JURAMENTO HIPOCRÁTICO: EL ALTRUISMO SANITARIO
Se calcula que unos 20.000 médicos españoles trabajaron durante la Guerra Civil. Pese a la falta de medios, las técnicas empleadas por algunos de ellos fueron pioneras a nivel mundial y lograron reducir considerablemente la mortalidad.
En 1936, España contaba con médicos bien formados, tanto a nivel científico –la educación había mejorado considerablemente en los últimos tiempos– como militar, pues la guerra de Marruecos (1911-1927) había sido un magnífico campo de pruebas. Aun así, había que suplir la falta de medios con mucho trabajo y una buena dosis de imaginación.
La sanidad militar estaba mejor estructurada en el bando nacionalista, mientras que en el republicano se había incorporado bastante personal civil con escasos conocimientos militares. Por ese motivo, y en vista de las numerosas bajas que se producían, en 1938 se creó la Escuela de Sanidad de Guerra. Pese a sus diferencias, tanto un bando como el otro demostraron sobradamen- te su capacidad. Hubo enormes avances científicos que se adaptaron con éxito a las necesidades del combate y permitieron salvar muchas vidas. Entre ellos, hay que mencionar dos logros fundamentales: la mayor rapidez en el inicio de los tratamientos quirúrgicos y la realización de transfusiones de sangre en el mismo campo de batalla.
TRANSFUSIONES EN EL FRENTE
La contienda resultó decisiva para el desarrollo de la hemoterapia. Pese a que aún era prácticamente una novedad, empezaba a imponerse la idea de que era imprescindible reponer la sangre perdida a causa de las heridas de guerra y de que, cuanto mayor fuera la hemorragia, más necesario sería dicho tratamiento. Al principio de la guerra, las transfusiones de sangre eran escasas y se realizaban de brazo a brazo entre donante y receptor. Además, hacía poco que se había inaugurado el primer servicio hospitalario de sangre de grupos compatibles, en la Cruz Roja de Madrid. Parecía claro que la forma más rápida y mejor de revertir el estado crítico de los heridos eran las transfusiones, pero las realizadas de brazo a brazo no eran factibles cuando se acumulaban demasiados pacientes. Por eso se crearon los bancos de sangre, donde esta se extraía de donantes y se guardaba, a baja temperatura, para ser posteriormente trasladada al lugar en el que fuera a utilizarse. Aquello supuso una revolución; por primera vez, era la sangre la que iría a buscar al herido y no al revés, como hasta entonces. Para aplicar este nuevo sistema, aparte de convencer a los mandos de sus enormes posibilidades, los médicos tuvieron que organizar una complicada red de laboratorios, ambulancias y neveras. En este campo, resultó pionero el doctor Frederic Duran i Jordà, que organizó el primer banco de sangre, en el Hospital de Montjuïch de Barcelona, con el fin de ayudar a los muchos heridos que se acumulaban en la ciudad. Los hombres estaban combatiendo, pero, tras un llamamiento por radio, las barcelonesas acudieron en masa. Duran inventó también un práctico sistema para trasladar la sangre al frente, lo que permitiría salvar miles de vidas. La sangre era introducida en frascos de cristal envueltos en paja para protegerlos y, utilizando camiones refrigerados de transporte de pescado, se llevaba a enclaves situados en primera línea de fuego que podían encontrarse a distancias de hasta 300 kilómetros.
En Inglaterra, Duran i Jordà modernizó los bancos de plasma que había desarrollado en España
Los ingleses se han “apropiado” de la creación del primer banco de sangre, pero esto tiene su explicación. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Duran i Jordà hubo de exiliarse en el Reino Unido, donde el Foreign Office lo contrató para crear un banco de sangre. Allí pudo modernizar el eficaz sistema que en España había tenido que desarrollar de forma rudimentaria debido a la falta de recursos.
