Muy Historia

La Guerra de Broma

- RODRIGO BRUNORI ESCRITOR Y PERIODISTA

Entre la invasión de Polonia y la de los países de Europa occidental, pasaron ocho meses en los que la actividad bélica fue muy escasa. Se dijo que, más que una guerra, aquello era un chiste, pero para los miles de personas que murieron la realidad fue muy distinta.

El 3 de septiembre de 1939, dos días después de la invasión alemana de Polonia, los gobiernos de Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. Cumplían así con las distintas garantías de protección otorgadas a Polonia en caso de agresión alemana a lo largo de ese año, ratificada­s en sendos tratados bilaterale­s firmados en mayo (Francia) y agosto (Inglaterra). En términos reales, sin embargo, la declaració­n de guerra no supuso para los polacos la menor ayuda. En contra de lo que se esperaba, ninguno de los dos países hizo nada que pudiera detener, distraer o entorpecer las operacione­s alemanas. En solo cinco semanas, el ejército polaco fue aplastado y Hitler se permitió incluso el lujo de proponer la paz a Francia e Inglaterra, un gesto de cara a la galería que ambos países rechazaron.

Este fue el comienzo de un período de ocho meses (hasta la invasión de Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, el 10 de mayo de 1940) conocido como la Guerra de Broma o la Guerra Falsa – Drôle deGuerre en francés, PhoneyWar en inglés–, en el que los enfrentami­entos militares fueron escasos y los contendien­tes se dedicaron sobre todo a observarse y esperar. Tal inacción suponía continuar, a pesar del teórico estado de guerra, con la política de apaciguami­ento de los gobiernos británico y francés

de finales de los años treinta, consistent­e en darle a Hitler lo que pidiera –el ejemplo más flagrante fue la invasión de Checoslova­quia en dos fases– mientras no se vieran afectados sus propios intereses. Las consecuenc­ias que esa falta de iniciativa tuvo para los aliados las explicó muy bien Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor alemán en 1945, durante los Juicios de Núremberg: “Si no nos hundimos en 1939 fue solo porque, durante la campaña polaca, las aproximada­mente 110 divisiones francesas y británicas del Frente Occidental se mantuviero­n completame­nte inactivas contra las 23 divisiones alemanas”.

MIEDO A LA CONTIENDA

Los motivos de esta postura son varios, y entre ellos sobresale el temor a las represalia­s alemanas. Aunque luego haya sido denostada, en su día la política de apaciguami­ento gozó de un enorme apoyo popular. Dos décadas después de la Gran Guerra, se contemplab­a con horror la posibilida­d de un nuevo conflicto que sin duda sería mucho más brutal. La guerra moderna ya no distinguía entre militares y civiles; buena muestra de ello eran los previsible­s bombardeos aéreos, que provocaban verdadero pánico entre la población, sobre todo tras la masacre de Guernica y los bombardeos japoneses

Aunque denostada más tarde, la política de apaciguami­ento gozó de un enorme apoyo popular en su día

de ciudades chinas. El año anterior a la guerra se vivió con verdadero miedo. Hubo reparto generaliza­do de máscaras de gas, y en Inglaterra se encargaron miles de ataúdes de cartón para unos muertos que se daban casi por seguros. Tampoco estaba muy clara la preparació­n de ambas potencias para enfrentars­e a Alemania. En los años treinta, el gasto militar fue motivo de grandes polémicas tanto en Francia como en Inglaterra, donde había un fuerte sentimient­o pacifista que se oponía al rearme. Solo en la segunda mitad de la década –y especialme­nte hacia el final, cuando las intencione­s de Hitler eran ya innegables– se inició una carrera contrarrel­oj para contar con ejércitos que pudieran hacer frente a una agresión alemana (uno de los símbolos de este esfuerzo fue la producción del Spitfire inglés, a partir de 1938). Cuando la guerra efectivame­nte llegó, las potencias no pensaron en sus compromiso­s internacio­nales, sino en fortalecer la defensa de sus propios territorio­s y, sobre todo, en evitar acciones que pudieran desencaden­ar represalia­s alemanas. Un ejemplo de ello fue la primera operación militar francesa de la guerra, la Ofensiva del Sarre. Según la Alianza Militar Franco–Polaca, en las dos o tres semanas posteriore­s a la agresión, Francia debía lanzar una campaña de grandes proporcion­es por el oeste de Alemania de modo que se redujera la presión sobre Polonia. El 7 de septiembre, las tropas francesas penetraron en el territorio alemán de la región del Sarre, donde participar­on en varias escaramuza­s y tomaron varias poblacione­s con muy poca opo>>> sición. Las fuerzas alemanas se encontraba­n

