ESPAÑOLES EN ALASKA
La presencia española en los territorios de la costa oeste de América del Norte, y más concretamente en una región tan remota como Alaska, se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las autoridades coloniales españolas decidieron hacer valer su soberanía frente a las aspiraciones de rusos y británicos en esas vastas regiones. Así, en 1774, la fragata al mando de Juan José Pérez Hernández recorrió la costa norteamericana del Pacífico y forzó a los comerciantes rusos a abandonar sus asentamientos. Una segunda expedición formada por tres barcos zarpó en marzo de 1775 con el objetivo de navegar todavía más hacia el norte para tomar posesión efectiva de esos territorios, cartografiar sus costas y entablar relaciones amistosas con los nativos. Y en 1779, un tercer viaje bajo el mando del marino español Ignacio de Arteaga logró alcanzar la península de Kenai, lengua de tierra que se adentra en el golfo de Alaska. Tras el conflicto provocado por la que es conocida como Crisis de Nutka, que a punto estuvo de desencadenar una gue- rra con Gran Bretaña por la posesión de la isla homónima situada en la costa suroccidental de Vancouver ( Canadá), la presencia de barcos españoles siguió siendo constante en la costa sur de Alaska.
España, sin embargo, acabaría renunciando a sus pretensiones en la región merced al Tratado de Adams- Onís ( 18191821), que fijó los límites fronterizos entre Estados Unidos y el virreinato de Nueva España, pero el recuerdo de la presencia hispana ha perdurado en la toponimia de algunos lugares, como es el caso del glaciar Malaspina o las ciudades de Cordova o de Valdez.