Muy Historia

Los seis dedos de Ernest Hemingway

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Cuando Gabriel García Márquez leyó El gato bajo la lluvia (1925), se quedó pasmado. Era el mejor cuento que había leído hasta entonces; luego dijo que era el mejor que había leído en toda su vida. La desnudez de esas líneas, su ajuste de reloj con lo que ocurre, equivale a la honestidad que este periodista cascarrabi­as de Illinois, amante de la caza y los animales, veía en nosotros. No fingimos, no adornamos nuestros actos, como él no adornaba las frases. Hechos sobre hechos. “Los gatos son de una honestidad emocional absoluta; los seres humanos, por una razón u otra, pueden ocultar sus sentimient­os, pero el gato, no”, dijo.

Nos tuvo por docenas. En su vieja casa de Key West en Florida, adonde siempre regresaba, llegó a tener más de cincuenta. Una de las primeras fue Pilar, una gata que le regalaron en España, donde siguió la Guerra Civil. Hoy somos nosotros los que seguimos merodeando por esa casa. Somos parte de su espíritu, como decía, y seguimos dejando nuestras huellas de seis dedos. Esta también vieja historia comenzó con Snowball, el gato blanco de pelo largo que le regaló un capitán de barco. Tenía seis dedos y, fiel a su “origen marinero”, dejó multitud de sucesores polidáctil­os. Recuerdo un lejano día. Un coche atropelló a Willy. Quedó malherido. Hemingway le sirvió leche en un platillo y le disparó mientras bebía. “Las personas más crueles son siempre las sentimenta­les”.

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