UN “MÉDICO SIN FRONTERAS”
Sin que esto suponga restarle ningún mérito, Duran i Jordà debe compartir sus éxitos en las transfusiones móviles con otro médico, el canadiense Norman Bethune, apodado “doctor sangre”. Cercano al Partido Comunista, Bethune llegó a Madrid el 3 de noviembre de 1936 con una camioneta y material médico comprado en París. Bajo la premisa “no he venido a España a derramar sangre, sino a darla”, durante los seis meses que estuvo en nuestro país practicó más de 700 transfusiones, creó el Instituto de Transfusión Hispano-Canadiense de Madrid, donde se salvaron cientos de vidas, y organizó donaciones voluntarias que anunciaba en prensa y radio. Bethune constató que la mayoría de los heridos llegaban al hospital cuando ya era demasiado tarde, y por eso propuso poner en marcha un dispositivo “nómada” que permitiera practicar
transfusiones in situ.
Se unió a los servicios médicos de las Brigadas Internacionales y empezó a trabajar en Guadalajara,
Barcelona y Valencia. Se encontraba en esta última ciudad con su camión ambulancia cuando se enteró de la masacre de la carretera de Málaga- Almería, conocida como la Desbandá, una de las peores matanzas de civiles de todo el conflicto, ocurrida el 8 de febrero de 1937. Allí el canadiense tuvo una actuación estelar.
Tras la toma de Málaga por las tropas franquistas, más de 150.000 refugiados, sobre todo niños, mujeres y ancianos, a pie e incluso descalzos, se vieron obligados a huir hacia Almería, aún bajo control de la República. La carretera costera se convirtió en un río humano. Mientras intentaban avanzar, los refugiados fueron bombardeados por la aviación italiana desde el aire y por los acorazados franquistas desde el mar. Murieron entre 3.000 y 5.000 personas. Consciente de la gravedad de lo que estaba sucediendo, Bethune acudió en su ayuda con su unidad de transfusión. Durante tres días, él y sus ayudantes socorrieron sin descanso a los heridos y colaboraron en el traslado de víctimas hasta la capital almeriense. Bethune escribió luego un libro sobre aquella experiencia, que definió como “la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos”. “Me miraban tímidamente. No tenían fuerza para seguir, pero temían detenerse. Decían que los fascistas iban detrás de ellos. Sí, Málaga había caído. Las armas habían tronado. Las casas fueron arrasadas. La ciudad había sido golpeada duramente y toda persona capaz de andar se había echado al camino”, constató. Además, consciente de la importancia de las imágenes, incluyó en su pequeño libro 26 fotografías, las únicas que existen sobre aquel trágico suceso.
Si bien Bethune fue encumbrado en gran parte gracias a la prensa internacional, su tarea merece ser recordada y reconocida, en especial por ser un “médico sin fronteras” y un pionero de la medicina humanitaria. De España se trasladó a China, donde prestó sus servicios ante la invasión japonesa y donde moriría tras infectársele una herida que se hizo mientras operaba. “El bando equivocado ganó la guerra en España. Franco venció y una de las peores
Con tal de salvar vidas, Saxton recurrió a sangre de cadáveres aún calientes para sus transfusiones
tragedias de la Guerra Civil, la masacre de la carretera Málaga-Almería, solo ha empezado a salir a la luz en los últimos años”, afirma Roderick Stewart, autor de Phoenix: la vida de Norman Beth une .“En cambio, en China, el otro bando ganó la guerra y Bethune es un héroe. Quien gana las guerras escribe la historia”, concluye el biógrafo.
No puede hablarse de los esfuerzos por mejorar las transfusiones sin mencionar a otro voluntario extranjero, el británico Reginald Saxton, que se atrevió a experimentar con una técnica novedosa y polémica. Desde que le encargaron crear un hospital a medio camino entre Madrid y Valencia, Saxton se propuso obtener sangre de donantes en cantidad suficiente para abastecer al gran número de heridos del centro. Tal fue su obsesión que, en su desesperado intento por salvar vidas, probó con transfusiones de sangre procedente de cadáveres aún calientes, que inyectaba a los pacientes más graves. Se basaba en experimentos realizados en hospitales soviéticos, pero las dificultades técnicas y la falta de resultados y de comprensión le llevaron a abandonar.
