Beatriz Galindo, la Latina
En su libro más reciente, dedicado al público infantil – Pioneras. Mujeres que abrieron camino (Anaya, 2019)–, Freire redescubre las vidas de veinte mujeres admirables españolas o hispanoamericanas, todas adelantadas a su tiempo. Galindo es una de ellas.
Existe una cierta justicia poética en la historia de Beatriz Galindo, una felicidad y un éxito que desmienten el destino trágico que se atribuye a toda mujer que dedica su vida al estudio; leí por primera vez sobre ella cuando tenía ocho o nueve años, en un libro dedicado a mujeres relevantes, y su historia me pareció hermosa y ejemplar. También a mí me gustaba el latín, y me olvidaba de todo cuando leía; y encontraba muy pocos ejemplos parecidos.
Beatriz no fue la única: aunque durante siglos hayan quedado oscurecidas por la historia, hubo un puñado de mujeres cultas en las cortes renacentistas. Se las llamaba las puellaedoctae, las jovencitas sabias, y fueron reclutadas como ayudas de cámara, escogidas por su inteligencia y sus conocimientos más que por otras virtudes consideradas femeninas. Estudiosas como Lucía de Medrano o Juana de Contreras florecieron durante el breve período de esplendor de la libertad de estudio renacentista, antes de que la Contrarreforma cerrara las fronteras al conocimiento; y abrieron el camino a otras, hijas de filósofos y profesores, como Olivia de Sabuco o las refulgentes hermanas Sigea; incluso influyeron con su presencia en una niña Teresa que, en Ávila, devoraba novelas de caballería y vidas de santos, y que daría luego tanto de qué hablar.
Beatriz Galindo, salmantina, tenía tal talento para las lenguas clásicas que sus padres decidieron que su destino encajaría mejor en un convento que en el matrimonio. Quizás no le disgustaba esa opción, que le daría una cierta independencia y la posibilidad de continuar dedicada al estudio; le apasionaba Aristóteles, y había estudiado gramática con gran profundidad. No ha quedado ningún testimonio de si ella estaba de acuerdo con ese futuro o si le horrorizaba verse destinada a la castidad y al relativo encierro intramuros.
UNA SABIA EN LA CORTE DE LA REINA ISABEL
Sea como fuere, a los veintiún años, cuando ya se prepa paraba a para profesar como monja, llam llamó por ella la reina Isabel la Católica, que buscaba una instructora para ella y para sus hijas, niñas aún destinada nadas a casarse con reyes extranjeros. El la latín, entre otras disciplinas que les ayud ayudaran a desenvolverse, si llegaba el ca caso, como regentes, les haría mucha falta. Beatriz podía enseñarles casi todas ellas, menos la retórica: los mae maestros de retórica eran hombres y no a aceptaban alumnas.
Pese a ser bastante más joven que ella, Beat Beatriz afianzó una amistad estrecha
con la reina. Se reveló como una consejera serena y prudente, y muy apreciada: la prueba es que cuando se casó con uno de los consejeros reales, Francisco Ramírez de Madrid, los reyes la dotaron espléndidamente. No sabemos si fue feliz; sí que tuvo dos hijos, y que cuando enviudó abandonó la corte y se dedicó a las obras de caridad en Madrid, donde fundó un hospital y dos conventos. Gozaba de enorme popularidad entre las clases desfavorecidas, y tampoco se ganó enemigos entre la nobleza. La Latina, la llamaban. La Maestra de latín. Que durante un período en que nobles de Aragón y Castilla pugnaban por la preeminencia en la corte, un tiempo de tantas intrigas y cotilleos como cualquier otro, todo lo que haya quedado de esa mujer excepcional hayan sido elogios; o que no le perjudicara su cercanía a la reina, que tantas envidias debía despertar; y que cinco siglos más tarde el siempre crítico y ácido pueblo de Madrid tenga un amable recuerdo de ella en un barrio, en una estación de metro y en un teatro supone un mérito pocas veces alcanzado, y menos por alguien que no logró conquistas o victorias ni pertenecía a la siempre adulada familia real: fue una nueva rica que donó lo obtenido con su inteligencia y su conocimiento, una estoica fuera de su tiempo, una sabia en un mundo que comenzaba a transformarse para siempre y que pronto dejaría la fascinación por el mundo clásico para adentrarse en un nuevo continente. He leído desde aquella primera vez muchas veces su biografía, tantas que decidí incluirla entre mis Pioneras; sigue despertando en mí la misma admiración, o quizás más, ahora que la edad me permite valorar mejor sus méritos. Queda muy poco de la ingente obra que creó, poemas, comentarios y ensayo, pero mucho de su leyenda. Una vida honesta y un buen recuerdo ¿ Qué más puede pedir una mujer sabia?