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combatiend­o en Polonia y habían dejado el flanco occidental desprotegi­do, tal como confirmarí­a luego Jodl. Aun así, Francia nunca se planteó utilizar la artillería pesada ni hacer nada que realmente pudiera ser de utilidad a los polacos. Es más, cumpliendo órdenes del comandante en jefe del ejército, Maurice Gamelin, las tropas se mantuviero­n siempre a más de un kilómetro de distancia de la línea Sigfrido, el equivalent­e alemán de la línea Maginot. En cuanto Alemania empezó a tener controlada la invasión de Polonia, sus fuerzas fueron regresando al oeste y Francia decidió replegarse. El 17 de septiembre, Gamelin ordenó a las tropas volver a la línea Maginot.

En Inglaterra se siguió una política igualmente cautelosa, con la que se trató de evitar las temidas represalia­s alemanas. El primer ministro Chamberlai­n se mostró devastado por el inicio de la guerra que había intentado evitar por todos los medios: “Todo aquello por lo que he trabajado, todas mis esperanzas, todo lo que he creído a lo largo de mi vida pública yace en ruinas”, dijo al Parlamento ese 3 de septiembre. A partir de entonces, intentó contener el conflicto y confió en que medidas que afectaran a la economía alemana, tales como el bloqueo, obligarían a Hitler a negociar o incluso provocaría­n su caída.

TENSIÓN EN EL GOBIERNO BRITÁNICO

No era el único en tratar de que la guerra permanecie­se latente, a ver si era posible que al final quedase en nada, un empeño que acabó rayando en el absurdo. Cuando el político conservado­r Leo Amery –junto a Churchill, uno de los grandes detractore­s del apaciguami­ento– sugirió que se bombardeas­e la Selva Negra, donde los alemanes almacenaba­n enormes cantidades de explosivos, el ministro del Aire, sir Kingsley Wood, le respondió: “¿ Es usted consciente de que eso es propiedad privada? ¿ Qué me va a proponer ahora? ¿ Que bombardeem­os Essen [ciudad alemana]?”. El mismo argumento se utilizó para descartar los bombardeos de fábricas.

Chamberlai­n incluyó a Winston Churchill en el gabinete de guerra; la relación entre ambos no fue fácil

En el gabinete de guerra que se formó para afrontar la situación, Chamberlai­n incluyó a Winston Churchill, a quien también nombró Primer Lord del Almirantaz­go – es decir, jefe de la Marina–. Churchill era conocido por la temeridad de sus planteamie­ntos en relación a Hitler y por una cierta desmesura de carácter, que en el pasado había conducido a estrategia­s peligrosam­ente osadas. Era el principal responsabl­e del desastre de Galípoli, en la Primera Guerra Mundial, una tragedia que en esos días estuvo muy presente. Como era de esperar, la relación no fue fácil. El primer ministro se quejaba de que Churchill lo atosigaba con constantes memorándum­s con posibles acciones –también aseguró que lo hacía para poder citarlos en el futuro en sus memorias, y acertó–, algunas de las cuales tuvo que parar, como el envío de una flota al Báltico (Operación Catherine) que se desechó por arriesgada y costosa en recursos.

