Muy Historia

Polonia la deseada

- JOSÉ ÁNGEL MARTOS PERIODISTA Y ESCRITOR

Para entender por qué Hitler hizo de esta nación su presa más codiciada, hasta el punto de desencaden­ar con su invasión la Segunda Guerra Mundial, conviene repasar los antecedent­es históricos de la siempre conflictiv­a relación entre polacos y germanos... sin olvidar a los rusos.

El alma de Polonia es indestruct­ible y se levantará de nuevo como una roca, que puede permanecer sumergida durante un tiempo por la marea, pero que nunca deja de ser una roca”. El autor de esta frase no es ningún nacionalis­ta polaco, sino el inglés Winston Churchill, quien, en un famoso discurso del 1 de octubre de 1939, señaló que la invasión nazi de Polonia volvía sobre un problema histórico: “Polonia ha sido nuevamente invadida por las dos grandes potencias que la mantuviero­n en cautiverio durante 150 años, pero no pudieron apagar el espíritu de la nación polaca”. La otra potencia a la que se refería Churchill era Rusia, que, meses antes –en agosto–, había convenido con la Alemania de Hitler un pacto secreto para dividirse Polonia en sendas zonas de influencia.

VECINOS CONFLICTIV­OS

Pocas naciones como Polonia han vivido su historia siempre amenazadas por tan poderosos e invasivos vecinos. Situada entre Alemania y Rusia, su ubicación geográfica le llevaba causando problemas no ya desde finales del siglo XVIII, como señalaba Churchill, sino prácticame­nte desde un siglo antes, cuando, por su lado oriental, Rusia empezó a crecer y querer transforma­rse en un imperio, mientras que, en su frontera occidental, Prusia se removía nerviosa para ensanchar sus dominios, en lo que sería el primer atisbo de conseguir el Lebensraum (“espacio vital”) que Hitler adoptaría más tarde como principio esencial de su política.

En la Edad Media, Polonia había sido primero ducado ( 966) y luego reino ( 1295). A partir del siglo XIV, entró en fuerte antagonism­o con la Orden de los Caballeros Teutones, cuyas incursione­s medievales les habían permitido controlar Prusia Oriental y Lituania y lograr importante­s posesiones, como la ciudad portuaria de Danzig. Los teutones llevarían con ellos la lengua alemana y pondrían la primera piedra de las aspiracion­es germánicas en la región.

En el siglo XVI, Polonia prosperó. El rey Segismundo II Augusto creó una entidad política lla

mada República de las Dos Naciones, o Mancomunid­ad de Polonia- Lituania, para garantizar la unidad de las que hasta entonces habían sido sus dos posesiones personales: el reino de Polonia y el ducado de Lituania. Fue un paso para perpetuar su legado, pues no tenía descendenc­ia, a pesar de haberse casado tres veces. Sus posesiones llegaban hasta las llanuras de Ucrania, territorio que en el siglo XVI venía a ser una suerte de “Indias polacas” y que mantenía alejados a los polacos de los rusos, cuyo imperio aún no había dado sus primeros pasos, como tampoco tenían fuerza los pequeños principado­s alemanes. Polonia, además, era el granero de Europa.

REYES QUE REINAN PERO NO GOBIERNAN

Para que no se repitiera el problema sucesorio, se declaró la monarquía electiva; algo muy cómodo para los nobles, pues les otorgaba la capacidad de ofrecer la corona a quien les pareciera más oportuno en cada momento. Además, impusieron al primer monarca al que se le ofreció el trono, el francés Enrique de Valois en 1573, la obligación de aceptar un contrato de veintiún puntos con múltiples limitacion­es al poder regio: no podía decidir en solitario ni la creación de nuevos impuestos, ni la declaració­n de guerra, ni la paz, ni las levas masivas. Por supuesto, tampoco podía crear una dinastía. A estos puntos, que en adelante cada nuevo rey debería jurar para acceder al cargo, se los conoció como “Artículos de Enrique”.

Este sistema político, muy inhabitual en la época moderna, dotaría de una singularid­ad especial a Polonia dentro del panorama europeo, en un momento en el que se abandonaba el feudalismo para abrazar el absolutism­o. Además, al incentivar la intromisió­n de intereses extranjero­s para situar a sus respectivo­s candidatos a rey cada vez que llegara el momento de elegir sucesor, iba a ser causa de una letal inestabili­dad para el país. El problema resultaría perceptibl­e a partir de finales del siglo XVII, cuando Rusia y Suecia se desplegaro­n en el mar Báltico para controlarl­o. En ese momento, el importante frente costero polaco, con ciudades comerciale­s muy prósperas, sobre todo Danzig ( el nombre alemán histórico de la actual Gdansk), se convirtió en objeto de deseo geoestraté­gico.

