El condestable Iranzo
Se declara un apasionado de la Edad Media, época en la que sitúa novelas como En busca del unicornio, por lo que no parece extraño que Eslava Galán elija como favorito a este personaje del siglo XV que ascendió meteóricamente en la corte de Enrique IV de Castilla.
Sobre el condestable Miguel Lucas de Iranzo se escribió en su época una deliciosa crónica medieval no muy conocida fuera del ámbito académico, la Relación de los Hechos del muy Magnífico e más Virtuoso Señor don Miguel Lucas, Muy Digno Condestable de Castilla, que cuenta la vida de este príncipe del siglo XV que, por sus gustos y aficiones, se asoma ya al Renacimiento. Natural de Belmonte ( Cuenca), donde nació en fecha indeterminada, era un “hombre de bajo linaje y de mui poco estado y asaz nacido y criado en baja suerte”, pero le cupo la fortuna de que el señor de la comarca, Juan Pacheco, ricohombre de Castilla, lo situara en la Corte como paje del príncipe Enrique (que pasaría a la historia como Enrique IV el Impotente). Su estrecha amistad con este, a la que sus detractores encontrarían una connotación sexual, permitió a Iranzo ascender meteóricamente. En un mismo día el rey lo nombró barón, conde y condestable de Castilla, honores a los que sumó otros cargos y mercedes bien remunerados ( halconero mayor, corregidor de Baeza, alcaide de Alcalá la Real, señor de Baños y Linares, canciller mayor, alguacil mayor de Jaén...). Tantos favores reales no solo responden a sentimientos de amistad, sino que se explican también porque Enrique IV intentó colocar en puestos clave a personas que le fuesen fieles para contrarrestar a una nobleza levantisca que siempre trató de derrocarlo. En 1458, Iranzo sintió que su valimiento ante el rey terminaba y optó por autoexiliarse en Jaén, ciudad en primera línea en la pugna fronteriza contra los moros de Granada.
UNA PEQUEÑA CORTE RENACENTISTA
La crónica del condestable, seguramente obra de su buen amigo Pedro de Escavias, alcaide de Andújar, es el relato vivo de la cotidianidad de una pequeña corte que rivalizaría con la de cualquier príncipe italiano del Renacimiento. En ella encontramos fiestas y torneos, recepciones de embajadores, funciones de teatro ( las primeras en la España medieval), pero también a un buen munícipe que embellece la ciudad, organiza sabiamente su gobierno a pesar de la enemistad notoria del obispo y aviva la guerra contra los moros de Granada, recuperando una iniciativa que estaba perdida antes de su llegada.
La vida del condestable acaba bruscamente el 21 de marzo de 1473 al ser asesinado, víctima de una conjura, mientras asistía a misa en la catedral.