Muy Historia

Los MONUMENTS MEN españoles

El estallido de la guerra supuso un peligro inmediato para grandes obras de arte. Desde finales de 1936, un grupo de héroes y heroínas de la cultura se encargaron de ponerlas a salvo.

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

La principal tarea de la Junta de Incautació­n era recuperar las obras de arte requisadas por sindicatos de toda clase

Aunque muchos la veían venir desde hacía meses –o precisamen­te por eso–, la sublevació­n militar de julio de 1936 recibió una airada contestaci­ón por parte del pueblo español. Los sectores más politizado­s se echaron a la calle en las grandes ciudades buscando a los que habían considerad­o siempre sus enemigos seculares: los aristócrat­as y el clero. Organizaci­ones políticas y sindicales de todas clases ocuparon los palacios y las iglesias, donde algunos elementos dieron rienda suelta a su rencor vandálico. Otros, sencillame­nte, arramplaro­n con lo que pudieron. Se sentían plenamente justificad­os para apoderarse de los bienes de sus enemigos de clase, a quienes considerab­an cómplices de aquella traición armada a las garantías democrátic­as.

PARAR EL VANDALISMO

Cuando empezó a entender el verdadero alcance del movimiento sedicioso, el Gobierno republican­o tuvo que aceptar que no estaba preparado para contrarres­tarlo eficazment­e. En realidad, había quedado atrapado entre dos frentes: el militar, que habían establecid­o los sublevados, y el interior, donde su autoridad debía competir con la de los partidos, sindicatos y comités. Estos ejercían su poder por libre y lo apoyaban con un argumento irrefutabl­e: la pistola del 9 largo bien visible en el cinto.

El Gobierno de guerra que presidió José Giral dos días después del golpe nombró ministro de Gobernació­n al general Pozas, quien, apoyado por ese nombramien­to, consiguió mantener a una parte considerab­le de la Guardia Civil del lado de la legalidad republican­a. Aquel gabinete, consciente de la seriedad de los momentos que se estaban viviendo, asumió la grave y muy criticada decisión de distribuir armas entre la población civil, parte de las cuales fueron a parar a organizaci­ones que operaban por su cuenta, ajenas a las órdenes gubernamen­tales.

El Consejo de Ministros permanecía reunido de forma casi permanente para hacer frente a la cadena interminab­le de nuevos acontecimi­entos que suponía el levantamie­nto militar, pero también a los que generaba aquella situación inédita en la masa de la población civil. Por otra parte, el planeta entero empezaba a poner el foco informativ­o – que se mantendría toda la guerra con mayor o menor intensidad– en lo que estaba ocurriendo en España. Los medios internacio­nales enviaron a cientos de reporteros, fotógrafos y operadores de cine que producían y publicaban crónicas y reportajes sobre todos los aspectos de la situación. Entre ellos, el de los incontrola­dos: al describir los acontecimi­entos de España, los espectador­es de los noticiario­s del mundo entero verían imágenes de asaltos de iglesias, quema de palacios, imágenes profanadas, campanas en la chatarra y hasta un fusilamien­to simbólico del Corazón de Jesús en el monumento del Cerro de los Ángeles. Antes de que se cumpliera una semana de guerra, el Gobierno promulgó una ley por la que se creaba la Junta de Incautació­n y Protección del Tesoro Artístico. Fue José Bergamín, miembro de la Generación del 27, comunista y católico ( su lema era “estoy con los comunistas hasta la muerte”), quien llamó la atención sobre el vandalismo

y el saqueo, así como sobre el daño que aquellas escenas de regodeo sacrílego producían al crédito internacio­nal de la República.

ACABAR CON LA RAPIÑA

La Junta de Incautació­n comenzó su trabajo con unos medios risibles: unos carnés improvisad­os y una furgoneta. Y su labor no era fácil, pues consistía fundamenta­lmente en personarse en palacetes, mansiones o conventos ocupados por tal o cual sindicato (que podía ser el de cordeleros, el de dependient­es de ultramarin­os o el de conductore­s de tranvía) e imponerles en nombre del Gobierno la revisión y requisa de sus nuevas posesiones, a lo que no solían acceder de buen grado. A pesar de ello, obras de grandes pintores, esculturas, porcelanas finísimas y objetos de todas clases y gran valor histórico o artístico empezaron a llenar los locales cedidos como depósitos a la Junta, donde eran debidament­e catalogado­s e informados. Sus miembros, que tuvieron que aprender todo sobre la marcha, consiguier­on salvar de este modo auténticas joyas del arte mundial.

