LA BATALLA DE MADRID
El parón que supuso la liberación del Alcázar en la ofensiva sobre la capital dio tiempo al Gobierno de la República a sofocar el caos inicial del proceso revolucionario y preparar la defensa de la ciudad. Al fin, el 8 de noviembre se inició el ataque reb
Emilio Mola, llamado “el Director” por los insurrectos por ser el cerebro que estaba detrás del golpe de Estado, lo había dejado claro: “El poder hay que conquistarlo en Madrid y la acción debe ser implacable y violenta”. Por eso, el mismo 18 de julio de 1936, mientras el alzamiento se extendía como un reguero de pólvora por la Península y los rebeldes se afanaban en dirigir sus tropas lo más rápidamente posible hacia la capital, miles de ciudadanos madrileños exigieron en las calles que el Gobierno les entregara armas. Tal demanda fue rechazada por el presidente Casares Quiroga, que dimitió esa madrugada y fue sustituido el 19 de julio por el moderado y masón Martínez Barrio. Pero los esfuerzos de este por detener la iniciada contienda cayeron en saco roto, como se relata en el primer artículo de este número, y el día 20 dimitió a su vez del cargo.
Fue entonces cuando Manuel Azaña, presidente de la República, nombró jefe de Gobierno a José Giral, quien, con el apoyo del PSOE, el PCE y la CNT, ordenó la ansiada entrega de armas a los militantes de partidos políticos y asociaciones sindicales y obreras. Y así se desató el proceso revolucionario que los golpistas habían usado de excusa para su acción y que ahora, irónicamente, contribuían a precipitar.
REVOLUCIÓN, CAOS Y PRIMEROS COMBATES
De este modo, en las semanas siguientes el caos y una indudable euforia se apoderaron de Madrid, euforia que no era sino pánico para otros: comenzaron las incautaciones de edificios, los registros de domicilios y los paseos, eufemismo que escondía el asesinato impune e incontrolado tanto de facciosos como de simples religiosos, conservadores y supuestos desafectos a la República. En las calles, el ambiente era de revuelta radical y, mientras los anarquistas y miles de trabajadores llamaban a la lucha armada, los medios de producción y el poder político pasaron, de facto, a manos de las organizaciones obreras.
Pero antes, en la misma mañana del 19 de julio, el general rebelde Joaquín Fanjul logró entrar con sus tropas en el Cuartel de la Montaña, por la zona de Príncipe Pío. Los republicanos situaron dos cañones en la calle de Ferraz y la Gran Vía y cientos de soldados y milicianos contraatacaron el 20 de julio. Así, la primera escaramuza de la Guerra Civil en suelo capitalino fue abortada, lo mismo que otros asaltos franquistas a otros cuarteles madrileños durante esos días, lo cual liquidó por el momento la intentona golpista en la ciudad.
BOMBAS REBELDES, DISCIPLINA “ROJA”
Paralelamente, grupos armados se dirigieron a los límites de la provincia para frenar el avance que llegaba del norte. Unas milicias se plantaron en Somosierra y otras en Lozoya, La Granja, Guadarrama, Buitrago... Los choques más encarnizados fueron los del Puerto de los Leones, con nidos de ametralladoras y artillería pesada. El 25 de julio, el frente quedó establecido a la altura de Buitrago. Pero, a pesar del estancamiento de la lucha cuerpo a cuerpo – al que contribuyó no poco, como se ha dicho en la primera parte de este Dossier, la distracción de fuerzas que supuso el asedio y liberación del Alcázar de Toledo–, los madrile- ños no se libraron en el otoño del 36 del horror de la contienda, que les sería administrado desde el aire. La primera incursión aérea de los rebeldes en Madrid se produjo ya en agosto, pero fue el 30 de octubre cuando la población civil empezó a experimentar en toda su crudeza el terror de los bombardeos masivos: ese día, un proyectil mató a sesenta escolares en Getafe y varias bombas fueron lanzadas sobre una cola de gente que aguardaba para hacer la compra, causando muchas víctimas mortales. Entretanto, las cosas habían cambiado en el seno de las fuerzas republicanas. Comprendiendo que el ir por libre de los milicianos durante las primeras semanas de contienda solo podía conducir al desastre y la derrota, se crearon brigadas regulares como la de Juan Guilloto, alias “Modesto”, militante del PCE y al tiempo avezado militar, o el legendario Quinto Regimiento. De este modo, se logró vertebrar un ejército disciplinado y bien instruido, capaz de plantar cara a las sólidas fuerzas rebeldes que, concluido el episodio toledano, ya se aproximaban a Madrid.
