Pintar para purgarse
En el último tramo de su carrera, Géricault presentó La balsa de la Medusa en el Salón de París de 1819. Pronto cayó en la cuenta de que, con este monumental cuadro, había logrado crear un patético símbolo del sufrimiento humano.
Théodore Géricault ( 1791- 1824) es un representante destacado del Romanticismo francés que se sintió muy atraído por los antiguos maestros de los siglos XVI y XVII. Durante un viaje a Italia, hacia 1816, estudió la obra de Miguel Ángel y Rafael; también recibió infuencias de Constable y Parkes Bonington. Géricault elegía normalmente temas de actualidad o de la historia reciente como asunto de sus obras, aunque también sentía un gran interés por los caballos, la fisionomía de las personas y las crisis existenciales. Con una mezcla de ambas líneas, creó una producción basada en la representación realista pero apasionada de todo aquello que pintaba. A encontrar su estilo e impulsar esta línea creativa lo ayudó Delacroix, con quien trabajó en colaboración en varias ocasiones.
Por lo que respecta al cuadro que nos ocupa, Géricault lo presentó al Salón de París de 1819 con un título genérico, Escenadeunnaufragio, para que fuera admitido en la exposición. Tres años antes, se había producido el naufragio de la fragata francesa Medusa frente a las costas de Mauritania a consecuencia de los errores de navegación y la negligencia de los responsables de la nave. En una escena dominada por el pánico y la brutalidad, el capitán, altos oficiales y el gobernador de Senegal ocuparon los seis botes de salvamento disponibles y huyeron del lugar. Fue una auténtica tragedia humana, en la que muchos perdieron la vida. En medio del océano, 147 personas lograron mantenerse a flote sobre una gran balsa improvisada, pero solamente quince lograron sobrevivir, para lo cual tuvieron que beber sus propios orines y devorar algunos de los cadáveres de las personas que iban falleciendo. Tras trece días navegando a la deriva, fueron
rescatados por un bergantín enviado en su búsqueda.
El episodio se convirtió en un auténtico escándalo político en la recién restaurada monarquía de Luis XVIII, cuyo gobierno intentó encubrir los hechos hasta que la prensa los desveló, lo que desató la ira de la opinión pública y obligó a deponer al ministro de la Marina. Ese fue el motivo por el que Géricault optó por “suavizar” el título de su obra, ya que el Salón, además de tener una función artística, la tenía política. Casi todos los artistas que exponían en él rendían homenaje al gobierno o a la Iglesia, del mismo modo que antes habían alabado las victorias de Napoleón. Su cuadro, por el contrario, no contribuía a la “gloria de la nación”, por lo que, a pesar de no mencionar a la Medusa, fue tomado como una provocación que recordaba un asunto desagradable que el régimen, sin duda, hubiera preferido olvidar.
Sin embargo, parece ser que la elección del tema se debió a experiencias personales, y no a sus convicciones políticas. Un romance adúltero con la esposa de uno de sus tíos tuvo como consecuencia un hijo bastardo y el exilio de la madre y el hijo. Géricault, atormentado por la culpa, encontró en el citado naufragio un reflejo de su propia cobardía: había abandonado a esos seres de los que era responsable, igual que el capitán de la Medusa. De ahí su dedicación absoluta a esta obra maestra.
DESESPERACIÓN ÉPICA
Para preparar el cuadro, Géricault se documentó exhaustivamente y durante mucho tiempo, hasta el punto de mandar construir una pequeña maqueta de la balsa. No obstante, siendo un pintor esencialmente romántico, le dio un aire más heroico que fatalista. La composición piramidal formada por las figuras humanas estabiliza y refuerza el carácter monumental de la obra. Y es esta monumentalidad la que caracteriza los cuadros históricos tan apreciados en la época. En el último momento, el artista añadió dos cadáveres más en la parte inferior, a ambos lados de la composición –según cuentan, a una velocidad asombrosa–, con el fin de ampliar la base piramidal.