Otro plan de Churchill, este aprobado por el Consejo Superior de Guerra anglo– francés ( órgano conjunto que funcionó durante esos primeros meses), fue el de minar los ríos y canales alemanes, empezando por el Rin, al que se harían llegar minas flotantes de diez kilos arrojándol­as en afluen>>> tes franceses ( en otros casos, de la tarea se

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encargaría­n los bombardero­s de la RAF). En marzo de 1940, llegó a haber 6.000 minas preparadas, pero el primer ministro Paul Reynaud vetó la idea por miedo a que los alemanes bombardear­an París. La medida acabó poniéndose en marcha el 10 de mayo, día de la invasión de Francia.

UNA BROMA SANGRIENTA

La idea de que esos ocho primeros meses constituye­ron un período incruento es muy discutible, sin embargo; al menos para los miles de personas que perdieron la vida. Es cierto que en tierra casi no hubo enfrentami­entos, pero la Batalla del Atlántico se lanzó desde el primer minuto y, al margen de los perjuicios ocasionado­s por los respectivo­s bloqueos –en especial, la carencia de alimentos–, en el mar hubo episodios horribleme­nte sangriento­s.

El 3 de septiembre, a las pocas horas de la declaració­n de guerra, un submarino alemán hundió el trasatlánt­ico SS Athenia – es decir, un buque civil–, lo que causó la muerte de 112 personas entre pasajeros y tripulació­n. El día 17, la imprudenci­a de Churchill condujo a otra catástrofe: suya fue la decisión de enviar portavione­s a cazar submarinos alemanes, una táctica inefectiva y peligrosa que habían desaconsej­ado varios expertos. El resultado fue el hundimient­o del HMS Courageous, que dejó 519 muertos.

El 14 de octubre, los alemanes llevaron a cabo una acción verdaderam­ente espectacul­ar: la voladura del HMS Royal Oak en la bahía de Scapa Flow, en las islas Orcadas, principal fondeadero de la Marina británica. En una operación de enorme audacia y perfectame­nte planeada por la Kriegsmari­ne, un submarino U- 47 se coló en la bahía atravesand­o

zonas de muy escasa profundida­d y sorteando buques hundidos que debían servir de protección y, en mitad de la noche, hizo saltar por los aires el acorazado inglés, mientras todos dormían. Luego se marchó sin que pudieran darle caza. Murieron 834 marineros. La guerra no llevaba aún ni mes y medio y los aliados no querían atacar por miedo a las represalia­s. Los desastres marítimos no afectaron solo al bando aliado. En diciembre tuvo lugar la Batalla del Río de la Plata, en la que el buque alemán Graf Spee, que se dedicaba fundamenta­lmente a atacar mercantes en zonas tan remotas como el Atlántico sur o el Índico, se enfrentó a dos acorazados ingleses y acabó refugiándo­se en la bahía de Montevideo, donde solo podía permanecer 72 horas. Engañado por la inteligenc­ia británica para que creyese que cuando saliera a mar abierto habría una fuerza aliada descomunal esperándol­o, el capitán, Hans Langsdorff, hundió su propio barco y se suicidó.

Ni el gobierno francés ni el inglés sobrevivie­ron al período conocido como Guerra de Broma. El primer ministro Daladier se vio obligado a dimitir en marzo del 40 por la incapacida­d de Francia para ayudar a Finlandia en la Guerra de Invierno contra la URSS, y fue sustituido por Paul Reynaud. Chamberlai­n se convirtió en un cadáver político en la dramática sesión del Parlamento del 10 de mayo de ese año, convocada para dar cuenta de la desastrosa campaña de Noruega.

MALA SUERTE CON LAS PALABRAS

El 4 de abril, el primer ministro inglés había hecho una de esas declaracio­nes trascenden­tales que, igual que la de la “paz para nuestro tiempo” tras los Acuerdos de Múnich, luego le perseguirí­an. Dijo que Alemania se había equivocado al no aprovechar su superiorid­ad inicial y sentenció: “Hitler ha perdido el autobús”. Como si se hubiera propuesto dejarle en ridículo, el día 9 Alemania invadió Noruega, un país fundamenta­l estratégic­amente porque le daba salida al Atlántico y le proporcion­aba mineral de hierro para fabricar armas.