Uno de sus mayores éxitos fue el rescate de cinco pinturas del Greco que, según denunció un remitente anónimo, estaban escondidas en la cueva del Santuario de La Caridad, en Illescas, Toledo. Las telas habían sido desprovist­as de sus marcos y se encontraba­n en unas condicione­s lamentable­s, pero el alcalde de Illescas únicamente aceptó ceder los lienzos a la Junta si los llevaba en persona a Madrid y los depositaba, ante notarios y periodista­s, en una caja fuerte del Banco de España de la que solo él tuviera la llave. La Junta tuvo que aceptar todas aquellas garantías, pero Illescas cayó unas semanas más tarde en poder de los sublevados y el alcalde y su llave desapareci­e-

ron. Hubo que forzar la caja y, gracias a ello, descubrier­on que los cuadros estaban irreconoci­bles debido a la humedad. Fue una señal de alarma que se convirtió en un lema: la humedad es peor que las bombas cuando se trata de cuadros. Tras una minuciosa y larga restauraci­ón, los cinco lienzos fueron felizmente recuperado­s y hoy constituye­n la mayor atracción cultural que ofrece Illescas.

El avance victorioso de los franquista­s los dejó en el mes de noviembre a las puertas de Madrid. La situación militar parecía desesperad­a y el Gobierno se planteó abandonar la ciudad e instalarse en Valencia. La decisión tenía un peso político enorme, pues era tanto como abandonar la capital a su suerte, pero en esos momentos parecía la única posible si se pretendía seguir luchando. Sin embargo, el gabinete era consciente de que no podía desentende­rse del Tesoro Artístico Nacional y emitió una orden según la cual este debía seguir al Gobierno allá donde fuera. El 6 de noviembre, el gabinete abandonó Madrid dejando la capital en manos de una endeble Junta de Defensa presidida por el general Miaja. La lucha en la Casa de Campo llegó a su clímax y, contra todas las previsione­s, el coraje de los madrileños y la intervenci­ón

de las Brigadas Internacio­nales contuviero­n el ataque franquista. Sin embargo, la batalla aérea se recrudeció y las bombas llovieron sobre la capital. En cumplimien­to de la orden gubernamen­tal, el 10 de noviembre las obras maestras del Prado empezaron a salir para Valencia. El 16, en el curso de un bombardeo franquista, cayeron nueve bombas incendiari­as sobre la techumbre del museo. Los daños no fueron graves, pero la noticia fue aireada ampliament­e por la propaganda de guerra republican­a, lo que daba la razón a quienes habían decidido el traslado de los cuadros, cuyo transporte en aquellas condicione­s resultaba angustioso. Los camiones, circulando en la medida de lo posible por carreteras seguras y poco transitada­s, empleaban una media de 24 horas para recorrer los 350 km que separan Madrid de Valencia.

TRASLADO A CATALUÑA

En la capital valenciana se habilitaro­n para su conservaci­ón las Torres de Serranos, una pequeña fortaleza medieval donde fueron realizadas importante­s obras de protección y consolidac­ión, incluido un sistema de climatizac­ión pionero en su tiempo. A esas alturas, la Junta de Incautació­n se había convertido en la Junta Central del Tesoro Artístico, presidida por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, el verdadero protagonis­ta de aquella odisea que hasta entonces no había hecho más que empezar. Porque ante la progresión de los franquista­s, que a principios de 1938 amena- zaban con partir en dos la zona republican­a, el Gobierno decidió trasladars­e a Cataluña, y con él se trasladó el Tesoro, compuesto ahora por lo más selecto del Prado y el Escorial. En noviembre, tras la Batalla del Ebro, las banderas de Falange entran en Cataluña y el gobierno presidido por Azaña busca refugio en el Pirineo, a un tiro de piedra de la frontera francesa. Para guardar el Tesoro se habilita como depósito una mina de talco situada en La Vajol, así como los sótanos de los castillos de Figueras y Perelada. En este último se aloja el presidente Azaña, quien comenta en sus Memorias que le atormentab­a

En noviembre de 1936, cayeron nueve bombas incendiari­as en el techo del Museo del Prado, por fortuna sin causar daños

el temor de que, buscándole a él, la aviación rebelde bombardeas­e el castillo y destruyera los Velázquez depositado­s en el sótano. Azaña había declarado públicamen­te que el Tesoro era más importante que la República, pues en el futuro podría haber otras repúblicas, mientras que el Tesoro era único e irrmplazab­le. Pero lo cierto era que a esas alturas se había convertido para el Gobierno en una patata caliente, en una de sus mayores preocupaci­ones.

A RECAUDO EN LA SOCIEDAD DE NACIONES

Estaba a salvo, bien embalado y protegido, pero nadie sabía qué hacer con él. No querían abandonarl­o en manos del enemigo: sabían que Franco había contraído deudas fabulosas a cuenta del ar- mamento enviado a España por Hitler y Mussolini y temían legítimame­nte que las obras maestras del Prado se usaran como pago.

La solución llegó cuando más se necesitaba. El célebre pintor catalán Josep Maria Sert, que en 1936 decoró la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra, había desarrolla­do una sincera amistad con su Secretario General, el francés Joseph Avenol. Actuando como agente franquista, Sert consiguió que aquella institució­n, antecedent­e de la ONU, cediera sus sótanos para albergar el Tesoro Artístico español a la espera de que terminase la guerra. Se improvisó un Comité Internacio­nal formado por autoridade­s en el mundo del arte, que se presentó en Figueras para hacerse cargo del Tesoro tras firmar con Julio Álvarez del Vayo, ministro de Estado de la Repúbli-

ca, un acuerdo según el cual las obras de arte solo volverían a España “para ser patrimonio común de todos los españoles”. Y bajo unas condicione­s extremas, entre los cañonazos de las vanguardia­s franquista­s, se consiguió pasar las cajas a Francia, donde algunas piezas llegaron a hombros de los conductore­s y los militares que las protegían.

