La prodigiosa vida del misionero Pedro Páez
El jesuita Pedro Páez Xaramillo (o Jaramillo) no solo tuvo una trayectoria apasionante por ser el primer europeo en ver y describir las fuentes del Nilo Azul en 1618. Políglota, explorador, intelectual, arquitecto, convirtió además a dos emperadores etíopes al catolicismo, levantó un palacio a orillas del lago Tana y escribió una obra excepcional, Historia de Etiopía.
Resulta sorprendente que una figura así haya estado sepultada durante siglos por el silencio de las instancias oficiales. El artífice de que Pedro Páez comenzara a salir del ámbito de algunas aisladas referencias históricas y a divulgarse de forma mediática fue sin duda el escritor y periodista Javier Re verte. Su espléndida biografía del jesuita, Dios, el diablo y la aventura (2001), supuso un impulso decisivo para que muchos lectores y devotos de la historia accedieran a una vida y una obra apasionantes y olvidadas. Páez vino al mundo en 1564 en Olmeda de las Fuentes, antes Olmeda de la Cebolla, un pequeño pueblo a 50 kilómetros de Madrid. Tras estudiar en la Universidad de Coimbra, era tal su deseo de hacerse misionero que partió antes de ser ordenado sacerdote para Goa (India). Su sueño era ir a Japón, pero finalmente su destino fue Etiopía, un islote cristiano –pero dentro de la ortodoxia copta– en medio del océano musulmán.
CAUTIVO DE LOS TURCOS
En su viaje, de nada sirvió al joven Páez y su acompañante, el padre Antonio de Montserrat, disfrazarse de mercaderes armenios. Asaltada su nave por los piratas, fueron vendidos a los turcos como esclavos. Permanecieron cautivos seis años, durante los cuales se convirtieron en los primeros europeos en cruzar el desierto de Hadramaut, en la península Arábiga, y en probar el café. También sirvieron como galeotes en naves piratas. Los sufrimientos no frenaron la avidez de conocimiento de Páez, que aprovechó para aprender de otros cautivos el árabe, el hebreo, el persa, el armenio y un poco de chino.
Una vez liberados por el pago del rescate en 1595, los dos sacerdotes regresaron a Goa. Las penalidades sufridas no impidieron que Páez volviera a intentar viajar a Etiopía, otra vez disfrazado de mercader armenio. En esta ocasión, lo consiguió gracias a su inteligencia y dominio de lenguas. Nada más llegar, Páez se dedicó a aprender asimismo el amárico – el idioma de los etíopes– y el ge’ez, lengua muerta de los escritos religiosos. Merced a esta pericia y a su astucia, pudo rebatir con argumentos a los sacerdotes coptos y atraer al catolicismo a dos emperadores: primero a Za Dengel y, tras la caída de este, a su sucesor, Susinios. Bajo este último monarca, al que le unió una gran amistad, el jesuita desarrolló una labor prodigiosa reflejada y registrada minuciosamente en su magna HistoriadeEtiopía, una obra que no solo recoge la historia del país, sino que aporta precisas informaciones sobre arquitectura, costumbres, lengua, liturgia, geografía, flora y fauna; un rigor científico que ha hecho que se le haya comparado con Darwin. También intercala menciones a su vida, como el cautiverio en Yemen o su visita a las fuentes del Nilo Azul en 1618, ciento cincuenta años antes de que el esco escocés James Bruce se atribuyera falsam samente su “descubrimiento”.
Páe Páez murió en Gorgora el 25 de mayo de d 1622, a los 58 años de edad, víct víctima de unas fiebres. Su tumba se h halla en un lugar no precisado de la iglesia- ig palacio de dos plantas que leva levantó junto al lago Tana. Tan solo una reciente placa le recuerda hoy en la plaza p de su pueblo natal.