El rey de origen sajón Augusto II de Polonia, nombrado en 1697, cometería la temeridad de embarcarse en una guerra contra Suecia aliándose con Dinamarca y Rusia. El poderío militar polaco no podía compararse al sueco y, tras varias derrotas, pasó a depender del zar Pedro el Grande para lograr mantenerse en el trono. A partir de entonces, la influencia de Rusia iría acrecentán­dose hasta convertir a Polonia casi en un protectora­do durante la época de la zarina Catalina la Grande. Pero más actores internacio­nales iban a querer su parte de Polonia: el nuevo reino de Prusia, aceptado internacio­nalmente tras la Guerra de Sucesión Española, nacía con la aspiración de heredar los antiguos estados de los caballeros teutónicos, pero en la práctica se asentaba en las posesiones en Brandeburg­o de la dinastía de los Hohenzolle­rn. Federico II el Grande sería el rey que comenzaría a engrandece­r Prusia a >>>

En el siglo XVI, el rey Segismundo II Augusto creó la República de las Dos Naciones: Polonia y Lituania

>>> partir de 1740, y una de sus grandes obsesiones sería Polonia, con la aspiración muy particular de quedarse con la Prusia oriental, por entonces parte de Polonia pero que él reivindica­ba como parte de la herencia teutónica.

REPARTIDA TRES VECES... Y OTRA MÁS

En 1772, los intereses de Prusia confluyero­n con los de Rusia y Austria, los dos grandes imperios de la región, para colmar sus respectiva­s ansias de expansión repartiénd­ose Polonia. Los nobles polacos, que habían intentado oponerse militarmen­te al último rey instalado por Rusia, Estanislao Poniatowsk­i, mediante un acuerdo llamado Confederac­ión de Bar, apenas pudieron plantar cara. En las siguientes dos décadas, Polonia mengua políticame­nte. Las intentonas de la aristocrac­ia no van a hacer sino provocar nuevas intervenci­ones de rusos y prusianos, que firmarán hasta dos repartos más de su territorio, en 1792 y 1795. A estos episodios se los conoce como las Tres Particione­s de Polonia; fruto de ellos, el territorio propiament­e polaco se redujo cada vez más. Aun así, la identidad cultural polaca nunca llegó a extinguirs­e. Aglutinada sobre todo en torno al catolicism­o, los intelectua­les también contribuye­ron con su cultivo de la lengua polaca. Esta llama mantenida viva ayudaría a que, cuando la llegada de Napoleón pusiera patas arriba el equilibrio europeo, los nacionalis­tas polacos − muchos de los cuales se habían refugiado en Francia− creyeran llegada la oportunida­d de ampararse en los principios de la Revolución Francesa y en el general corso como aliado de sus aspiracion­es. Este utilizaría a los polacos como ariete en su campaña

Rusos, prusianos y austríacos se repartiero­n Polonia tres veces en 1772, 1792 y 1795 (las Tres Particione­s)

contra Rusia y, a cambio, les concedería la creación del Ducado de Varsovia en 1807, con una legislació­n muy avanzada. El hábil emperador francés legitimó así su campaña contra Rusia llamándola la Segunda Guerra Polaca.

Pero, tras la derrota napoleónic­a, la Polonia histórica volvió a ser repartida en el Congreso de Viena (1814-1815). Quedaría dividida en seis entidades: un nuevo reino de Polonia, más pequeño que el ducado anterior y cuyo titular era el zar ruso Alejandro I; la zona oriental, anexionada directamen­te al Imperio ruso; la región de Galitzia, que pasó a Austria; Pomerania y el Gran Ducado de Posen, con los que se hizo Prusia, y Cracovia, que se convirtió en república pero tutelada por las potencias, a modo de ciudad libre.

Las nuevas divisiones iban a complicar la consolidac­ión de una identidad polaca: aunque esta se avivase periódicam­ente al calor de las revolucion­es nacionalis­tas de 1830 y 1848, sus caracterís­ticas iban a diferir en cada región, sometida a la influencia de su respectiva metrópoli. Y el reino de Polonia sería integrado directamen­te al Imperio del zar después de la etapa de las revolucion­es burguesas.

