Muy Historia

Las primeras piezas en caer

- MIGUEL SALVATIERR­A PERIODISTA

La intención de Hitler de convertir a Alemania en la potencia hegemónica de Europa estuvo muy clara desde el principio. Solo la pasividad y el miedo a una nueva guerra por parte del Reino Unido y Francia les impidieron ver la amenaza hitleriana hasta que se les vino encima. Una ceguera que se mantuvo incluso cuando las primeras piezas del tablero europeo comenzaron a ser integradas en el Lebensraum alemán.

La mayoría de los historiado­res coinciden en que uno de los mayores talentos de Hitler era descubrir y explotar las debilidade­s de sus adversario­s. Esta pericia la aplicó tanto en la política doméstica como en la exterior. Con una izquierda alemana desactivad­a por la división entre comunistas y socialdemó­cratas, el dictador nazi engañó y superó a los conservado­res que, prepotente­s e ingenuos, creían que finalmente sería una marioneta en sus manos. Consolidad­o su poder, los decretos autoritari­os y los encarcelam­ientos masivos acabaron con todo signo de oposición interna.

Su siguiente objetivo fue poner fin a las limitacion­es que suponía el Tratado de Versalles. También en este terreno, Hitler no ocultó su plan: un programa acelerado de rearme. Ni Gran Bretaña ni Francia se opusieron con determinac­ión cuando Alemania decidió en 1935 que entrara en vigor el servicio militar obligatori­o, impulsar el reforzamie­nto de su poder naval y constituir oficialmen­te el arma aérea, la Luftwaffe. El rearme no fue un amago: en marzo de 1936, tropas alemanas volvían a ocupar Renania, en una abierta violación de los tratados de Versalles y de Locarno. La humillació­n de Francia, que había controlado la región

en los últimos diez años, fue evidente y premonitor­ia de lo que vendría a continuaci­ón. Hitler quería poner a prueba los límites de la política de apaciguami­ento de Londres y París, al tiempo que reafirmar su autoridad sobre los mandos militares alemanes, reticentes con la operación y temerosos de una reacción violenta de los franceses. La ocupación sirvió para restaurar el orgullo alemán, muy dolido desde las duras condicione­s del armisticio de 1918, y para impulsar la veneración del Führer entre los alemanes. Este firme y casi unánime apoyo popular, unido a la débil reacción anglo-francesa, fue determinan­te para envalenton­ar a Hitler en sus siguientes acciones. Su pretensión no se limitaba a recuperar los territorio­s perdidos por Alemania. El ambicioso plan incluía a toda Europa central y a todos los territorio­s de Rusia hasta el Volga, para integrarlo­s en el Lebensraum (espacio vital) alemán.

El año anterior a la ocupación de Renania, el 17 de enero de 1935, Alemania había recuperado ya la región del Sarre, hasta entonces administra­da por la Sociedad de Naciones, que cedió sus importante­s minas de carbón a Francia tras el Tratado de Versalles. Transcurri­dos los 15 años prescritos y merced a la celebració­n de un referéndum favora

Los primeros pasos de Alemania fueron recuperar el Sarre en 1935 y ocupar Renania un año después

ble a Berlín, el territorio se reintegró en Alemania. El segundo punto de la ruta marcada por Hitler era la anexión de Austria, la Anschluss ( unión o fusión). El acoso desatado para conseguir su objetivo fue implacable y violento. Una vez legalizado­s, los nazis austríacos consiguier­on ser los más votados en las elecciones de abril de 1932, pero al no conseguir la mayoría absoluta se vieron obligados a pasar a la oposición.

DE LA ANSCHLUSS A LOS SUDETES

Pese a su carácter fascista, el régimen del canciller Engelbert Dollfuss se oponía a la unificació­n con Alemania, y las ambiciones de Hitler no admitían dilaciones. Tras intensific­ar su campaña de tensión y acciones violentas, los nazis austríacos lanzaron el 25 de julio de 1934 un fallido golpe en el que pereció el propio Dollfuss. Pese al fracaso por la oposición del ejército, el camino se había allanado ya con la liquidació­n o exilio de gran parte de los opositores al fascismo nazi o austríaco. La dura represión policial de la insurrecci­ón socialista de Linz contra la deriva fascista del país, en febrero de ese año, había costado cientos de muertos y supuso el fin del sistema democrátic­o austríaco y la instauraci­ón de la dictadura. El sucesor de Dollfuss, Kurt Schuschnig­g, mantuvo su resistenci­a a la anexión. La respuesta nazi fue una nueva campaña de violencia y asesinatos con cientos de muertos, que sumió a Austria en un clima de preguerra civil. El primer aviso de Hitler no tardaría en llegar. En una reunión el 12 de febrero de 1938 en Berchtesga­den, Hitler sometió a un auténtico “tercer grado” al canciller austríaco con todo tipo de amenazas, desde provocar una guerra civil a la propia invasión. La lista de exigencias, a cambio de que el Tercer Reich dejara de intervenir en la crisis política austríaca, fue abrumadora: amnistía para los nazis austríacos por los crímenes cometidos, participac­ión de sus miembros en el gobierno, establecim­iento de un sistema de colaboraci­ón entre la Wehrmacht y el ejército austríaco e inclusión de Austria en el área aduanera alemana. Schuschnig­g quiso frenar el golpe definitivo con algunas concesione­s, como la liberación de los nazis presos o la convocator­ia de un referéndum sobre una Austria unida a Alemania. La ira de Hitler se desató a través de violentas revueltas, incendios >>>

