Churchill vs. Hitler: duelo de pinceles
El primer ministro británico y el Führer alemán se odiaban apasionadamente, pero tenían algo en común: su vena pictórica. La de Winston Churchill surgió cuando ya era un político destacado, en plena I Guerra Mundial. En 1916, tras el desastre de Galípoli, el entonces Primer Lord del Almirantazgo fue apartado del gobierno y, en una estancia en Francia y para matar el aburrimiento, empezó a pintar a la acuarela. Luego se pasó al óleo y, pese a su vuelta a los círculos del poder, ya nunca abandonaría la vocación plástica. En el período de entreguerras, ganó un concurso amateur y vendió varios cuadros –firmados con el seudónimo de Charles Morin–; siguió pintando en la II Guerra Mundial, cuando sus ocupaciones se lo permitían, y con mayor constancia desde 1946 hasta su muerte. El balance: más de 500 obras, de marcada influencia impresionista y notable factura, y hasta un ensayo estético, Lapinturacomo pasatiempo, publicado en 1949.
DE BOHEMIO A DICTADOR
Por su parte, Adolf Hitler quiso dedicarse a las Bellas Artes desde muy joven, pero fue rechazado en las pruebas de acceso a la Academia de Viena. No obstante, durante cinco años y en su etapa “bohemia” – antes de luchar en la Gran Guerra–, se ganó la vida (malamente) en la capital austríaca vendiendo postales pintadas, caricaturas y cuadros de pequeño formato a precios irrisorios y a compradores poco sofisticados: clientes de las cervecerías, vendedores de marcos que buscaban láminas con las que rellenarlos... Sus últimas obras, todas en un estilo realista de técnica poco depurada, datan de 1923, durante su paso por la cárcel tras el fallido Putsch de Múnich. Tal vez avergonzado de una vocación juvenil tan poco épica, o de la escasa calidad de su arte, en 1935 trató de rescatar el millar aproximado de pinturas vendidas para destruirlas. Las que se conservan se cotizan hoy en torno a los 15.000 euros.