En su intento de desalojar a los alemanes de Escandinav­ia, el Reino Unido se enfrentó a la primera prueba realmente seria de la guerra, y el resultado fue una derrota sin paliativos. La campaña estuvo dominada por la imprevisió­n y el caos: los soldados no llevaban ropa ni equipo para el clima subártico; tampoco artillería antiaérea para defenderse de los Stukas, que los despedazar­on. Hubo decisiones contradict­orias, vacilacion­es sobre los objetivos (¿Narvik o Trondheim?), rencillas entre generales y almirantes... Al cabo de un mes, tras unas informacio­nes iniciales absurdamen­te optimistas, a lo más que podían aspirar era a concluir con éxito una heroica retirada.

En la sesión del 10 de mayo, mientras Alemania daba por terminada la “broma” y lanzaba toda la fuerza de la Blitzkrieg sobre Europa occidental, Chamberlai­n fue sometido en la cámara a una humillació­n sin contemplac­iones. Hubo citas de Oliver Cromwell (“Lleva usted demasiado tiempo para el poco bien que ha hecho”) y abucheos de veteranos de la Gran Guerra cargados de medallas. El primer ministro salió de allí conmociona­do, temblando y con los gritos de “¡Fuera!” resonándol­e en los oídos, pero dispuesto a resistir. No hubo forma. Había demasiados vetos cruzados.

En el mar, la Batalla del Atlántico deparó episodios sangriento­s desde el primer minuto de la guerra

 ??  ?? UN MES DE GUERRA. La imagen es del 3 de octubre de 1939, justo 30 días después de que Francia e Inglaterra declarasen la guerra a Alemania. En medio de una casi absoluta inactivida­d, un soldado inglés hace reír a sus compañeros imitando a Hitler.
UN MES DE GUERRA. La imagen es del 3 de octubre de 1939, justo 30 días después de que Francia e Inglaterra declarasen la guerra a Alemania. En medio de una casi absoluta inactivida­d, un soldado inglés hace reír a sus compañeros imitando a Hitler.
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 ??  ?? JERARCAS JUZGADOS. En esta fotografía tomada en los Juicios de Núremberg (1945-1946), Alfred Jodl declara ante el Tribunal; a su derecha, Göring, Hess, Von Ribbentrop y Keitel; a su izquierda, Rosenberg.
JERARCAS JUZGADOS. En esta fotografía tomada en los Juicios de Núremberg (1945-1946), Alfred Jodl declara ante el Tribunal; a su derecha, Göring, Hess, Von Ribbentrop y Keitel; a su izquierda, Rosenberg.
 ??  ?? MASACRE DE GUERNICA. Un bombardeo aéreo alemán arrasó la villa vasca el 26 de abril de 1937.
MASACRE DE GUERNICA. Un bombardeo aéreo alemán arrasó la villa vasca el 26 de abril de 1937.
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LEO AMERY. Este político conservado­r británico se opuso junto a Churchill al apaciguami­ento.
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POLVORÍN BUCÓLICO. Entre la espesura forestal del macizo montañoso conocido como Selva Negra, al suroeste de Alemania (arriba), los nazis guardaban un enorme arsenal de explosivos.
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3 de septiembre de 1939.
VÍCTIMAS CIVILES. El trasatlánt­ico de pasajeros SS Athenia, que vemos fondeado en esta imagen, fue hundido por un submarino alemán el mismo día 3 de septiembre de 1939.
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DESASTRE EN SCAPA FLOW. El 14 de octubre de 1939, un submarino U-47 alemán se coló de noche en esta bahía, fondeadero de la Marina inglesa, e hizo saltar por los aires el acorazado HMS Royal Oak (ilustració­n).
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