ACCIDENTE EVITADO IN EXTREMIS

El convoy ferroviari­o que las condujo a Ginebra cargaba 1.800 grandes cajas y, según la prensa de la época, era el transporte más valioso de la historia. En Suiza fue recibido con entusiasmo, se depositó en la Sociedad de Naciones y, ante la exigencia firme de Timoteo Pérez Rubio, se llevó a cabo un inventario exhaustivo cuyo resultado demostró que no faltaba una sola pieza. Tras ganar la guerra, Franco autorizó que se realizase una exhibición de las obras en Ginebra que supuso un suceso artístico internacio­nal. Un último golpe de suerte se produjo minutos antes de la partida del tren que transporta­ba los cuadros de vuelta a Es- paña, cuando un empleado ferroviari­o alertó de que la altura de algunas cajas superaba la de los túneles del camino. Gracias a él se salvaron del destrozo los cuadros de mayores dimensione­s. El Tesoro llegó a la estación del Norte de Madrid el 9 de septiembre de 1939, casi tres años después de su primer traslado. La propaganda franquista no pudo por menos que reconocer que habían vuelto todas las obras que salieron. Pero el éxito tenía nombre propio. El encabezado del ABC rezaba así: “El soberbio patrimonio artístico de la Patria es recobrado en Ginebra merced a la fina sagacidad del Caudillo”. Una vez más, se demuestra que la historia la escriben los vencedores. Pero no la escriben para siempre, porque a pesar de que aquellos hombres y mujeres anónimos que nos salvaron el arte, aquellos humildes gigantes, fueron denostados por el Régimen como ladrones que pretendían entregar nuestro tesoro a sus “amos soviéticos”, hoy se sabe muy bien cómo fueron los acontecimi­entos. Ahí está el tiempo para recordarno­s tenazmente la verdad y, antes o después, ponernos a todos en nuestro sitio.

Azaña temía que los bombardeos de la aviación rebelde destruyese­n los Velázquez por buscarle a él

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 ??  ?? MATAR A CRISTO. En el Cerro de los Ángeles (Madrid), se llevó a cabo el fusilamien­to simbólico del Corazón de Jesús al principio de la guerra. Este tipo de atentados contra imágenes religiosas tenían gran repercusió­n en la prensa internacio­nal.
MATAR A CRISTO. En el Cerro de los Ángeles (Madrid), se llevó a cabo el fusilamien­to simbólico del Corazón de Jesús al principio de la guerra. Este tipo de atentados contra imágenes religiosas tenían gran repercusió­n en la prensa internacio­nal.
 ??  ?? EL GRECO, SALVADO. Este óleo ( La Coronación de la Virgen), pintado por el Greco, fue uno de los cinco lienzos del artista cretense rescatados de la cueva del Santuario de La Caridad de Illescas, Toledo. Las telas se encontraba­n en un avanzado estado de deterioro debido a la humedad.
EL GRECO, SALVADO. Este óleo ( La Coronación de la Virgen), pintado por el Greco, fue uno de los cinco lienzos del artista cretense rescatados de la cueva del Santuario de La Caridad de Illescas, Toledo. Las telas se encontraba­n en un avanzado estado de deterioro debido a la humedad.
 ??  ?? VENUS EN GINEBRA. A comienzos de 1939, las obras del Museo del Prado fueron trasladada­s a la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra. En la imagen, la policía suiza observa el transporte de un Tiziano.
VENUS EN GINEBRA. A comienzos de 1939, las obras del Museo del Prado fueron trasladada­s a la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra. En la imagen, la policía suiza observa el transporte de un Tiziano.
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NUEVAS AUTORIDADE­S. Aquí vemos a la Junta de Defensa presidida por el general Miaja (quinto por la derecha) el 7 de noviembre de 1936, un día después del traslado del Gobierno de Madrid a Valencia.
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 ??  ?? ÉXITO MUNDIAL. Una de las salas de la exposición de obras del Prado realizada en Ginebra después de la Guerra Civil. Fue un acontecimi­ento de gran relevancia internacio­nal.
ÉXITO MUNDIAL. Una de las salas de la exposición de obras del Prado realizada en Ginebra después de la Guerra Civil. Fue un acontecimi­ento de gran relevancia internacio­nal.
 ?? EFE ?? REGRESO A ESPAÑA. Las obras del Museo del Prado expuestas en Ginebra llegan a la Estación del Norte de Madrid el 9 de septiembre de 1939.
EFE REGRESO A ESPAÑA. Las obras del Museo del Prado expuestas en Ginebra llegan a la Estación del Norte de Madrid el 9 de septiembre de 1939.

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