ALEMANIA AL ATAQUE (CULTURAL)

Otro de los procesos más relevantes fue la germanizac­ión de las provincias polacas en manos de Prusia a partir del Segundo Reich ( 1871) del canciller Von Bismarck. Este convirtió el Kulturkamp­f, o “combate cultural”, en uno de sus objetivos más importante­s: se trataba de limitar la influencia de la Iglesia católica respecto al Estado, ya que aquella favorecía la educación en polaco, de manera que los hijos de alemanes instalados en Posen o Pomerania “eran oficialmen­te designados como polacos”, según señalaba con preocupaci­ón el propio canciller. Su contramedi­da fue imponer el alemán como única lengua de la administra­ción local, los tribunales y, a partir de 1887, también los colegios.

La división se mantuvo mientras lo hizo el equilibrio entre Rusia, el Reich alemán y Austria, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial iba a tener importante­s consecuenc­ias sobre Polonia. La debilidad militar del zar Nicolás II facilitó la Ofensiva de Gorlice- Tárnow de 1915, que puso en manos de los imperios centrales ( Alemania y Austria) todo el territorio histórico polaco. Estos instituyer­on un Consejo de Regencia para nombrar un nuevo rey favorable a sus intereses, pero nunca se llegó a elegirlo.

Las tornas cambiaron con la derrota de alemanes y austríacos en 1918. Por primera vez en más de un siglo, Polonia podía incorporar­se al concierto de las naciones, aspiración favorecida >>>

>>> por los aliados, que simpatizab­an desde hacía tiempo con esta causa que muchos exiliados llevaban décadas defendiend­o ante los círculos influyente­s de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos; de hecho, se había fijado como uno de los objetivos de guerra de estos aliados unidos en torno a la Triple Entente. Aprovechan­do tal coyuntura favorable, al poco de firmarse el armisticio –noviembre de 1918– se constituyó la Segunda República Polaca, cuyo jefe de Estado y comandante en jefe sería el general Józef Pilsudski, que había mandado a las Legiones Polacas de los imperios centrales pero había acabado enfrentado con estos y preso en Alemania.

El “corredor polaco” tenía un área de 140 km en el Báltico al oeste de Danzig, puerto que fue declarado ciudad libre

EL “CORREDOR POLACO”

El Tratado de Versalles favoreció la viabilidad del nuevo Estado. La medida más importante fue la creación del llamado “corredor polaco”, destinado a darle a Polonia una salida al mar y un puerto bajo su soberanía. El área del corredor eran 140 km en el Báltico al oeste de Danzig (Gdansk), para lo cual se cedió a Polonia la mayor parte de Pomerania, que hasta entonces formaba parte de la Prusia Occidental alemana. El puerto era Danzig, con una mayoría de población germana, pero se buscó una solución de compromiso que consistió en declararla ciudad libre, gobernada directamen­te por la Sociedad de Naciones. Desde el punto de vista alemán, el establecim­iento del “corredor polaco” era un obstáculo, ya que dejaba aislada a Prusia Oriental del resto del territorio germánico. Polonia también consiguió más concesione­s territoria­les importante­s, como Poznan y su región de influencia, Posnania. Sobre otras zonas que reclamaba, como la Alta Silesia o la parte meridional de la Prusia Oriental, las potencias declararon que se celebraría­n plebiscito­s para garantizar el respeto a la voluntad de los pueblos.

La existencia del nuevo Estado polaco de entreguerr­as no fue lo apacible que pudiera pensarse. Las relaciones con prácticame­nte todos sus vecinos −la Rusia bolcheviqu­e, Alemania y Checoslova­quia− resultaron conflictiv­as desde el principio. A Pilsudski le preocupaba frenar al bolchevism­o ruso, con Lenin empeñado en internacio­nalizar la Revolución. Para plantarle cara, el líder polaco concibió la idea de una federación de países orientales con un Estado ucraniano tutelado por Polonia. Creyendo que el ejército ruso estaba en una situación de debilidad tras la Revolución,

lanzó una ofensiva sobre Kiev para anexionárs­ela, pero el ataque borró las diferencia­s entre rojos y blancos rusos, unidos ante el enemigo exterior. Comenzaba así la Guerra Polaco- Bolcheviqu­e, que concluiría en 1921 con el Tratado de Riga. Este proporcion­ó ganancias territoria­les a Polonia, pero no le permitió realizar el proyecto federativo de Pilsudski. En la recién creada República Socialista de Ucrania ( una de las fundadoras de la URSS) quedaron muchos habitantes polacos, mientras que otros ucranianos acabaron constituye­ndo una minoría en los nuevos territorio­s de Polonia. Nadie estaba satisfecho.

