Denunciar el HORROR
Las atrocidades cometidas por ambos bandos fueron sacadas a la luz por voces como las de Bernanos, Weil, Hemingway, Orwell o Saint-Exupéry, entre otros artistas, reporteros y escritores que vivieron en primera línea un conflicto que atrajo la atención del mundo entero.
Decía Cicerón que “cuando los tambores hablan, las leyes callan”. Y ese silencio es el que ha permitido masacres y brutalidades en la mayoría de las contiendas bélicas a lo largo de siglos de historia. La Guerra Civil española no fue una excepción. Sin embargo, hubo quienes se atrevieron a denunciar el horror de lo que estaba aconteciendo a todo aquel que estuviera dispuesto a escuchar. Incluso cuando las atrocidades se daban en el bando al que apoyaban. Artistas de distintas disciplinas e ideologías, escritores y periodistas fueron las voces principales de esas críticas que llegaron en forma de pinturas, poemas, crónicas y fotografías. Algunos de ellos no consiguieron el eco deseado, pero otros dieron la vuelta al mundo logrando que lo que ocurría despertara conciencias dentro y fuera de nuestras fronteras.
Hacía tiempo que el arte se había convertido en un combatiente más, pero fue con el conflicto armado que tuvo lugar en España entre 1936 y 1939 cuando se usó más que nunca para informar. Al estallar la guerra, muchos artistas españoles se encontraban viviendo en la capital francesa, disfrutando de los años de esplendor del Barrio Latino. Por eso, cuando se organizó la Exposición Inter- nacional de París, inaugurada un año después del inicio de la Guerra Civil, en 1937, el evento se convirtió en una especie de lienzo en el que los artistas esbozaron sus impresiones sobre el conflicto, un escenario que utilizaron para sacar a la luz lo que estaba aconteciendo a solo unos cientos de kilómetros de donde se hallaban.
TODO UN SÍMBOLO ANTIBÉLICO
El Guernica de Picasso pudo verse por primera vez allí, en la entrada del pabellón español. El Gobierno de la República había encargado al malagueño un gran cuadro para la Exposición Internacional, y cuando comenzó el trabajo en mayo de 1937 hacía pocos días que había tenido lugar el bombardeo con el que la Legión Cóndor alemana devastó la localidad de Guernica. Las imágenes que publicaron los periódicos del ataque indiscriminado contra la población civil impactaron de tal forma al pintor que decidió que su obra sería un grito desgarrado contra las guerras, y el terror y la barbarie que traen consigo. Años después, a finales de la Segunda Guerra Mundial, Picasso dijo en una entrevista, cuando le preguntaron por el Guernica: “¿ Qué cree usted que es un artista? ¿ Un imbécil que solo tiene
ojos si es pintor, oídos si es músico o una lira que ocupa todo su corazón si es poeta? Bien al contrario, es un ser político, constantemente consciente de los acontecimientos estremecedores, airados o afortunados, a los que responde de todas las maneras. No, la pintura no se hace para decorar pisos”.
LA MUERTE DE GARCÍA LORCA
Opinaba lo mismo su colega y amigo Joan Miró: creó para la misma exposición Campesino catalán en rebeldía, también conocida como El segador, que se expuso en la segunda planta del pabellón. La obra era un mural de más de cinco metros de altura que pintó sobre unos paneles que formaban parte de la propia estructura del edificio. Fue el primer mural de tales dimensiones que hizo Miró, y con él quiso mostrar su repulsa a la opresión de la guerra. “El campesino catalán es símbolo de la fuerza, la independencia, la resistencia.
La hoz no es un símbolo comunista. Es el símbolo del segador, su herramienta de trabajo y, cuando ve amenazada su libertad, su arma”, dijo. Sin embargo, su obra pasó casi inadvertida, entre otras razones porque se perdió: al terminar la Exposición de París, el mural fue desmontado junto con el resto del pabellón. Se cree que fue transportado a Valencia, entonces capital de la República, pero allí se le perdió la pista. Estos cuadros, o las esculturas que los acompañaban – como las de Alexander Calder o Alberto Sánchez–, no fueron las únicas muestras artísticas contra la guerra. También se reservó un espacio para homenajear al poeta y dramaturgo Federico García Lorca, asesinado en agosto de 1936. Su detención y posterior desaparición tuvieron un fuerte impacto en la opinión pública internacional. Un ejemplo de ese eco mundial fue la iniciativa, en octubre del 36, del escritor británico H. G. Wells, a la sazón presidente del PEN Club de Londres, que pidió explicaciones ( sin éxito) al Gobierno militar sobre el paradero de Lorca. También Antonio Machado quiso dejar constancia públicamente de su re- pulsa por el asesinato del poeta con la elegía El crimen fue en Granada, en la que denuncia sin ambages la ejecución de su amigo y colega de letras por un “pelotón de verdugos” .