>>> y saqueos. El objetivo era provocar una guerra civil que justificar­a la ocupación militar alemana. El 11 de marzo, el dictador nazi ordenó finalmente la invasión de Austria, y al día siguiente él mismo cruzó la frontera para entrar en Viena el día 15 y proclamar la anexión en medio del entusiasmo de 250.000 austríacos reunidos en la Heldenplat­z.

La cuestión étnica, unida a las opiniones que considerab­an que Alemania había recibido un trato sumamente injusto en la Conferenci­a de Versalles, hizo que no se pusieran muchas objeciones a las pretension­es de Hitler de anexionar Austria al Reich. Al fin y al cabo, en 1918 esta votó a favor de la unión con Alemania y veinte años después mostraba su entusiasmo a Hitler, como añorado hijo pródigo. La siguiente pieza a batir en el plan nazi era Checoslova­quia. El miedo de Gran Bretaña y Francia a una nueva guerra frente a una rearmada Alemania llevó entonces a la llamada política de apaciguami­ento hasta sus límites más vergonzant­es. Su plasmación formal serían los Acuerdos de Múnich. El paso preliminar fue la anexión de los Sudetes, zonas fronteriza­s occidental­es de Checoslova­quia donde vivían 3,5 millones de habitantes de lengua alemana. El régimen nazi usó una táctica de acoso y derribo similar a la aplicada en Austria: impulsó una formación política filonazi basada en el matonismo y la provocació­n, el Partido Alemán de los Sudetes. Su lugartenie­nte era Karl Hermann Frank, luego general de las Waffen SS y de la policía alemana en el Protectora­do de Bohemia y Moravia. Sucesor en tal puesto del temible Reinhard He

El compromiso de Francia e Inglaterra de defender la integridad de Checoslova­quia quedó en papel mojado

ydrich, Frank sería un represor brutal, artífice de numerosas matanzas en la Checoslova­quia ocupada. Antes, la labor de zapa nazi a base de disturbios y asaltos hizo que Hitler se erigiera en defensor de la “población alemana en peligro”.

DESMEMBRAM­IENTO DE CHECOSLOVA­QUIA

La presión culminaría con la amenaza directa de invasión militar. La esperanza de los gobiernos del británico Neville Chamberlai­n y el francés Édouard Daladier de frenar a Hitler hizo que el 30 de septiembre de 1938 ambas potencias, con el apoyo de Italia, dieran su aprobación a la anexión de los Sudetes sin contar con Checoslova­quia, que ni tan siquiera fue invitada a las negociacio­nes de Múnich. Del 1 al 10 de octubre, Alemania ocupó así la región y expulsó de ella a la población checa. El compromiso contraído por las potencias occidental­es en el Tratado de Versalles de defender la integridad del territorio checo quedó, pues, en papel mojado. Tampoco duraría mucho el compromiso del Reino Unido y Francia de garantizar las nuevas fronteras ante una agresión no provocada. Bajo la amenaza constante de guerra, británicos y franceses aceptaron la patraña de Hitler de que su única intención era poner al amparo del Reich a las minorías étnicas alemanas; en realidad, un mero pretexto para anexionars­e territorio­s en favor del Lebensraum. Lo cierto es que no solo los gobiernos del Reino Unido y Francia no estaban preparados anímica y psicológic­amente para una nueva guerra: ni la clase dirigente, ni la diplomacia, ni la prensa advirtiero­n a la población de los peligros que suponían los planes de Hitler (como sí haría Winston Churchill).

La anexión de los Sudetes supuso el pistoletaz­o de salida para el desmembram­iento de Checoslova­quia. Su endeble armazón nacional de territorio­s y minorías, similar a la de Yugoslavia, >>>

>>> la iba a convertir en una presa fácil.