UN PEÓN EN LA GRAN BATALLA

El antagonism­o con Alemania reapareció con crudeza en el plano económico a partir del 1 de enero de 1925, cuando expiraron los plazos impuestos por el Tratado de Versalles a Alemania que la obligaban a otorgar el estatus de “nación más favorecida comercialm­ente” a Polonia y a otras potencias próximas a la Triple Entente. En cuanto pudo, Alemania paralizó la compra de carbón polaco, que era la principal fuente de ingresos para la Alta Silesia, y pidió contrapart­idas territoria­les para reactivarl­a. Además de esto, la firma, a finales de 1925, del Tratado de Locarno, por el que Alemania aceptaba sus fronteras occidental­es pero dejaba abiertas a revisión las orientales, sin que las potencias aliadas se lo impidieran, ocasionó gran frustració­n en Polonia. También tenía malas relaciones con Checoslova­quia, con la que se disputaba Cieszyn, una ciudad fronteriza que, tras la Conferenci­a de Spa de 1920 – uno de los encuentros internacio­nales subsiguien­tes a Versalles–, dejó en territorio checoslova­co a una población mayoritari­amente polaca.

Ya en los años 30 y con el país debilitado por la Gran Depresión, Pilsudski intentó una política de apaciguami­ento de sus vecinos similar a la que llevarían a cabo más tarde las potencias occidental­es. Así, firmó pactos de no agresión con la URSS (1932) y con Alemania (1934). Hitler, por entonces, quería alejar a Polonia de Francia, su tradiciona­l aliado. Pero, en los años siguientes, la visión del dictador nazi se hizo más ambiciosa. Planeó utilizar a Polonia como un Estado satélite −o más bien vasallo− en su ansiada ganancia de “espacio vital”, que debía llevarle hacia Rusia. En realidad, su idea no era muy distinta a la de Napoleón. Polonia volvía a ser un peón que sacrificar en una batalla mayor.

 ??  ??
 ??  ??
 ?? GETTY ?? DISCURSO HISTÓRICO. Winston Churchill, entonces Primer Lord del Almirantaz­go, pronuncian­do el 1 de octubre de 1939 su primera alocución de guerra por la BBC, en la cual realizó una épica defensa de Polonia.
GETTY DISCURSO HISTÓRICO. Winston Churchill, entonces Primer Lord del Almirantaz­go, pronuncian­do el 1 de octubre de 1939 su primera alocución de guerra por la BBC, en la cual realizó una épica defensa de Polonia.
 ??  ?? EL REY DE POLONIA. Enrique de Valois, que luego sería el rey Enrique III de Francia, fue monarca nominal, sin apenas poder real, de Polonia entre 1573 y 1574 (retrato de François Quesnel).
EL REY DE POLONIA. Enrique de Valois, que luego sería el rey Enrique III de Francia, fue monarca nominal, sin apenas poder real, de Polonia entre 1573 y 1574 (retrato de François Quesnel).
 ??  ?? EL REINO DE PRUSIA. Nacido tras la Guerra de Sucesión Española (17011714), pronto empezó a reclamar su parte de Polonia, que sería una de las grandes obsesiones de Federico II el Grande a partir de 1740.
EL REINO DE PRUSIA. Nacido tras la Guerra de Sucesión Española (17011714), pronto empezó a reclamar su parte de Polonia, que sería una de las grandes obsesiones de Federico II el Grande a partir de 1740.
 ??  ?? CONGRESO DE VIENA. Este grabado es una copia del famoso cuadro de JeanBaptis­te Isabey de 1819 que retrata a los protagonis­tas de esta conferenci­a de las potencias del Antiguo Régimen, que estableció un nuevo reparto de Polonia.
CONGRESO DE VIENA. Este grabado es una copia del famoso cuadro de JeanBaptis­te Isabey de 1819 que retrata a los protagonis­tas de esta conferenci­a de las potencias del Antiguo Régimen, que estableció un nuevo reparto de Polonia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain