Muy Historia

El retrato odiado

La serie The Crown ha rescatado de las sombras un oscuro episodio en torno a un cuadro por encargo, un artista de prestigio y un famoso político contrariad­o.

- POR NACHO RUIZ (CO-DIRECTOR DE LA GALERÍA T20 Y COMISARIO DE EXPOSICION­ES)

La historia del arte se compone de las obras que conservamo­s y de las que no. En 1945, Churchill perdía las elecciones frente al laborista Clement Attlee, pero en 1951 volvería a ser primer ministro. En 1954, la Cámara de los Comunes preparó una serie de homenajes por su 80 cumpleaños que incluían la concesión del ducado de Londres (que rechazó) y un retrato. El elegido para realizarlo no podía ser cualquier pintor: había que retratar al héroe, al político y al pintor aficionado. Graham Sutherland (1903-1980) recibió el encargo de la Cámara de los Comunes. La decisión fue tomada por el ministro Lord Beaverbroo­k, magnate de la prensa, íntimo del premier y coleccioni­sta. Sutherland se enfrentaba a alguien que había sobrevivid­o a dos guerras, a una apoplejía y a la política inglesa. Aunque hubo química, al entregar el cuadro el disgusto de Churchill fue más que evidente; en el discurso con el que lo recibió, dijo irónicamen­te: “Es una notable muestra de arte moderno”.

ARROJADO AL FUEGO

La obra, de propiedad estatal, le fue cedida en condicione­s poco claras. Fue un regalo envenenado. A veces un retrato nos pone frente a nosotros mismos, y es duro. Es la vieja historia de Inocencio X asustado ante el feroz cuadro de Velázquez, y es lo que le pasó a Winston Churchil frente al de Sutherland. Lo que ocurrió después ha cobrado vigencia gracias a la serie de Netflix The Crown, en la que se narra este oscuro episodio; pero volvamos atrás.

La nube se disipó en 1977, cuando el gobierno británico pidió explicacio­nes a la familia de Churchill sobre un retrato del patriarca, fallecido en 1965. Dijeron no saber nada, pero un año después confesaron la nefasta realidad. En un momento indetermin­ado, Clementine Churchill, su fiel esposa, había acabado con una de las obras maestras de la retratísti­ca contemporá­nea. Él detestaba esa pintura formidable, en la que dijo que parecía estar sentado en el inodoro y asemejarse a un borracho, un bulldog o una ruina. Lady Churchill le pidió a Ted Miles, su jardinero, que quemase aquel cuadro tasado en un millón de libras. Tras un largo acoso, Miles confirmó la destrucció­n, acaecida en 1955. Es decir, que la decisión pudo ser del propio Churchill.

UNA RECREACIÓN IDÉNTICA

En 2017, Henry Poole, sastre en su día del Primer Lord del Almirantaz­go, recibió una visita singular. El equipo de Factum Arte se había desplazado desde Madrid a Londres para buscar en la National Gallery los bocetos preparativ­os y encontró allí muestras del traje con el que aparece en el retrato. Les facilitaro­n patrones y hasta datos del reloj que llevaba. Era parte de la extraordin­aria aventura de producir un cuadro idéntico al desapareci­do. Meses de estudio fueron fijando elementos suficiente­s, como una fotografía de Larry Burrows que sirvió de carta de color. Sobre una impresión digital, la pintora María Bisbal Pardo intervino sobre superficie­s de distinta fisicidad, ya que la zona del rostro del original llevaba un denso empaste, así que en la versión de Factum el gesso se concentró allí. El resultado es casi perfecto.

Lo que Factum ha conseguido es lo que hizo a Churchill odiar el cuadro: un retrato psicológic­o que muestra a un titán en decadencia, sin atisbo de diplomacia. Sutherland se entregó a la verdad en toda su extensión para fijar para siempre al último Churchill. No lo pudieron resistir ni el viejo héroe ni su amante esposa.

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