40 años de la primera revolución islámica
El 11 de febrero de 1979, menos de un mes después de la huida del sah tras un año de disturbios y protestas –y tan solo diez días más tarde del regreso a su patria del exiliado ayatolá Jomeini, líder religioso y político de la revuelta–, caía en Irán el gobierno del moderado Shapur Bajtiar y triunfaba la primera revolución islámica del siglo XX (en la imagen sobre estas líneas). El consiguiente establecimiento en la antigua Persia de la República Islámica de Irán, una dictadura teocrática regida por severos clérigos chiíes, sorprendió y alarmó a Occidente y reinició un conflicto que, pese a ocasionales rebrotes, llevaba en standby desde el desmantelamiento del Imperio otomano al término de la Primera Guerra Mundial.
Un viejo conflicto –según los más radicales, como Samuel Huntington, un “choque de civilizaciones”– que, como puede verse en nuestro Dossier, arranca de los mismos tiempos de la fundación del islam por el profeta Mahoma (de quien, por cierto, Jomeini se decía descendiente); conflicto debido en parte a la indudable vocación expansionista de esta religión, que arrojó en el pasado un saldo tanto positivo –el esplendor de Al-Ándalus y de la cultura musulmana medieval– como negativo –las Cruzadas y otras “guerras santas”–.
Pero, también, a la monolítica y reduccionista mirada occidental sobre un mundo, el musulmán, mucho más diverso de lo que aparentan los titulares. Un mundo en el que hoy coexisten –y luchan– posiciones antagónicas: los integristas fanáticos de Al Qaeda e ISIS frente a los reformistas de las distintas “primaveras árabes”, los intelectuales críticos y las mujeres valientes que reivindican su espacio en un islam integrador. A todos estos aspectos dedicamos las páginas de este número de MUY HISTORIA.
En dicha revelación, a Mahoma se le dijo que era el sucesor del anterior profeta Isa ( Jesús), el hijo de María. Tuvo que ser su primo –cristiano, por cierto–, Waraqa ibn Nawfal, el que le confirmara la veracidad de los susurros que escuchaba. Desde aquel día hasta el año 631, el texto sagrado, compuesto por 6.243 versículos divididos en 114 suras (azoras), fue revelado a Mahoma ((algunos autores defienden que le fue dictado directamente al corazón) y se convirtió en el Corán, el libro más importante para más de 1.500 millones de personas en todo el mundo. Mahoma tendría así soporte teórico para su nuevo imperio.
JESUCRISTO, EL ANTERIOR PROFETA
Realmente, el Corán puede ser tratado como una continuación de los textos religiosos de tradición judía y cristiana: el Talmud y la Bi- blia. Los hechos de los testamentos antiguos se siguen manteniendo, profetas incluidos, que serían quienes habrían servido a Alá para recordar el camino de la verdad a los diferentes pueblos que distraían su moral. Solo existe una religión y una fe, y esa no puede variar. Jesús ( Isa), el hijo de María ( Maryam), es reconocido como el último profeta antes de Mahoma, el encargado de alumbrar al pueblo judío y el segundo en importancia; pero para el Corán su naturaleza no es divina, como creen los cristianos: era solo un hombre, un hombre santo, como Mahoma, pero no más que un hombre. Solo Mahoma es el “sello de los profetas”: después de él nadie vendrá.
El teólogo sirio san Juan Damasceno, en el siglo VIII, recopila un gran número de sectas con derivaciones de la tradición judía o cristiana e incluye al islam entre ellas; incluso llega a identificar a Mahoma con el Anticristo. Occidente necesitaba
Del año 610 al 631, el texto sagrado, compuesto por 6.234 versículos y 114 suras, fue revelado a Mahoma