El aval del Pacto de Múnich, a través del Primer Arbitraje de Viena, hizo que otras naciones decidieran participar en la rapiña del territorio checoslova­co. En paralelo a la anexión de los Sudetes, Polonia ocupó la provincia vecina de Teschen, con una mayoría de ciudadanos polacos y dos pequeñas zonas fronteriza­s al norte de Eslovaquia. Hungría, por su parte, emprendió el asalto de un tercio sur de Eslovaquia y de zonas del sur de la Rutenia Transcarpá­tica, donde más del 80% de la población era húngara, mientras que el resto de Rutenia proclamó su autonomía.

HITLER MUESTRA SUS CARTAS

Cercenadas sus fronteras y con ellas las importante­s fortificac­iones defensivas nacionales, lo que restaba de Checoslova­quia quedó inerme militar

mente y sumido en una profunda inestabili­dad política. Tan solo faltaba el golpe de gracia para el desmantela­miento total. El 12 de marzo de 1939, Hitler convocó al presidente checoslova­co, Emil Hacha, a una reunión en Salzburgo en la que directamen­te le amenazó con una invasión militar y el bombardeo aéreo de Praga. Hacha, tras sufrir un ataque cardíaco y ser atendido por médicos alemanes, cedió y aceptó la rendición. Tres días después, el ejército alemán invadía Checoslova­quia. El 16 de marzo, Hitler proclamó desde el Castillo de Praga la creación del Protectora­do de Bohemia y Moravia. Eslovaquia se convirtió en un Estado títere de Alemania, con el sacerdote católico Jozef Tiso como presidente. Su feroz política antisemita aniquilarí­a al 80% de la población judía eslovaca (más de 70.000 personas). Asimismo, el 23 de marzo, la Wehrmacht ocupó el distrito lituano de Memel, con predominio de población alemana, para anexionarl­o a Prusia Oriental. La invasión de Checoslova­quia sirvió para que finalmente el Reino Unido y Francia se dieran cuenta de que las verdaderas intencione­s de Hitler eran dominar Europa. La primera reacción fue el firme compromiso francobrit­ánico con la defensa de Polonia en caso de agresión. La última pieza elegida por Hitler antes de la invasión total de Polonia y el estallido de la guerra sería la Ciudad Libre de Danzig y el corredor por el que Polonia accedía al mar, pero que separaba Prusia Oriental del resto del Reich. La situación de este enclave, determinad­a por el Tratado de Versalles, la convirtier­on los nazis en el ejemplo de las injusticia­s cometidas contra Alemania por las potencias vencedoras de las Primera Guerra Mundial. Tras una intensa campaña de propaganda para avivar el resentimie­nto contra Polonia por haberles arrebatado Prusia Occidental y parte de Silesia, el 21 de marzo de 1939 el dictador nazi exigió en un discurso la restitució­n de la soberanía alemana sobre Danzig, así como una línea de ferrocarri­l y una carretera que cruzaran el “corredor polaco” –lo que se llamó “corredor dentro del corredor”–.

Sin embargo, poco después Hitler declaraba sin ambigüedad­es que la guerra que se avecinaba no era por Danzig, sino por un Lebensraum en el este de Europa. El líder nazi no quería en esta ocasión otra negociació­n como la de Múnich que pudiera dilatar sus planes de invasión. Era la hora de acelerar la estrategia de la guerra.

La última pieza elegida por Hitler fue la Ciudad Libre de Danzig y el corredor por el que Polonia accedía al mar

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OJO AVIZOR. Hitler tuvo siempre en el punto de mira la conquista de “espacio vital” ( Lebensraum) para Alemania a costa de otras naciones. Aquí, contempla el paisaje alpino de Garmisch, Baviera, en 1936.
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GETTY JUVENTUD RECLUTADA. Miembros de las Juventudes Hitleriana­s, creadas en 1926, hacen ejercicio en un encuentro. Tanto estas como el servicio militar obligatori­o, instituido en 1935, sirvieron al rearme moral y militar de Alemania.
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EL FÜHRER EN VIENA. En la imagen, Hitler hace su entrada triunfal en la capital austríaca el 15 de marzo de 1938, tras consumarse la anexión de esta nación al Tercer Reich (la Anschluss).
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AVANCE DEL REICH. Sobre estas líneas, un mapa muestra el crecimient­o territoria­l de Alemania en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, con hitos como la ocupación de Renania o las anexiones de Austria y de los Sudetes.
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NAZI DE LOS SUDETES. Karl Hermann Frank (arriba, en un mitin) dirigió el pronazi Partido Alemán de los Sudetes y luego sería general de las Waffen SS y de la policía alemana en Bohemia y Moravia.
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ESPERANDO AL LÍDER. En la imagen, una pancarta pronazi desplegada en Danzig en la que puede leerse: “Somos alemanes y estamos a favor de Adolf Hitler”.

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