CUESTIONANDO AL PROPIO BANDO
Las voces contra estos crímenes se alzaban la mayoría de las veces desde el bando contrario. Sin embargo, también hubo personajes destacados que se atrevieron a clamar heroicamente contra la barbarie que veían en el bando al que, al menos inicialmente, apoyaban. Fue el caso del escritor francés Georges Bernanos, que residía en Palma de Mallorca cuando estalló la Guerra Civil. Políticamente conservador y católico militante, simpatizó al principio con la sublevación, y así lo expresó en un artículo publicado el 19 de julio. Además de la afinidad ideológica, tenía motivos familiares para apoyar a los nacionales: su hijo Yves se había afiliado a Falange. Sin embargo, los horrores que presenció en la isla, llevados a cabo por las nuevas autoridades
El escritor británico H.G. Wells, presidente del PEN Club de Londres, pidió explicaciones al Gobierno militar sobre el paradero de Lorca
locales con la connivencia de miembros de la Iglesia, le llevaron a dar un giro radical. Así, empezó a alzar la voz en una serie de impresionantes artículos publicados por el semanario Sept que fueron el germen de su libro Los grandes cementerios bajo la luna, editado por primera vez en París en 1938, aunque en España no vio la luz hasta 1986. Causó una verdadera conmoción por su denuncia de Franco y de la Iglesia con textos como el siguiente: “Los cementerios acabarían por hablar, a falta de que yo o cualquier otro lo hiciéramos (...). En Bellver se mata en nombre de Cristo, y es contra esta profanación que yo, cristiano, me insurjo”. En el libro alude a lo que califica de “régimen de terror”, explicando que llama así “a cualquier régimen en el que la vida o la muerte de los ciudadanos, carentes de la protección de las leyes, se hallan al arbitrio de la policía del Estado. Llamo régimen de terror al régimen de los sospechosos (...), un régimen que extermina en forma preventiva a los individuos peligrosos, es decir, sospechosos de que puedan llegar a serlo”.
En el lado opuesto se encontraba su amiga y compatriota Simone Weil, filósofa, escritora y pacifista que se enroló en la Columna Durruti, desde la que denunció que tampoco su bando estaba libre de pecado. Precisamente, en una carta a Bernanos escribe acerca de asesinatos de sacerdotes, expediciones punitivas y fusilamientos que no acepta. Además, en su Diario de España, se lamenta por considerarse partícipe de la barbarie. “Me tumbo sobre la espalda, miro las hojas, el cielo azul. Un día muy bello. Si me cogen, me matarán... pero es merecido. Los nuestros han derramado mucha sangre. Soy moralmente cómplice”, dice en estos escritos que se publicarían décadas después de su fallecimiento.
ESPAÑA, TRAGEDIA UNIVERSAL
Dicen que, hasta la Guerra Civil española, no existió un conflicto que interesara tanto a escritores de distintas partes del mundo. Sobre la contienda que tuvo lugar entre 1936 y 1939 en nuestro país se han escrito alrededor de 1.600 novelas en muchas lenguas. Algunos de sus autores vinieron a ver en directo lo que estaba sucediendo y, aunque su idea era únicamente vivir la experiencia de estar en primera línea de batalla, acabaron también denunciándolo. Uno de ellos fue el británico George Orwell, muy crítico con ambos bandos.
Alistado en las filas del Partido Obrero de Unificación Marxista ( POUM) de Cataluña, ya había rechazado hacía tiempo el imperialismo
La diatriba del escritor católico y conservador Georges Bernanos contra Franco y la Iglesia no vio la luz en España hasta 1986
occidental y los fascismos, pero en Homenaje a Cataluña repudia también la ceguera de quienes disculparon al comunismo estalinista a pesar de sus crímenes y manipulaciones de la realidad. Su editor habitual, Victor Gollancz, no quiso editar el texto por miedo a ser perseguido por los comunistas, además de por creer que todo debía sacrificarse para preservar un frente común contra el ascenso del fascismo. Obtuvo una respuesta parecida de Kingsley Martin, editor del semanario New Statesman & Nation, que rechazó asimismo siquiera reseñar el libro en ciernes.
