros de combate y participó con ella en la Batalla de Cambrai (1917). Otro militar brillante en ambas conflagraciones fue el ruso Gueorgui Zhúkov. Nacido en 1896 en el seno de una humilde familia campesina, en la Gran Guerra fue recompensado dos veces por su valor con la Cruz de San Jorge y ascendido a oficial. Enrolado en
la causa bolchevique, combatió tanto en la guerra civil rusa como en la Segunda Guerra Mundial, en la que sus hazañas en la defensa de Moscú, el sitio de Leningrado y la Batalla de Berlín le valieron una aclamación popular que le sirvió para sobrevivir momentáneamente a las purgas de Stalin, si bien pronto sería condenado por este al ostracismo.
... Y DE LETRAS
Pero, en la hora del fuego y la consumación de Europa, no solo los militares de carrera empuñaron las armas. Muchos artistas e intelectuales –escritores, pintores, científicos, filósofos–, tanto conocidos como entonces incipientes, vivieron la guerra en primera línea, unos llevados por un acendrado patriotismo y otros por la fuerza de las circunstancias. Y buena parte de ellos se valieron más tarde de su talento para transmitirle al mundo en sus obras la atrocidad de lo vivido [ver recuadros]. Unos murieron en combate y otros sobrevivieron, pero ninguno salió indemne. Entre los caídos estuvieron el novelista francés Jules Leroux o los pintores expresionistas alemanes Franz Marc y August Macke, miembros del grupo DerBlaueReiter (El Jinete Azul) fundado por Vasili Kandinski. Otros resultarían gravemente heridos, como el pintor francés Georges Braque o el poeta y agitador vanguardista Guillaume Apollinaire, que nunca volvería a ser el mismo después de que un trozo de metralla le atravesara el casco y le perforase el cráneo. Inmigrante polaco orgulloso de su sobrevenida nacionalidad francesa, fue uno de los más encendidos defensores de la contienda, inflamado de antigermanismo, y se enfrentó por ello no solo a los boches sino también a los intelectuales pacifistas. Que los hubo, y en ambos bandos: André Gide, Albert Einstein, Bertrand Russell o George Bernard Shaw se opusieron con vehemencia a las hostilidades y fueron perseguidos o incomprendidos por ello.
Apollinaire acabó muriendo de la llamada gripe española en noviembre de 1918, solo cuatro días antes del armisticio. El mismo destino aguardaba al artista plástico austríaco Egon Schiele. Más suerte tuvieron el filósofo Ludwig Wittgenstein, compatriota suyo, condecorado por su valor, o el pintor alemán Otto Dix, si es que puede llamarse suerte a quedar marcado de por vida: Dix pasaría la suya, acabada la guerra y hasta su muerte en 1969, pintando incesantemente los horrores de aquella carnicería.
Los intelectuales pacifistas – Gide, Einstein, Russell– fueron perseguidos por oponerse a la contienda