TAMBIÉN EN LA ZONA NACIONAL
Los esfuerzos por realizar transfusiones in situ no fueron exclusivos de los médicos de la zona republicana. Entre los que operaban en el bando franquista, destaca Carlos Elósegui Sarasola, que terminaría siendo el fundador y director del Servicio de Hemoterapia del Ejército Nacional. Antes de la guerra, Elósegui Sarasola había participado en transfusiones brazo a brazo en el Hospital de la Cruz Roja de Madrid, pero fue durante el conflicto cuando, con el cargo de comandante, se encargó de poner en marcha bancos de sangre en hospitales de Burgos, San Sebastián y Córdoba. También estableció un sistema de donación que incluía a 30.000 voluntarios y en el que la sangre podía conservarse dos semanas; confeccionó una vasta red de camiones y neveras para distribuirla por
los frentes y diseñó una bomba de manejo manual para acortar el tiempo de la transfusión. Las transfusiones de sangre eran prioritarias a la hora de salvar vidas, pero no fue este el único campo al que se destinaron grandes esfuerzos. Otra investigación clave se dio en la lucha contra la gangrena, y aquí jugó un papel esencial el cirujano militar Josep Trueta i Raspall, que perfeccionó la cura oclusiva con un sistema propio.
En la contienda, Trueta encontró gran cantidad y variedad de heridas, lo que le dio la oportunidad de ampliar y confeccionar un procedimiento que pasaría a ser conocido como “método Trueta”, basado en cinco puntos: tratamiento quirúrgico inmediato, limpieza de la herida, excisión de la herida (el más importante), drenaje e inmovilización con vendaje de yeso. Si los cinco se aplicaban correctamente, la gangrena podía combatirse con éxito. Así lo prueba el hecho de que, aplicando su técnica en la retirada de las fuerzas republicanas a Francia, consiguiera que solo tres de 1.500 heridos sufrieran complicaciones.
Exitoso fue asimismo el trabajo del cirujano Mariano Gómez Ulla, con una amplia experiencia sanitaria en la guerra de Marruecos. Allí había inaugurado los famosos hospitales transportables, a lomos de mulos, que permitían asistencia inmediata en primera línea. La Guerra Civil le sorprendió en Madrid, donde operaba en el Hospital Militar de Carabanchel.
Monárquico desencantado más que republicano, trató de pasarse al lado nacional, pero fue descubierto y encarcelado, y a punto estuvo de ser fusilado. Le salvaron la intervención diplomática de la Cruz Roja, la presión internacional a su favor y la escasez de médicos en la capital. En noviembre de 1938, fue canjeado por el doctor Bago en la frontera francesa. Pero antes Gómez Ulla, que sirvió en ambos bandos, llegó a improvisar un hospital de campaña en el Hotel Ritz.
LA COLABORACIÓN FEMENINA
Pese a resultar imprescindible, la colaboración femenina en la sanidad durante la guerra ha permanecido oculta. El personal sanitario debía probar su afinidad al bando en el que se hallaba su centro de trabajo, y muchas enfermeras, matronas y practicantas siguieron realizando su labor con normalidad durante el conflicto, mientras que otras se traslada- ron a hospitales militares, en el frente o la retaguardia. Debido a la creciente falta de personal, fueron muchas las voluntarias dispuestas a colaborar como auxiliares, así que ambos bandos se dedicaron a impartir cursillos acelerados. Mercedes Sanz Bachiller tuvo un papel relevante al organizar, desde la Sección Femenina, el auxilio social y sanitario de la zona nacional. También colaboraron muchas extranjeras. En el bando republicano, Fernanda Jacobsen dirigió el primer convoy de la Unidad Escocesa de Ambulancias y Gusti Jirku recorrió varios hospitales del frente; participaron igualmente Rainiera Hidalgo y Nan Green, entre otras. En el bando nacional, destaca la aristócrata inglesa Priscilla Scott-Ellis, que ejerció de enfermera. Mujeres y hombres trabajaron para que una mejor atención sanitaria permitiera reducir la mortalidad. Y esos enormes avances médicos, desarrollados en ambas zonas, serían aplicados luego con éxito en la Segunda Guerra Mundial.
Josep Trueta i Raspall previno con éxito la gangrena gracias a un método propio