Muy Historia

Julio Cortázar y el canalla Adorno

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Así tuvo que llamarme: como a uno de los filósofos más adustos del siglo pasado. Él, que escribía tan claro, va y me pone de nombre Theodor W. Adorno. Intentad leer su Dialéctica negativa y luego leed Rayuela ( 1963), donde nos deja aparecer como amigos de la Maga, como parte de todo el mundo parisino que la maravilla. Cosas de escritores...

Yo era un gato callejero, negro – no el de las fotos, a todas luces un gato casero con su pijama de rayas–, y solía dejarme ver por Saignon, en la Provenza francesa, donde él y su mujer pasaban largas temporadas. “Canalla”, me decía. ¿ Qué veía en nosotros? Dejó escrito que su propia condición, lo mismo que encontró de lleno en la litera- tura. Él, que “había nacido para no aceptar las cosas tal como le eran dadas”, no es extraño que se identifica­ra con nosotros, apenas domesticad­os. Aparecimos en sus cuentos. Recuerdo, por ejemplo, Orientació­n de los gatos ( 1980). En él, el felino Osiris y Alana, la novia del narrador, tienen la capacidad de pasar al “otro lado”, de caminar por la sombra impenetrab­le, ese más allá que siempre está más y más allá, ya sea de las palabras, de la vida misma o del sentido de las cosas. Escribo esto y entiendo que siendo un gato callejero me llamase como a un filósofo; tal vez la filosofía sea eso: percibir sentido de entre los escombros, olisquear la belleza y atrevernos a sacarla a flote, protegerla, vivirla.

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