En esas, el 4 de noviembre se anunció la formación del nuevo Gobierno presidido por Largo Caballero, en el que predominaban los socialistas ( seis), los anarquistas ( cuatro) y los repu-
Grupos armados se dirigieron Somosierra, Lozoya, La Granja o Buitrago para frenar el avance franquista
blicanos de izquierda ( tres). Los comunistas, pese a contar con solo dos ministerios, iban a cobrar enseguida un notable peso: en aquellas horas dramáticas, el presidente decidió apoyarse en ellos por su respeto a la jerarquía. Además, la imprescindible ayuda militar de la Unión Soviética, que se había saltado a la torera el pacto de no intervención para vender armas a la República, era otra inestimable ventaja que proporcionaba el PCE. Colateralmente, los comunistas –ayudados por comisarios políticos como Mijaíl Koltsov– pusieron en marcha una eficaz campaña de propaganda que infundió moral a los sufridos madrileños de cara a la batalla que se avecinaba.
ENEMIGO A LAS PUERTAS
Una de las grandes novedades del gabinete de Largo Caballero fue que la cartera de Sanidad y Asistencia Social recayó en la anarquista Federica Montseny, que se convirtió así en la primera mujer ministra de la historia de España. Pero iba a tener una efímera estancia en Madrid: la llegada de las tropas franquistas hasta las mismas afueras provocó la decisión de que el Gobierno abandonara la capital el 6 de noviembre en dirección a Valencia, y se encomendó al general Miaja la creación de una Junta de Defensa que coordinara la protección de la ciudad. En semejante situación, Miaja tomó las riendas de inmediato y, el 7 de noviembre, se puso en contacto con el teniente coronel Vicente Rojo, que horas antes había sido nombrado por el Gobierno jefe de Estado Mayor de la Defensa de Madrid. Los efectivos republicanos ante el inminente ataque consistían en unos 23.000 soldados repartidos entre la ciudad y sus alrededores, efectivos que contaban a su vez con una treintena de carros de combate rusos T- 26 y T- 95 – a los que se sumaban algunos viejos tanques de la Primera Guerra Mundial–, unos ochenta cañones y, para su desgracia, muy escasa munición.
Por el contrario, el enemigo que ya asomaba a las puertas, al mando del general Enrique Varela, disponía de 30.000 hombres muy bien preparados ( entre los que había un amplio contingente de marroquíes y legionarios), veintiséis baterías de cuatro cañones cada una, carros de combate modernos y ligeros, gran cantidad de munición y, por si todo esto fuera poco, el apoyo aéreo de aparatos italianos y alemanes. La cosa, en efecto, pintaba mal para la República y, así, los periodistas extranjeros alojados en los hoteles Florida y Gran Vía para cubrir los acontecimientos se apresuraron a anunciar en sus periódicos que la
El Gobierno abandonó Madrid el 6 de noviembre y el general Miaja fue puesto al frente de la Junta de Defensa de la ciudad
caída de Madrid parecía inminente. El corresponsal del NewsChronicle, por ejemplo, describió el ambiente entre expectante y derrotista que se vivía en la capital aquel 7 de noviembre: “Titulares enormes en los periódicos de la tarde rezan: ‘La hora decisiva para Madrid ha llegado’.” Pero, contra todo pronóstico, se equivocaron: la disparidad de fuerzas no iba a ser suficiente para conquistar a la primera una ciudad cuyos habitantes estaban dispuestos a defenderse con uñas y dientes.
8 DE NOVIEMBRE: EMPIEZA LA BATALLA
Una provechosa casualidad, además, reforzó la resistencia republicana. En vísperas de la batalla, una patrulla de milicianos se apoderó de un carro de combate franquista dentro del cual se encontró un documento que desvelaba el plan de ataque de Varela. Fue todo un golpe de suerte que permitió a Rojo preparar con antelación y conocimiento de causa la defensa de Madrid: por ese papel, supo que los rebeldes tenían pensado dar comienzo a la ofensiva a las seis de la mañana del 8 de noviembre. La fuerza principal atravesaría la Casa de Campo para avanzar por la calle Princesa hacia la cárcel Modelo y el Cuartel de la Montaña. Otra columna tomaría el cerro Garabitas y, simultáneamente, otras dos realizarían una maniobra de distracción atacando Carabanchel y el puente de Toledo.
Así las cosas, Miaja y su Estado Mayor decidieron enviar el grueso de sus tropas a la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para tratar de frenar el ataque principal previsto por los facciosos. La defensa republicana debía estar preparada antes de que dieran las seis, y así fue. A la hora
señalada, comenzó el temido avance de las tropas franquistas siguiendo el curso planificado. Hacia el mediodía, las Brigadas Internacionales cruzaron desfilando la Gran Vía y continuaron su marcha hasta la parte posterior del Campo del Moro, a orillas del río Manzanares, donde ocuparon sus puestos en primera línea.
El Batallón Dabrowski, integrado por voluntarios polacos, se situó en la zona de Villaverde junto con el Quinto Regimiento, al mando de Enrique Líster; otros batallones se repartieron por toda la Casa de Campo. Los republicanos frenaron así a los franquistas, y los pocos legionarios que lograron cruzar el puente de los Franceses y el de Toledo serían asimismo repelidos por la Brigada Mixta comandada por los oficiales republicanos José María Galán y Carlos Romero. Al mismo tiempo, el Partido Comunista y sus asesores soviéticos recorrieron la capital arengando a la ciudadanía, para que nadie tirase la toalla en una hora tan crítica para la República. Al día siguiente, el 9 de noviembre, los soldados de Varela intentaron una segunda incursión por el barrio de Carabanchel, pero fue nuevamente en vano.
El 23 de noviembre de 1936, el frente de Madrid quedó estabilizado entre la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria
LA INTERVENCIÓN DE DURRUTI
Franco se dio cuenta al fin de que tomar Madrid iba a resultar mucho más complicado de lo que pensaba en un primer momento. No obstante, sus fuerzas se hicieron el 13 de noviembre con el estratégico cerro Garabitas, en la Casa de Campo, posición desde la cual la artillería podía bombardear a placer la ciudad.
El día 15, los anarquistas que dirigía el mítico Buenaventura Durruti entraron en combate, pero se encontraron con el fuego cruzado de las ametralladoras marroquíes. Su escasa preparación les hizo vacilar y retroceder, un fracaso que enfureció a su líder, que los obligó a contraatacar apenas unas horas después, esta vez con mayor coraje y éxito. Entretanto, la columna del franquista Asensio consiguió llegar al Manzanares sin hallar oposición ni resistencia, y el 16 de noviembre se corrió la voz de que los “moros” ya estaban en la Ciudad Universitaria. Ese día y el siguiente, milicianos y tropas rebeldes lucharon cuerpo a cuer-
po para tratar de ocupar las plantas del Hospital Clínico. Junto a los brigadistas y los anarquistas, también combatieron muchos simples ciudadanos de todo oficio y condición, armados para la excepcional circunstancia.
Miaja sería muy crítico con la actuación de la Columna Durruti en la Batalla de Madrid, aun- que muchos anarquistas se dejaron la vida en ella; entre ellos, su carismático líder, que cayó víctima de un disparo cerca del Clínico el 19 de noviembre ( los anarquistas acusaron a los comunistas y estos a los facciosos, pero hoy parece claro que él mismo se disparó accidentalmente, según relató el que fuera su chófer y confidente). Sus hombres lo llevaron agonizante al Hotel Ritz, donde estaba instalado el hospital de las milicias catalanas, y falleció once horas más tarde.
LA CAPITAL RESISTE
Finalmente, el 23 de noviembre de 1936, tras dos semanas de crudos combates, los nacionales se apoderaron de gran parte de la Casa de Campo y los republicanos se hicieron definitivamente fuertes en la Ciudad Universitaria: así concluyó la primera Batalla de Madrid. Y, aunque el frente se mantuvo activo durante toda la guerra [ver recuadros], esa línea no sufrió apenas cambios y la capital siguió resistiendo, heroica aunque agónicamente, hasta el fin de la contienda.