EL SINSENTIDO DE LA GUERRA
El mismo Orwell admitió que quizá tenían razón los que afirmaban que no se debía contar el papel que estaba desempeñando en el conflicto el Partido Comunista, porque hacerlo predispondría a la opinión pública en favor de Franco. Aun así, Homenaje a Cataluña se publicó en 1938, aunque solo tuvo una tirada de 1.500 ejemplares. Sus ventas fueron tan escasas que, cuando fue reeditado 13 años después, la primera edición aún no estaba agotada. También Antoine de Saint- Exupéry, autor del célebre El Principito, hablaría del sinsentido de una guerra entre hermanos. Lo haría después de regresar de España, adonde viajó en pleno conflicto como enviado especial, en la serie de artículos que publicó en el diario Paris-Soir. En
uno de ellos escribe acerca de los días que pasó en Madrid, donde presenció la crueldad de los bombardeos. “He visto a las amas de casa destripadas, he visto a los niños desfigurados, he visto a esa vieja vendedora ambulante limpiar con una bayeta los restos de cerebro que habían salpicado sus tesoros... (...). Pesa mucho un niño muerto cuando es tuyo. Un bombardeo me parece que no dispersa nada: unifica. El horror hace apretar los puños, y todos nos reunimos bajo el mismo horror”. Antes, publicó en el diario L’Intransigeant que “en la Guerra Civil la frontera es invisible y pasa por el corazón del hombre”, asegurando que se fusilaba más de lo que se combatía.
En la misma época se encontraba también en la capital John Dos Passos, autor de Manhattan Transfer, quien escribiría: “Ya casi nadie pasa por la Gran Vía sin acelerar el paso un poco, ya que es la calle donde caen más proyectiles, pero nadie corre tanto como para no detenerse y echar una mirada al alto edificio de tipo neoyorquino de la Telefónica, para ver si tiene nuevos agujeros de metralla. Resulta gracioso cómo el edificio menos español de Madrid, la torre barroca de la International TT de Wall Street, el símbolo del poder colonizador del dólar, se ha convertido en la mente de los madrileños en el símbolo de la defensa de la ciudad”.
CRÓNICAS DE LA CONTIENDA
Tal como John Dos Passos relataba en forma de crónica para la revista Esquire su día a día en el Madrid de la Guerra Civil, otros corresponsales y fotógrafos desvelaron para sus periódicos algunos de los sucesos que más les impactaron. Fue así como la masacre de Badajoz o el bombardeo de Guernica ocuparon las páginas de medios franceses, británicos y estadounidenses. Jay Allen contó en el Chicago Tribune cómo 4.000 personas en la capital pacense habían si-
Las imágenes de Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour, Díaz Casariego o los hermanos Mayo mostraron la cruda realidad de la guerra sin artificios
do asesinadas el 30 de agosto de 1936, mientras que G. L. Steer, que cubría el bloqueo del puerto de Bilbao cuando se produjo el bombardeo de Guernica, relató lo que vio en la población vizcaína. “Guernica, la población más antigua de los vascos y el centro de su tradición cultural, ha sido completamente arrasada”, dijo el corresponsal del inglés The Times y del estadounidense The New York Times, añadiendo que había sido una masacre en la que se había acabado con la vida de 1.650 personas y herido a más de 900.
NEGATIVOS DEL SUFRIMIENTO
También las imágenes de Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour, los hermanos Mayo o Díaz Casariego mostraron la cruda realidad de la guerra sin artificios. Una de las fotografías más famosas es Muertede un miliciano, en la que Capa plasma el momento en que un soldado republicano cae abatido de un tiro en la cabeza. Fue publicada por primera vez en septiembre de 1936 por la revista francesa Vu, y un año después era la revista Life la que hacía que la imagen diera la vuelta al mundo. Antes ya había publicado otra instantánea, al igual que periódicos franceses y suizos, que también había sido tomada por el fotógrafo húngaro y que acabaría convirtiéndose en todo un símbolo de la Guerra Civil: la fachada, agujereada por los bombardeos, de una casa del barrio madrileño de Entrevías. Delante de ella aparecen tres niños sentados, ajenos a lo que está ocurriendo. Y una mujer sonríe al mirarlos, abstrayéndose del horror que la rodea.